Leer en el país del silencio
Por: Jedu Sagárnaga
Un día recibí una llamada telefónica: “Habla Jesús Urzagasti del matutino Presencia. Hemos estado recibiendo artículos suyos y publicándolos. Nos interesa el tema que viene desarrollando, así que lo invito a colaborar con nosotros. Tendrá un espacio semanal en nuestro periódico ¿le interesa?”.
¡Claro que me interesaba! Y quedé muy agradecido, pues tenía ganas de difundir mis divagaciones sobre el Mundo Andino precolombino; pero a la vez algo asustado, ya que había aceptado escribir semanalmente, cosa que no había hecho antes.
Envié mi primer artículo un miércoles, como se me había indicado, y salió el domingo; y así ocurrió los siguientes domingos, sin que yo terminara de salir de mi sorpresa por haberme convertido en un colaborador oficial del que yo consideraba el mejor medio impreso por aquel entonces.
Cinco o seis semanas después recibí otra llamada. Esta vez era una mujer. “Le hablamos del departamento contable del periódico Presencia. No ha pasado a recoger su cheque.”
“¿Cuál cheque?”, pregunté. “Usted ha recibido una invitación oficial a escribir —me respondió—; por ello el periódico debe pagarle mensualmente”.Me sentí feliz. ¡No sólo podía publicar, sino que me pagaban por hacerlo! No era mucho, pero en época de “vacas flacas”, cualquier mendrugo ayuda.
Mantuve mi columna por mucho tiempo, y hasta sostuve una interesante polémica con Juan Siles Guevara, historiador ya desaparecido.
Fue unos meses más tarde que conocí en persona a Jesús Urzagasti, y varias veces fui invitado a cenar a su casa. Jesús era afable, tenía una voz grave y la sonrisa fácil. No tardamos en hacer buenas migas. La primera vez que fui a su casa me obsequió uno de sus libros pero, irreverente e ignaro en materia de poesía o novela, apenas leí las primeras páginas.
Tuvieron que pasar 20 años para redescubrir a Urzagasti, de la mano de Rebeca Prada, una de mis docentes en la maestría sobre filosofía y ciencia política que estaba cursando. Confieso que aún soy ignaro en poesía y novela, y me he vuelto más irreverente con los años. Pero no pude ni puedo sustraerme al hecho de que los entendidos, aquellos de alma sensible, reverencien a Jesús Urzagasti como uno de los más grandes escritores que ha dado la patria. Su condición de “periférico” (dado que era chaqueño) le obligó a tramontar mundos en prolongados viajes no precisamente físicos y ello lo hacía alguien extraordinario. No es casual, por ello, que algunos de sus poemas figuren en antologías latinoamericanas y que haya sido escogido como uno de los diez mejores novelistas bolivianos.
Lo cierto es que uno nunca sabe en qué momento será tocado por alguien de tanta valía humana y profesional como Urzagasti, pero ese “toque” puede, sin duda, dar un giro a la vida, aunque sea de pocos grados. ¿Será posible el reencuentro? Si es así, espero, Jesús, que me enseñes cómo leer en el país del silencio.
Fuente: Tendencias