07/25/2013 por Marcelo Paz Soldan
Las tres Claudinas, y una cuarta, en la literatura boliviana (Tercera parte)

Las tres Claudinas, y una cuarta, en la literatura boliviana (Tercera parte)

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Las tres Claudinas, y una cuarta, en la literatura boliviana
Por: Enrique Vargas Sivila

(Tercera y última parte)
Claro está, que es muy posible que al igual que ahora hermana su “Huanchaca” con “En las tierras del Potosí”, hace muchos años hubiera tenido también la idea de hacerla nacer una primita interesante, utilizando los materiales del ambiente (figuras, costumbres, paisajes, etc.) en pos de un resultado igualmente exitoso, y que entre esos materiales estuviera a no dudarlo el nombre de la chola que impresionó a Martín Martínez, el de Claudina, y que andando el tiempo esa idea –seguramente reprimida– burlara la barrera de la conciencia y se hiciera presente en “La Misqui-simi” que, como cuento y como hembra, ha tenido y tiene, evidentemente, repercusión… literaria y biológica, intensa en nuestro medio y en el ajeno.
Al punto de que después de ella –o de Costa– no parece sino que Medinaceli hubiera sido hasta tres veces traicionado por el inconsciente: cuando puso nombre a su novela, cuando caracterizó y bautizó a la protagonista, y cuando designó y personificó al protagonista; aparte, claro es, de alguna influencia mendociana y costadureriana en el argumento –patente esta última en el epílogo– y en la fatalidad y el destino de los hombres: Martín Martínez y Adolfo Reyes, estudiantes fracasados de derecho; Joaco y Adolfo, absorbidos por el hechizo infernal de su correspondiente Claudina.
Tal similitud ¿fue deliberadamente establecida? ¿No hay aquí, más bien, la revelación de una preocupación constante –seguramente reprimida– de Medinaceli hacia Costa? ¿No hay aquí también la manifestación de una directa traición del inconsciente?
Se puede pensar, con muchos visos de posibilidad, que Medinaceli –de acuerdo con algún convencimiento, muy particular, acerca de la experiencia que de la vida y de los acontecimientos debe tener, en primer término, el escritor– haya, conscientemente escogido determinados nombres de sus personajes (especialmente el de Adolfo Reyes, similar al de Adolfo [Costa du Rels] y que haya querido, en el fondo, colocar en el trance de la vida real boliviana a un diplomático (el caso tiene importancia), de medio origen extranjero, por añadidura, a fin de que éste no pasase tan suelto de cuerpo –”así no más”– como autor, sin haber caído él mismo, ¡por delante!, alguna vez y de alguna manera, así sea como simple criatura de novela, que recuerde una de sus propias creaciones?
Claro está que la típica manera de justificar ciertas cosas que tenía Medinaceli, haría suponer que este aspecto tan interesante, el de la coincidencia de los Adolfos (Adolfo como autor en el cuento de Costa; Adolfo como actor en la novela de Medinaceli) se hallaría más bien dentro de la esfera de lo intencional o de la premeditación y no obedecería a un zafe o a una jugada del inconsciente.
Pero lo que a nosotros nos es difícil, dificilísimo aceptar es que Medinaceli hubiera querido correr el riesgo de sacrificar su prestigio intelectual voluntaria y tranquilamente, en aras de una simple diversión (o pasioncilla, en el peor de los casos) trabajando para su “Chaskañawi”, un epílogo que tiene tanta analogía, tantos puntos de contacto y elementos tan semejantes con la conclusión de “La Misqui-simi” como ser: a) el encuentro de Joaco a los quince años y de Adolfo a los doce, con sus respectivos amigos, que iniciaron la acción de las obras, después de un viaje efectuado por éstos al lugar del escenario; b) los diálogos consiguientes, a través de los cuales se sabe de la vida ulterior de ambos personajes, de la existencia y número de sus hijos (cinco el primero, tres el segundo) y de la colaboración económica, o en el trabajo, que prestan las Claudinas en cada uno de los hogares.
Son, pues, características comunes que no han podido darse sin la intervención del inconsciente: es la forma, es el fondo mismo que delatan la influencia de “La Misqui-simi” sobre “La Chaskañawi”.
Y son ellas las que nos sirven de apoyo en la opinión que sustentamos. Pues para nosotros no cabe sino una génesis evidentemente freudiana. Y tal fenómeno psíquico no pudo haberse producido sino por un hecho contrario, antagónico, al que consideramos como ocurrido en el caso de Costa con relación a Mendoza.
Medinaceli, en efecto, nunca sintió predilección por el escritor-diplomático, sino al revés, algo que podríamos llamar una cierta antipatía, o descomedimiento, por lo menos descomedimiento y resistencia, ya que, como hemos dicho, sentía en general una innegable quisquillosidad ante cualquier caso de escritor en esas funciones. Los amigos más próximos a Carlos, nunca olvidarán la ironía y hasta la franca agresividad con que sus labios sazonaban algún comentario. Lo ocurrido en 1941 ilustra suficientemente sobre el particular, cuando envió un artículo intitulado “La historia de la minería en Bolivia por el Dr. León M. Loza” para su inserción en la revista “Universidad de San Francisco Xavier” (tomo X, nº 26, julio-diciembre 1941, p. 269), de Sucre, en cuyo último párrafo, nombrando súbitamente a otro escritor-diplomático, hoy casi olvidado, decía: “es un caballo de linda estampa”, frase que naturalmente le fue escamoteada por el director de esa publicación, don Gunnar Mendoza.
