Bolaño; El hombre que sacudió la literatura
Por: Adhemar Manjón
Para recordar a Roberto Bolaño, que murió un 15 de julio de 2003, habría que ser justos y leer cualquiera de sus libros. Tomar una de esas monumentales novelas Los detectives salvajes o 2666 y escoger uno los capítulos que la componen, por ejemplo.
Los detectives salvajes estableció un antes y un después de la nueva literatura latinoamericana, y además, marcó a fuego el imaginario de muchos jóvenes que años después se convirtieron en escritores.
Los perros románticos tuvieron quien les escribiera.
Bolaño en Bolivia
La escritora cruceña Liliana Colanzi menciona que toda la obra de Bolaño es una indagación sobre el trágico destino de la vanguardia en el siglo XX, que surgió como una promesa de liberación del hombre a través del arte y que terminó cooptada por las fuerzas del mercado y por regímenes totalitarios.
“En las novelas Estrella distante, Los detectives salvajes y Nocturno de Chile, Bolaño explora los temas que le preocupaban desde sus años como joven poeta en México: el rechazo de la noción de literatura como entretenimiento y las tensas relaciones entre la escritura y el poder (no es casual que muchos de sus personajes sean poetas jovencísimos e iconoclastas que se estrellan contra el establishment literario)”, reflexiona Colanzi, autora del libro de cuentos Vacaciones permanentes.
Pero, ¿cómo se ve hoy la obra del escritor nacido en Chile y que pasó la mayor parte de su vida en México y en España?
Maximiliano Barrientos recuerda que en una entrevista Bolaño dijo que no quería volver al DF porque tenía miedo de que el lugar conservado en sus recuerdos no concordara con el lugar físico. “A veces pienso que a mí me pasa algo parecido con sus libros. Marcaron tan duramente una época que me da un poco de pudor volver a leer Los detectives salvajes, Llamadas telefónicas o Putas asesinas, lo mejor del autor chileno en mi criterio”, comenta Barrientos.
El autor de la novela Western agregó que prefiere tener una sensación vaga de la obra de Bolaño. “Me gusta pensar que sus libros tuvieron la función de enseñarnos a escribir sin solemnidad, sin miedo a las emociones, sin cinismo, con valentía, con épica, aunque sea una épica de lo pequeño, de lo mínimo”.
Su prematura muerte -tenía 50 años- ayudó a elevar su figura a una leyenda literaria, y todavía hoy las nuevas generaciones de lectores lo siguen descubriendo.
“Hablar de Roberto Bolaño es hablar de Chile y buena metaliteratura (a veces en las voces de sus personajes exiliados o torturados)”, menciona Róger Otero, escritor cruceño. “Es hablar de una prosa hábil y arriesgada, de un submundo exquisito en violencia, prostitución y delirios imaginativos, de Los detectives salvajes y el Premio Herralde, de la nueva forma de contar, a veces aburrida y otras veces fascinante (pero entregada a la concienzuda revisión), y de una generación de nuevos escritores que tuvieron que pasar por sus páginas para quererle y cometer parricidio”. Otero concluye diciendo que en la actualidad Bolaño ya es un autor clásico, digno de admirar para algunos y un autor más para otros.
Menos crédulo sobre el alcance del legado de Bolaño en la literatura es el autor paceño Wilmer Urrelo, quien señala que como escritor, el autor del libro de cuentos Putas asesinas es muy respetable, pero siente que su obra se la ha inflado mucho. Urrelo destaca sus novelas, Los detectives salvajes y 2666, con las que lo ha dicho todo, recalca el autor de Los fantasmas asesinos. “Sin embargo, no es la gran cosa. Creo que hay autores mucho mejores a nivel contemporáneo”, acotó Urrelo.
“La imagen agrandada de Bolaño provoca grandes prejuicios para las nuevas generaciones de escritores”, agregó el escritor paceño, quien aduce a la muerte prematura e inesperada del escritor chileno su perfil de “gran escritor”. “Esto es muy peligroso para los jóvenes escritores, que endiosan a Bolaño sin haber leído a otros autores de hoy, como los del ‘boom’ o aquellos que no lograron ingresar a este ‘boom’”, concluyó Urrelo.
Roberto Bolaño, enfermo del hígado desde comienzos de la década de los 90, falleció en Barcelona (España), donde vivió sus últimos años, autoexiliado de ese gran país al que decía siempre pertenecer: América Latina.
Fuente: Brújula