Memoria de un Encuentro
Por: Claudio Ferrufino C.
Una crónica sobre lo sucedido y vivido en el VII Encuentro de Escritores Iberoamericanos realizado en Cochabamba este mes y organizado, como las anteriores versiones, por el Centro Simón I. Patiño.
Han sido días movidos, a no dudarlo. Ricos en sentido humano y literario. A pesar de que se eleven voces, desentonadas por vaya a saber qué fines –o que sustancias–, no se puede negar que la presencia de muy reconocidos autores extranjeros y los no menos –localmente– bolivianos, ha significado otro paso, un hito más, en esta campaña de intercambio cultural que auspicia el Centro Patiño de Cochabamba. Ojalá prosigan con ella, obviando las siempre presentes, y por lo general, nunca fundamentadas opiniones que la critican. Creo que se ha tratado de ocupar un amplio panorama, en cuanto a edad de los participantes, lugares de los que vienen, y no tanto ciertas similitudes temáticas en ese espectro que en primera instancia parecía enorme pero que supimos adecuar a márgenes más estrechos para poder discutirlos con el público luego de la presentación de ponencias.
RETORNO A LOS CLÁSICOS. Bajo el encabezado de “La literatura entre el amor, el sexo y la violencia”, siete autores intentaron indagar, explicar y exponer estos tres elementos desde diversos ángulos. Las dos primeras ponencias, de Santiago Gamboa y Claudio Ferrufino-Coqueugniot, terminaron complementándose, coincidiendo en nombres y haciendo un análisis más detallado en cuanto a su país el escritor colombiano, mientras el boliviano encaraba un campo universal. Todos coincidieron en la dificultad de hallar un resquicio para comenzar dentro de una temática que en verdad alcanza la obra escrita de la humanidad desde sus orígenes. Quizá por ello, y casi por unanimidad, exceptuando pienso Wilmer Urrelo, se recurrió a los clásicos, principalmente Homero en sus dos libros. El poeta griego abarca, según los autores, tal vez como nadie, la síntesis de los tres sujetos. Ximena Arnal, mientras hablaba del periplo de Odiseo, incluso se adentró en El cantar de Gilgamesh y El cantar de los cantares del rey Salomón. Marcos Giralt Torrente fue más subjetivo. Partió de la premisa de que fuera del amor él no pensaba haber tratado en sus libros los otros dos elementos: sexo y violencia. Sin embargo, a pesar de que en su obra íntima, la de las relaciones filiales, se oculta un tipo de violencia, aquella del abandono, de la inseguridad de la presencia paterna, de la lucha solitaria de la madre, creo que tiene razón, en el sentido de violencia y sexo que se trató durante las conferencias.
BÚSQUEDAS. Otros apostaron por imágenes más explícitas, como las que iban desde el cine norteamericano tipo B, con la espeluznante figura de Freddy, pasando por los desmanes gratuitos de los jóvenes en La naranja mecánica, o la extendida violencia y atrocidades de la guerra sucia en Colombia y los asesinatos de mujeres en Juárez, rescatando a Bolaño. Se trató la novela negra, perorando acerca de cuándo una novela violenta suele considerarse tal, y cuándo no, dando a entender que los límites que creó este género se han distendido y que hoy se acepta bajo esa denominación muchos tipos de literatura. Al respecto, conversando con Luisa Valenzuela, recordamos su magnífico libro Novela negra con argentinos, que nació a raíz de una beca Gugenheim, y que es un extraño volumen de crimen, ternura, miedos, dualidades incomprensibles pero tan terrestres. La profusión de nombres es larga y difícil de anotar; se mencionaron Arlt, Schwob, Cervantes, Caicedo, entre otros. Coincidiendo en que por lo general es casi imposible que una obra no tenga alguno de los tres sujetos, las charlas y las respuestas a preguntas del público versaron sobre todo en aspectos de la vida literaria de los autores presentes, sus rutinas, gustos, escritores y situaciones preferidos, obviando algo del tema en cuestión. El desconocimiento masivo del trabajo de los invitados impidió una discusión más específica, por ejemplo adentrarse en obras concretas. Podría haber sido la excelente novela El síndrome de Ulises, de Santiago Gamboa, donde el a veces delicioso, a ratos dolido y promiscuo ir y venir de un inmigrante colombiano en París, en busca de lo que por décadas han querido encontrar en la ciudad los artistas de afuera, detalla una característica de la emigración que es –junto al hambre– inmediata: sexo. O la ya mencionada de Valenzuela, donde un asesino por circunstancias oscuras va recuperando la historia de su acto como la creación de una novela.