No poseemos un documento que exprese a todas luces los sentimientos íntimos de Medinaceli respecto a Costa; pero es indudable que Medinaceli, al escribir su libro, tuvo en la mente a Costa du Rels, y que –consciente o inconscientemente– le salió su nombre en la novela. Y esto ¿por qué? ¿Por qué Medinaceli no hizo figurar en su libro a cualquier otro personaje, y escogió a aquél precisamente? Ahí está, pues, patentísimo uno de estos dos hechos: o su deseo concreto de mortificar, un tantico, a Costa, en el primer caso, o una típica traición del inconsciente, en el segundo; mostrando, de todas maneras, en uno u otro extremo, su preocupación por el autor de la “Misqui-simi”.
Medinaceli tuvo la idea de su novela hace más de veinticinco años (8 de marzo de 1950), y por tanto cerca de la fecha de aparición de “La Misqui-simi”. ¿Nació entonces la designación de su “Chaskañawi”? ¿Cuándo le asaltó el nombre de su Claudina? Esto quizá jamás lo sepamos ya.
Pero, desde luego, Medinaceli, por su amor propio intelectual, nunca habría querido hacer una obra ni con un matiz de semejanza con la de Costa du Rels. De ello abrigamos seguridad. Habría querido superarlo sí, y en alto grado, en el tratamiento del tema, y sin duda lo pensó más de una vez.
En el fondo, no obstante, más allá de la conciencia, algo dormido debió quedar como impresión favorable de la obra de Costa en Medinaceli, que acabó por salir cuando menos debía. Deseos largo tiempo inhibidos en las reconditeces del inconsciente, a lo largo de los años y de las vicisitudes, adormecido el control, acabaron –como en el caso presunto de Costa con respecto de Mendoza– por irrumpir.
Y algo dormido también, ¿por qué no?, pudo quedar “En las tierras del Potosí”, libro tantas veces elogiado por Medinaceli en la intimidad y otras tantas comentado para la publicidad.
Carlos Medinaceli constituye, sin duda, el mejor crítico literario de Bolivia. Su obra es ejemplar y su novela intensa, dentro del ambiente americano. Y, sin embargo, ¿pensó alguna vez en los contactos que su mejor creación iba a tener con las de otros escritores que le precedieron? Sostenemos que, conscientemente, no, dados la envergadura, el vuelo, la afirmación del escritor, a los cuales rendimos nuestro mayor tributo de admiración.
III
Hablamos al principio, de una cuarta Claudina, la de Cerruto, y la presentamos aparte porque en realidad se distingue, por sus virtudes hogareñas, y no precisamente seductoras, de las otras tres, que tienen evidente afinidad en este último sentido.
Ésta es una Claudina que no hace juego con las de la trilogía sino por el nombre. Ésta es otra cosa, como diría. En su vida, ni el alcohol ni el carnaval tienen nada que ver; su misión es la de sufrir –no la de hacer sufrir, la de ser útil, o inútil, al hombre de su querer, a Ventura, tan apenas. Ni trabajadora y cautivante como la de Mendoza, ni ardientemente atractiva en el amor, como las de Costa y Medinaceli: resignada a lo más. Lo dice el cuento en una sola frase: “los labios de Claudina no se abrieron jamás en una queja”. Incapaz de enardecer a nadie, ni a su propio esposo, al parecer, quien, por otra parte, tampoco tuvo nada de “calavera” ni cosa por el estilo; al paso que el pobre Joaco, por ejemplo, de Costa du Rels, “en los labios de la Misqui-simi bebió el olvido”.
¿Cómo y por qué nació esta cuarta Claudina en la literatura boliviana?
IV
Hemos emitido unas cuantas ideas personales, sin pretender defenderlas a sangre y fuego. Están apenas esbozadas y fundadas en el conocimiento de algunos hechos y nada más. Se trata, pues, de una simple interpretación o de una hipótesis que acaso nunca podrá llegar a ser una solución definitiva.
Y puede, además, que esta interpretación no tenga un valor práctico. Pero no se negará que los indicios para la misma –quizá no demasiado forzada– no faltan en las propias obras y en las actitudes de nuestros autores.
***
Lo cierto es que en la literatura boliviana –y fuera de ella, en la realidad– la tal Claudina, la de Llallagua, la “chica” aquella de “pollera y rebozo”, de “bien formadas pantorrillas”, de manos “dignas de besar”, provinciana, chola, convertida, andando el tiempo, ora en la Misqui-simi, ora en la Chaskañawi, y poseída ya del mismísimo demonio, va meneando el seso a los señoritos capitalinos (si no precisamente capitalistas, que habría sido mejor).
Y esto, para nosotros, gracias a una “travesura” del inconsciente.
Fin

“Las tres Claudinas, y una cuarta, en la literatura boliviana” o “La traición del inconsciente” fue publicado en la revista chuquisaqueña “Universidad de San Francisco Xavier”, tomo XVI, ediciones 37-38, en 1951

Fuente: El Duende