11/01/2012 por Marcelo Paz Soldan
Cuando los muertos se salieron

Cuando los muertos se salieron


Cuando los muertos se salieron
Por: Mauricio Murillo

Una novela de Ramón Rocha Monroy ambientada en Todos Santos, en la que vivos y muertos comparten la fiesta.
El destino de El run run de la calavera, novela del escritor cochabambino Ramón Rocha Monroy (1950), está marcado por sucesos peculiares. La novela se publicó completa recién después de la primera edición (Los Amigos del Libro), en la que fue omitida la segunda parte. Las siguientes dos ediciones, segunda y tercera, circularon junto a distintos periódicos nacionales. Su destino insólito, entre trágico y lúdico, parece plantearse como una extensión de la novela. La realidad extraña, posible y exagerada en El run run de la calavera parece haberse hecho carne en los sucesos que depararon su distribución.
INVASIÓN. La novela establece la atención sobre la relación que existe entre la vida y la muerte. El día en que empieza el relato es el 1 de noviembre, el Día de los Difuntos. Esa línea imperceptible que divide estos dos mundos es el espacio que instaura el libro, es en ese lugar, imaginario y casi inexistente, donde los vivos y los muertos se van a relacionar. Los difuntos, personajes muy importantes, reclaman al principio del libro el hecho de estar olvidados en un día tan importante, por esto deciden salir del cementerio a bloquear la carretera. De esta manera, la delgada línea que separa la vida y la muerte se desvanece para crear un espacio nuevo donde los cadáveres y sus familiares supervivientes comparten un territorio. Esta “invasión” quiebra la realidad. “Dios me perdone. ¡Creo que se nos salieron los muertos! –exclamó muy alarmado”.
CUERPOS DESENTERRADOS. Los muertos y su entorno se vuelven centrales. La división que claramente se instaura en la vida ordinaria se difumina a partir del Día de Difuntos y del olvido para crear una esfera donde vida y muerte comulgan, no se mezclan, sino que dialogan en un espacio lúdico que permite instaurar la ficción. Los muertos de El run run de la calavera tienen características singulares, entre cómicas y absurdas. Velan a un cadáver, se emborrachan, tratan de arreglar su apariencia carcomida por el tiempo, etc. Es por esto que es importante su imagen física. Las mandíbulas desencajadas, sin piel. Los pedazos escasos de cabellos empolvados. Las ropas desgarradas. Las costillas a la intemperie. En la novela los muertos son cadáveres que caminan. No son almas, ni fantasmas ni el reflejo de lo que eran cuando vivían, son verdaderamente los cuerpos que han sido enterrados y que salen de su tumba para recibir a sus familiares. Los muertos se exhuman a sí mismos (al estilo del video de Thriller de Michael Jackson). En el encuentro con los que viven no se plantean filosóficas cuestiones sobre el choque de realidad, sino que se experimenta directamente una borrachera en la que concuerdan estas distintas esencias.
DÍA DE LOS DIFUNTOS. En la novela, Rocha Monroy toma la festividad del Día de los Difuntos y la instaura en Pocona, pueblo en el que se desarrolla toda la trama, para mostrar justo esa relación cercana que existe entre los activos y sus familiares caídos. El autor exagera esto hasta lograr que los vivos y los muertos beban, velen y coman juntos. “Porque en este pueblo da lo mismo estar muerto que vivo, hijo. Ya todos se fueron a la ciudad y sólo quedamos los tercos y los muertos”. Pocona es el espacio donde es posible que los enterrados salgan del cementerio para perturbar las vidas de los que no han fallecido. Pero esto solamente se puede dar en el Día de los Difuntos y Todos Santos. El espacio y el tiempo privilegiados de la novela construyen un ambiente ficcional que posibilita el encuentro de estos dos extremos.
TIEMPO. En la relación entre estos dos mundos, dos condiciones, es importante ver cómo el tiempo se instaura de maneras distintas. El periodo de la muerte es otro, es diferente al de la vida. Es especial. En una escena de la novela el Tata Néstor, personaje que muere el 1 de noviembre que relata la novela, se encuentra con su hermano fallecido hace mucho y que es un niño. Un personaje le reclama al infante que salude a su hermano mayor. “Él es más bien el mayor –corrigió Néstor–. Sólo que no tuvo tiempo de aprender a hablar. Se murió de coqueluche cuando la guerra del Pacífico”. Así presenciamos cómo se desordena el tiempo en la muerte o, más bien, se reordena. Las edades se superponen en el más allá, la secuencia es otra. El tiempo, en estos días que se quedan los difuntos en la faz de los vivientes, es extraño, distinto, azaroso. Los vivos en la novela se contagian de este lapso, es así que la convivencia afecta a las dos naturalezas. Las aguas del río se detienen, los Santos salen de la Iglesia, los habitantes se dejan seducir por esos mundos extraños.
VIAJE. A partir del choque descrito, de esta interrupción, los mecanismos de la novela empiezan a funcionar para crear un libro delirante, humorístico y diferente. Los vivos y los muertos, en sus borracheras, siestas y velorios festejan la relación que existe entre lo vital y la expiración, que no se ensalza ni se sacraliza. Este viaje, el encuentro de estas dos naturalezas, tan alejadas y tan cercanas, permite una conversación particular. Las marcas de esta escritura se recrean a partir del desfase de los lados opuestos. A partir de este viaje, de los muertos fuera del cementerio y de los vivos a espacios distintos, la novela va a empezar a crear su propia poética. “La vida es un viaje. La muerte, nuestro destino”, leemos en la novela.
Fuente: Fondo Negro