Viajando por la escritura de Ana Rebeca Prada
Por: Mónica Velásquez
Una lectura de Estudios críticos, el más reciente volumen presentado por la escritora, crítica y catedrática de la Universidad Mayor de San Andrés.
Toda biografía es una bibliografía, dijo Piglia. Algo de esto parecen afirmar los libros Salto de eje y este último (que es su par) Escritos críticos, de Ana Rebeca Prada, al reunir parte de su trayectoria académica y vital en ensayos donde la palabra escrita ha anclado la experiencia. Es el mismo ojo el que lee los movimientos y libros de Mujeres Creando; la teoría propuesta por Kristeva; los trazos de artistas plásticas o la escritura de olvidados o marginales narradores bolivianos. Pero no es la misma mirada la que va transcurriendo de unos a otros. Las mujeres y las escrituras aquí abordadas nos suenan alteradas por el cincel agudo de un ojo que ha calado en ellas develando sus escondites; sus repercusiones político-textuales; sus retos apasionados al pensamiento. Los autores trabajados quedan con la impronta de un tránsito que los transforma, al develar en ellos sus efectos tanto textuales como contextuales. Cada objeto ha marcado a fuego a la lectora, la ha cambiado de sitio, la ha hecho producir un compromiso. Ése y no otro tránsito es finalmente la honestidad intelectual, la autenticidad existencial: dejarse afectar por otro, negarse a ser la misma.
ABRIENDO CAMINO. Llama la atención cómo la autora de Escritos críticos es capaz de detenerse en lo ya trazado de un mapa, fijado por las coordenadas de la academia, y cambiar de rumbo hacia búsquedas propias. Esto repercute e invita a repensar el lugar de enunciación de esta autoría; hay dos temas claves para empezar a leer cómo lee Ana Rebeca Prada: primero, el aprendizaje vital que se deja ver detrás del ejercicio, es decir el hallazgo con la subjetividad y con el lenguaje de uno, el propio, más allá o acá de las pautas institucionales donde este hacer se inscribe. Una especie de liberación del “deber leer”, reemplazado por el “desear leer”. Segundo, se propone una relación particular entre la cátedra y la investigación, más allá de la obviedad con que estos términos se juntan y se mencionan alegremente, en este caso un espacio detona, obliga a producir al otro, y apenas logrado tal cometido no se presenta el mismo como resultado acabado, sino como nueva pregunta que se someterá a diálogo, a cuestionamiento. Y he aquí una característica que celebro: en dicha encrucijada no yace solamente la enseñanza de un hacer, sino fundamentalmente la recepción de azarosos vacíos que aparecen en el aula para reclamar fuera de ella una intencionalidad, un proyecto, una respuesta, un modo de descubrir algo que sucede con otros, en conversación con una audiencia estudiantil, no considerada mero público de prueba, sino más bien reunión de mentes en formación, interlocutores, lectores. Ahí, la generosidad de un hacer que reclama rigor y otorga, a cambio, terrenos donde abrir caminos críticos.
ENTRAMADOS. Leer el mundo como texto, como lenguaje, acaba mostrando la movilidad de los sentidos, su errancia más que su permanencia a un sistema cabal que los acomode y los transmite sin problemas. Y más, también la labor del intelectual es percibida como un viaje, una digresión en medio de las palabras que organizan el día a día. De este modo, la escritura que nos ocupa acaba moviéndose de lugar, “encontrando su escritura” mientras deja de mirarla, distraída acaso por el sutil vuelo de otra escritura u otra lectura que se ha cazado en el horizonte de su incesante búsqueda. La crítica ahora construye un entramado donde significan también los huecos, los silencios, un hilván inacabado, pero sugerido, sugerente, significativo. Si cabe pensar una singularidad es la que anda justo en medio de una reconocida polifonía, la de una escritura donde el descentramiento cobra protagonismo. Quiero decir, elegir el fragmento por sobre el conjunto es justamente la cara con que una forma es fiel a su intencionalidad: al no situarse en el podio del que sabe, del que sentencia, del que indica y traduce los sentidos de la obra abre definitivamente una posición de diálogo, de discusión, de palabra provisoria, pero intensamente rigurosa. Una incisión en el estado de la cuestión, su propia apuesta de lectura.
PROYECCIONES DE LECTURA. Saldar deudas de la lectura con la memoria literaria, pero también morosidades simbólicas, es una manera conmovedora de ver cómo el ejercicio de la lectura académica instaura o hace visible un mundo ficcional justamente cuando se anima a recoger el hilo y pensar laberínticamente a ver qué minotauro puede despertar y hacer de nuestro tan familiar mundo otra cosa. Y es que si existe una convicción en estos ojos es la de una enorme potencia “alterizante de la literatura”, entendida como una singularidad que al no negociar con la política, el mundo o sus costumbres, logra hacer otro mundo, otro lenguaje. Ante tal llamado, la crítica no puede ser ni una certeza ni un acabado decir, sino más bien la escritura de un ensayo, de una conjetura, de un ir hacia… cada vez. Coherente con ello, estos artículos acaban frecuentemente con preguntas, con sugerencias más que con conclusiones. Cómplice con las errancias de MacLean o de Urzagasti, esta lectura-escritura está dispuesta a cambiar de perspectiva, y no sé si será por haber visto la vida desde el hombro paterno cuando niña o por haberse mudado de países y haber habitado los exilios o porque el hartazgo le susurró al oído un día que había otras formas de andar y otros caminos no previstos al ojo, pero en todo caso tuvo el aviso y lo tomó y se animó a cambiar de rumbo cada vez que así lo demande la vida. Conmovedora, en ese sentido, la narración de la timidez que le impidió hablar con Viscarra cuando se rozaron en algún paceño lugar, ese pudor que se detiene con respeto y plenitud ante una vida que no por comentada cree conocer o agotar, sino que pese a la admiración decide permanecer en silencio mirando alejarse de aquél, cuyas palabras han producido más de un desvelo. Será, tal vez, que a estas alturas de lo andado hay más duda que respuesta, más camino que sedentarismo, más temblor que escritura, más ganas de desentonar en la institución para viajar con el canto, el salto, la peripecia de lo aún desconocido, aún por leerse.
Fuente: La Prensa