08/13/2013 por Marcelo Paz Soldan
Jesús Urzagasti, el largo adiós

Jesús Urzagasti, el largo adiós

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Jesús Urzagasti, el largo adiós
Por: Rubén Vargas

La foto —publicada en el primer número de la revista Piedra de agua que acaba de poner en circulación la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia—, según la información que la acompaña, fue tomada en una calle de La Paz en algún momento de la segunda mitad de la década de 1960.
La fecha es extremadamente vaga, pero aún así permite saber algunas cosas de ese joven boliviano de gesto concentrado —realzado por esa manera de inclinar las cejas y marcar el silencio apoyando un dedo en los labios— que viste con soltura un saco de bayeta de la tierra en cuyo previsible bolsillo derecho se oculta de la cámara la otra mano.
Podemos saber, por ejemplo, que algunos años antes —no muchos— mientras estudiaba para tornero en la ciudad de Salta escribió un cuaderno para intentar entender la soledad. Cuando regresó a la casa natal en el Chaco, sintió una vaga culpa por lo escrito y enterró el cuaderno en la quebrada de Quarisuti. No sabía que así se estaba bautizando.
Sabemos también que faltaban algunos años —tampoco muchos— para que ese joven escriba Alabanza N° 2 al Gran Chaco, poema en el que se lee: “Tu historia no es la más triste cuando la relato yo. / Aquí estoy, mirando cómo mi vida se incorpora a la tuya”.
Para entonces —es lo más probable—, ese joven ya había trajinado por la Isla del Sol junto a Óscar Soria y Jorge Sanjinés filmando Ukamau, película en aymara de la que fue asistente de dirección.
Es probable también que en el momento de la foto, el cronométrico periplo que va del 23 de febrero al 12 de junio de 1967 ya había sido cumplido. En esos tres meses y pico escribió, como poseído por un mandato, Tirinea. O quizás no. Tal vez la foto fue tomada antes de esas fechas. Si ése es el caso, ése es el joven que se aprestaba a embarcarse en esa aventura decisiva: la escritura de su primera novela. (De ahí, quizás, cierto aire de preocupación que se transparenta en la foto).
La fotografía fue tomada en una calle de La Paz. Para imaginarse esa ciudad en esa época un referente aproximado —sólo aproximado— pueden ser las Imágenes paceñas de Jaime Saenz. A propósito, ese joven lo conoció y lo frecuentó cuando llegó a La Paz desde su provincia fronteriza en 1961. Muy rápido, sin embargo, cobró distancia: dos temperamentos de ese calibre difícilmente podían caber en la misma habitación. Al final de la vida de Saenz, sin embargo, volvieron a encontrase, y esta vez, hasta el último día, la relación fue plena.
En la La Paz de esa época cayó el gobierno del MNR en 1964 y comenzó la larga noche de las dictaduras militares. Por esa La Paz pasó —a fines de 1966— el Che Guevara rumbo a Ñancahuazú. (Dicen que una noche recaló de incógnito en la peña Naira abierta hacía poco por Pepe Ballón y donde, también en esa época, Violeta Parra cantaba de noche y de día se escondía a llorar sus penas de amor por el Gringo Favre).
No es desmedido conjeturar que el aspirante a escritor haya asomado alguna vez la nariz por esa peña. Allí se reunían los artistas, pero faltaba mucho todavía para que en esos escenarios se tocase música chaqueña. El Chaco era aún algo que sucedía muy lejos de la ciudad de La Paz.
A propósito de la peña Naira, en esa época, en La Paz, Los Jairas estaban de moda. En ese conjunto el Gringo Favre tocaba la quena. Y es posible que el saco de bayeta de la tierra que viste el poeta y novelista en ciernes —tela para ropa de indios hasta entonces— haya sido un reflejo de esa mirada que comenzaba a reconocer el país de otra manera.
Pero todavía hay algo más que decir sobre la foto.
En la composición —voluntaria o involuntaria—, todo conduce a los ojos. Basta sostener la mirada un momento para saber que son los ojos de un joven animal apenas moderado por cierta lejanía o por cierta forma de elegancia que muchos confunden con la timidez. Acaso la lejanía o la nostalgia que un ser indómito siente por el monte, por la selva y los árboles. En todo caso, faltaban todavía muchos años para que, cuando ya era un reconocido escritor, pudiese decir a una audiencia de estudiantes lo siguiente: “Yo nací en Campo Pajoso en el año 1941. Me llevaron al monte muy pequeño, quizás de ahí viene una suerte de fijación en mi poesía y en mi prosa con lo vegetal, no me podría explicar de otra manera. Yo he confundido esa gran vegetación con los cabellos de una mujer, con la cabellera, negra, larga. Nunca me lo he podido explicar, y prefiero quedarme con esa imagen”.
Todo esto viene a cuento porque la casualidad ha querido que estos días el escritor Jesús Urzagasti, muerto el 27 de abril a los 71 años, regrese para hacer un saludo de despedida.
No hay misterio ultraterreno en ello. Tres publicaciones han coincidido en editar textos de y sobre el escritor. Piedra de agua ocupa varias páginas en rendirle un homenaje. El periódico Los Tiempos de Cochabamba, con motivo de las fiestas patrias, ha regalado a sus lectores el libro La verdad esencial, entrevistas a poetas bolivianos realizadas por el escritor Gonzalo Lema. El libro contiene la última entrevista que dio Urzagasti, en abril de este año, al borde de partir. En ella se leen cosas como éstas: “La poesía enseña a vivir, lo que plenamente entendido significa aprender a morir”. O: “Estar callado es una anomalía cuando el idioma no restituye al silencio su remota jerarquía”. Estas palabras podrían figurar con toda pertinencia al pie de la fotografía del joven Urzagasti.
Pero eso no es todo, en el número 10 de la Revista Boliviana de Investigación editada por la Asociación de Estudios Bolivianos, la académica méxico-norteamericana Norma Klahn y el antropólogo boliviano Guillermo Delgado rescatan, transcriben y presentan los diálogos que sostuvo Jesús Urzagasti hace diez años —en abril de 2003— con estudiantes y profesores de la Universidad de Santa Cruz en California, Estados Unidos.
A ese auditorio Urzagasti se animó a hablar del “centro secreto” del país en cuya dirección orientó la brújula de su vida y su obra. Dice: “Ese centro secreto lo tenemos todos los seres humanos incorporado al organismo, y toda mi vida lo único que hice o lo fundamental fue buscar ese centro secreto. Vaya a saber si lo hallé, pero yo he intuido ese centro secreto que a muchos les causa desasosiego, y es motivo de extravío para muchas gentes de Bolivia. Pueden ser muy inteligentes, pueden ser muy avispados, pueden ser muy afortunados, pero ese centro no rinde sus misterios secretos, valga la redundancia, sino al que da con otro talante, con la suficiente humildad para reconocer la grandeza de una tierra como es la boliviana”.
Como no hay —hasta donde se sabe— fotografías del más Allá, nunca tendremos pruebas de si Urzagasti finalmente arribó o no a ese centro secreto. Lo que sí es cierto es que se sigue despidiendo de esta tierra boliviana con un largo adiós.

Fuente: Tendencias