03/25/2008 por Marcelo Paz Soldan
Autocrítica y conciliación en la visión artística sobre el mar

Autocrítica y conciliación en la visión artística sobre el mar

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Autocrítica y conciliación en la visión artística sobre el mar
Por:Martín Zelaya Sánchez

En la vieja e inextricable calle Jaén —en la zona norte de La Paz—, entre media docena de repositorios no sobresale entre los más vistosos y visitados el Museo del Litoral Boliviano. Esta situación, no obstante, pinta para cambiar a partir de la reciente instalación de la sala Mar Azul, al menos así parece desprenderse de la mirada de Adalberto, un joven lustrabotas de 13 años que queda sin habla al ver cómo operarios municipales ultiman detalles del decorado que incluye reproducciones pictóricas y escenográficas de peces, corales, agua, arena y otros motivos marinos.
“Es increíble ver a un boliviano —comentó alguna vez el poeta chileno Vicente Huidobro— de cara al mar, o tan sólo percibir cómo siente su ausencia en la médula cuando se refiere a éste”.
La desolación a la que se refiere el célebre autor de Altazor se traduce también en la escasa producción artística sobre la Guerra del Pacífico, de cuyo desenlace hoy se recuerda el 129 aniversario. En un exhaustivo ensayo, en la página siguiente, el escritor Adolfo Cáceres Romero dice que esta contienda “no se ha perpetuado en una obra de arte que permanezca en el corazón de los bolivianos”.
Quizás la razón de esta falencia sea que la visión de los artistas e intelectuales, al igual que la de los gobernantes y los ciudadanos de a pie, no dejó de evolucionar en este poco más de un siglo. Desde Pisagua, novela que Alcides Arguedas escribió en 1903 y que brinda una mirada aún caliente, dolida de la guerra, hasta las instalaciones satíricas, críticas, pero conciliadoras y pacifistas que se pueden ver en la exposición Mar a la vista, actualmente abierta en La Paz, la visión artística boliviana trazó un ascenso evidente, pero aún insuficiente como para englobar un capítulo cultural sobre esta temática.
La mirada de hoy
Entre ayer y mañana, en el Museo Tambo Quirquincha, colectivos de hiphoperos y raperos bolivianos y chilenos efectúan el encuentro Conexión Bolivia-Chile, en el que además de difundir su baile y música, llevarán a cabo debates y charlas sobre la problemática marítima, desde el enfoque de las nuevas generaciones.
Sdenka Suxo, coordinadora de la Organización Komunitaria de Raptivistas Urbanos (O-kru), comenta que “hace algunos años no se tocaba el tema en ninguna esfera, pero ahora podemos ver que tanto la sociedad civil como los poderes del Estado han comenzado una nueva era de entendimiento. Entonces el papel de los artistas es incentivar y dar continuidad al trabajo de integración con nuestras herramientas: la danza, la música y otras iniciativas culturales”.
Para Avril Filomeno, curadora de Mar a la vista —que puede verse también en el Tambo Quirquincha hasta el 4 de mayo—, “la mayoría de los 16 artistas participantes no toca la temática de la guerra, sino más bien refleja la necesidad de los bolivianos de vivir la experiencia del mar, el agua, el horizonte… la arena”. La crítica dura y satírica al rencor hacia Chile transmitido en la escuela es otro de los comunes denominadores de la muestra de trabajos, todos de artistas menores de 40 años.
En coincidencia con estas perspectivas, a nombre de O-kru, Suxo explica que “nuestra intención es crear un acercamiento entre naciones a través de la cultura y el diálogo. Encaminar a las nuevas generaciones a que superen el alejamiento que desde pequeños nos inculcan hacia Chile. Hoy en día se debe que cambiar, ir por nuevos caminos que incentiven la integración latinoamericana”.
Las obras en el tiempo
Además de Pisagua, en una primera franja temporal a la que se le puede achacar una postura de distanciamiento y marcada influencia sociopolítica, otras obras —casi todas literarias— sobre la guerra son La Hoguera (1924), drama teatral de Antonio Díaz Villamil, y Guano, salitre y sangre (1965) de Roberto Querejazu. En el medio, cronológicamente hablando, junto a otros trabajos que se pueden considerar de una época de transición, están la novela Guano Maldito (1976) de Joaquín Aguirre Lavayén —que, según Cáceres, “no llegó a trascender”—; varios relatos recopilados por Edgar Oblitas, en un tomo llamado Historia secreta de la Guerra del Pacífico (1978), y la película —primer y único aporte cinematográfico— Amargo Mar (1984) de Antonio Eguino.
Más allá del conteo y el análisis de los enfoques y su cambio en el tiempo, ¿sirve de algo referirse, hoy en día, al mar perdido en cualquier expresión artística-cultural?
Según Suxo, “debe ser un punto de partida para empezar el diálogo. De la protesta se debe ir a la propuesta; los jóvenes tienen que hacer oír su voz que, en su mayoría, estoy segura, está libre de rencores y resentimientos. Es mejor buscar soluciones y no peleas. Tal vez algún día recuperemos una salida al mar, pero eso se logrará con el acercamiento y el diálogo”.
Con letra y música
Entre la escasa interpretación artística sobre la mediterraneidad boliviana, en los últimos años destaca la cantata El mar nuestro de cada día creada por el cantautor Luis Rico con base en textos de Eduardo Galeano. De la esencia y razones de la pieza, que se repondrá hoy a las 11.00 en el Museo del Litoral, nos habla el tupiceño.
—¿En qué consiste la cantata?
—Está compuesta por 12 relatos unidos por mis canciones y que abarcan desde 1865 hasta 1891, periodo en que bolivianos, peruanos y chilenos se destriparon a golpes de bayoneta, mientras los ingleses compraban los campos de batalla riquísimos en salitre.
Este género trovadoresco me permite hacer una propuesta para que todos los bolivianos intentemos una nueva política marítima basada en la integración regional de América Latina, y para de una vez por todas hacer entender al planeta que Bolivia no puede continuar “secuestrada” en el corazón de América del Sur, mientras el mundo económico global navega por los mares.
—¿Por qué te basaste en los textos de Galeano?
—El entrañable cronista uruguayo es un autor que mira el continente con ojos integradores. Cuando le envié la obra me felicitó agradecido, pensando seguramente que era otra forma de refrescar la “memoria del fuego” de los latinoamericanos.
—¿De qué sirve hoy en día referirse al mar perdido en cualquier expresión artística-cultural?
—Considerando que la crisis política, social y económica de Bolivia se basa en las profundas diferencias entre los bolivianos que viven en el norte y el sur, en los extremos territoriales. Considerando que los grandes negocios del mundo navegan por los mares. Considerando que nuestro enclaustramiento geográfico está produciendo enclaustramiento psicológico en ya varias generaciones, algunos artistas debemos renovar nuestro espíritu de lucha por un entendimiento que nos devuelva la soberanía sobre las costas del Pacífico.
—¿Cambió la visión de los intelectuales y artistas bolivianos sobre la problemática marítima en las últimas décadas? ¿Cómo era esta mirada cuando empezabas tu carrera?
—En Managua, Nicaragua, y en Zúrich, Suiza, compartimos escenario con Ángel e Isabel Parra, hijos de la inolvidable Violeta. Entonces ya habíamos sufrido el exilio de las dictaduras. Después de los conciertos analizábamos nuestros problemas concluyendo que la democracia chilena después de Pinochet y la boliviana después de Banzer y García Meza serían tan dolorosas como las dictaduras y que deberíamos seguir cantando para lograr una verdadera democracia. Con Ángel nos prometimos dialogar cuando esto suceda. Mientras tanto seguimos cantando y contando.
Algunas miradas desde Chile
Caliche sangriento (1969)
Helvio Soto

El filme recrea la odisea de un grupo de soldados chilenos perdidos en pleno desierto en el trayecto de Ilo a Moquegua, durante el conflicto bélico.
En la travesía, y debido a las inclemencias del crudo clima desértico, se desarrollan pleitos internos entre los soldados, lo que otorga una proyección humana a un acontecimiento histórico de tanta relevancia. Es una película pacifista y polémica, sobre el tema político que desencadena una guerra y las personas que finalmente se ven inmersas en ella.
El mar enterrado (2005)
Patricio Jara
Esta novela de historia-ficción narra las peripecias de un hombre derrotado antes de combatir, matizada con la semblanza de un soldado y de un grupo de marinos bolivianos que presenciará la toma del puerto de Antofagasta por parte de los chilenos. Es su regreso a casa a través de los Andes.
La obra está ambientada en el torbellino de revueltas políticas por pugnas de litigios fronterizos en el norte de Chile, en los meses previos a la guerra. Es en este contexto en el que emerge la figura de un erudito capitán boliviano que deberá abandonar la tranquilidad de los salones de instrucción asentados en La Paz para embarcarse rumbo a un hostil puerto encallado en un inhóspito desierto, que oculta un nido de almas y pasiones nacionalistas dispuestas a luchar con desenfreno por una causa que termina dejando sin mar a Bolivia.
Paz, un proyectocinematográfico
Charly Vargas

El director Charly Vargas prepara una cinta basada en la Guerra del Pacífico, cuyo título inicial Paz define su visión integracionista. Según informa La Tercera on-line, el proyecto comenzó en 2002 y no halló la continuidad deseada, pero de todas maneras no fue cancelado. La historia se refiere a un grupo de jóvenes del sur de Chile que se enlistaron voluntariamente para ir al frente de batalla, aunque sólo dos van a volver.
La idea es rescatar detalles poco conocidos sobre el conflicto, como la labor de los telegrafistas y lo peligroso que resultaba en la guerra unir dos cables para comunicar a dos ciudades, o la participación de muchos inmigrantes chinos.
Epopeya (2007)
Rafael Cavada

En marzo de 2007, la Televisión Nacional de Chile, a instancias de la Cancillería, postergó la exhibición del documental Epopeya de Rafael Cavada y Cristian Aylwin, que finalmente se exhibió semanas después.
El programa consta de tres capítulos, fue grabado en Chile, Perú y Bolivia, y muestra “las clases (de historia) a los niños y a la gente que va a por la calle”, según Cavada. “Grabamos en las plazas de armas de Lima, La Paz y Santiago y la gente nos contó su parte de la historia que, dependiendo del país, minimiza sus brutalidades y exacerba las de los otros”.
Para Cavada, el fin de su trabajo en la serie es eliminar las ignorancias que existen en Chile, Perú y Bolivia respecto de la contienda bélica. “El programa elimina esa ignorancia, la que existe en los nacionalistas exacerbados, y se limita a mostrar las visiones actualmente sobre la Guerra del Pacífico y cómo nos afectan en el diario vivir”.
La amarga historia en la óptica de Eguino
La película Amargo Mar (1984) de Antonio Eguino es una interpretación histórico-política de hechos y personajes de la Guerra del Pacífico. El expansionismo chileno del siglo XIX, apoyado por el imperialismo inglés, y la actitud de la poderosa oligarquía minera boliviana son reinterpretados críticamente, en una tesis que rescata personajes vilipendiados por la historia oficial, reconstruye episodios de combatientes poco conocidos y cuestiona a otros.
Un personaje de ficción, el ingeniero Manuel Dávalos (interpretado por Germán Calderón) y su enamorada una rabona —mujer que acompañaba a la tropa para preparar los alimentos—, tarijeña conocida como “La Vidita” (Enriqueta Ulloa), son los testigos conductores de este relato de intrigas y mezquindades.
De retorno de un viaje de exploración al Litoral, Dávalos alerta al presidente Hilarión Daza (Eddy Bravo) acerca de los inminentes peligros que se ciernen sobre la zona, ambicionada por los capitales chilenos y británicos. Al estallar el conflicto, Daza, a quien la versión tradicional presenta como el gran culpable, intenta movilizarse pero ya es demasiado tarde.
“Yo, al igual que los bolivianos medianamente instruidos —comenta Eguino en el portal de la Universidad de Santiago de Chile— sabía muy poco de lo que había sucedido en ese conflicto. Fue ese desconocimiento el motor que impulsó una investigación titánica. Todos sabemos que la historia la escriben los que vencen, los poderosos. En Bolivia sucedió que la oligarquía de la plata decidió qué se debe decir y cómo”.
Mar a la vista
Mientras aún se acomodan y terminan de ordenarse 16 instalaciones, performances y exposiciones marinas en la vieja casona del Tambo Quirquincha, se pueden apreciar ciertos sesgos interpretativos predominantes y llamativos.
Alejandra Alarcón presentará un video llamado Miss Litoral, en el que, con un fondo musical montado de la conocida marcha Recuperemos nuestro mar, se puede ver un concurso de Miss y Señorita Litoral de los años 80. En Postal desde el mar, Alejandra Delgado muestra una serie de tomas en las que se la ve a ella mirando el horizonte marítimo en la playa peruana de Huanchaco, como queriendo decir que el mar puede estar o no estar, que es algo circunstancial.
El peruano Paul Zelada en su obra Dos segundos en el mar desglosa una grabación de sólo dos segundos —en cámaras a diferentes velocidades— en la que se ve a una persona acercándose, perdiéndose, empapándose irremediablemente de mar. Alejandro Archondo prepara una instalación llamada In situ, que consiste en un paisaje lineal a modo de horizonte, que ofrece distintas perspectivas visuales mediante espejos estratégicamente ubicados.
Por andar de fiesta hasta perdimos el mar, parece ser el mensaje directo de la instalación de Juan Fabri y Mariela Arroyo, en la que se ven varias toallas de playa bordadas con lentejuelas. Completan la muestra los trabajos Terrimedáneo de Rodrigo Rada, que es una filmación de las costas de Copacabana desde el centro del lago; Son de mar es de Alejandra Andrade, quien grabó un CD con varias canciones sobre el mar, que junto con un glosario sobre los objetos necesarios para ir a la playa o a alta mar son un regalo para los visitantes de la muestra que abrirá hasta el 4 de mayo.
Fuente: www.laprensa.com.bo