ENCUENTROS. La uniformidad de las ponencias fue dada por el título del Encuentro. Algunos autores prefirieron disertar acerca de una historiación de amor, sexo y violencia en las grandes obras de la literatura. Sebastián Antezana, en acertada exposición, determinó, o sugirió si queremos, que el hombre moderno, aquel del Ulises de Joyce, no ha cambiado mucho desde el antiguo guerrero aqueo en la invasión a Troya, el primer Ulises. Al menos en estos tres aspectos tratados, el ser humano no ha cambiado en demasía. Su acercamiento a ellos es siempre moderno, siempre contemporáneo, así disten cuatro milenios entre Penélope y las antiheroínas de Elfriede Jellinek. Lo bueno de reuniones de esta clase, que en el Facebook ha sido atacada como de “intelectualoides, intelectuales mediocres” y en prensa como “mutualista”, etc., es que se interactúa entre visiones diversas del asunto literario, donde los escritores locales aprendemos de la experiencia ajena, mientras ésta, a su vez, se nutre del casi heroísmo que significa ser escritor en un país como Bolivia. Además del contacto entre personas, que excede aquel solo intelectual y que funda amistades entre individuos del mismo gremio. Una cosa es conocer a los autores a través de sus obras; otra, cómo son en carne y hueso, su calidad, calidez, estrategias de escritura, escuelas o experiencias. Igual a todos, cada uno, son seres con familias, historias, padres, hijos, amores. Las torres de marfil que por lo general cubren a los escritores del exterior se funden como si fuesen de hielo, dentro del grupo que los reúne con los nativos y también, afuera, con un público que en muchos casos tuvo un acercamiento de primera mano, como merece el proyecto.
COMPLICIDAD. No se puede, o debe, esperar más de un encuentro tan breve. No se busca resoluciones en algo así, sólo fundar las pautas de lo que tiene que ser progresivo y permanente: el constante aprehender conocimiento, consustanciarse con otras maneras de ver la vida y de describirla en palabras. Es importante que la biblioteca del Centro Patiño, previendo el interés y, por qué no, la nostalgia del efímero paso de estos notables visitantes, se hizo previamente de ejemplares de las principales obras suyas para ponerlas a disposición de los lectores en sus estantes. Prima despertar el interés. En la lectura primero, claro, pero a su vez en la diversidad. Estando presentes escritores como Luisa Valenzuela, Santiago Gamboa, y Marcos Giralt Torrente, se ha visto un masivo fluir de jóvenes bolivianos hacia ellos, preguntando, observando, admirando, como fuere, cierta gran literatura que de pronto se les ha puesto cercana, se les ha hecho accesible, amistosa, fraterna. En cuanto a los autores nacionales, un mismo ímpetu público –alegre diría– de conversar con ellos con más soltura, con un conocimiento próximo de su obra y la posibilidad de charlas profundas, íntimas, sobre sus libros y personajes.
HETERODOXIA. Ana Pizarro, escritora y ensayista chilena, dice, hablando del trabajo de Ángel Rama respecto a la cultura uruguaya, algo que puede ser aplicable a lo que se hace con estos encuentros iberoamericanos en Cochabamba: “la enseñanza de la literatura, la edición, la formación de un público, la falta de libros extranjeros es un tipo de enfermedad lenta cuyos efectos se hacen sentir cuando son incurables”. Lenta enfermedad que hay que evitar, y que dado nuestro aislamiento es altamente invasiva. Al menos con estas reuniones cabe la posibilidad de abrir ventanas hacia un mundo que avanza con una dinámica que sobrepasa el revertirse de la historia que en apariencia nos quieren hacer trajinar. Pizarro también rescata de esa vasta y fructífera lección que representan vida y obra del crítico su independencia de criterio, quien, a pesar de nutrirse de Marx, consideraba el derecho intelectual de ser heterodoxo. El escritor tiene que ser voz independiente que narre la realidad tal como sucede, no como deseen presentarla los detentadores del poder, de cualquier tendencia. Asunto que fue conflictivo para Ángel Rama (años 60) en una América que estallaba en conflictos revolucionarios. Y que aún lo es para quienes intenten la heterodoxia.
LOS PARTICIPANTES. De los participantes, y sin necesidad de entrar en detalle de premios y galardones, que muchos tienen, diremos que Luisa Valenzuela, de Argentina, es una prolífica escritora, con una treintena de libros y editoriales importantes que la avalan como notable representante de la literatura latinoamericana. Diversa y ecléctica, Valenzuela ha sido voz permanente del panorama nuestro. Acaba de publicar su última novela La máscara sarda acerca del posible origen sardo del general Perón, que obtuvo de oídas en una visita a Cerdeña. Libro que dará espacio a controversia, sin duda. Santiago Gamboa, de personalidad avasallante como sus libros, creo que ha mostrado en este encuentro la dualidad de ser un gran escritor y un hombre de acción al mismo tiempo, aportando a ese eterno dilema entre el escritor pasivo de la literatura en Latinoamérica y el práctico y vital de la anglosajona. Marcos Giralt Torrente ha puesto en la mesa un estilo y una temática muy difíciles de plasmarse con calidad en obra escrita. Lo ha hecho; ha sido ampliamente reconocido por ella. Vertiente literaria que desplaza los grandes escenarios y los hechos memorables para adentrarse en un complicadísimo intimismo que realiza con maestría. El hombre por dentro, también un universo extenso. Además de mostrar contento y asombro por un país, Bolivia, que lo impactó bien. Sebastián Antezana representa la dinámica actual de las letras nacionales. Activo, demandante, en búsqueda constante y sin términos que le permita, y ya lo ha hecho, hallar su propio paso. Joven novelista; la visión y el arrojo. Ximena Arnal con búsquedas de vacío e incesantes preguntas de una escritora que trashuma los límites de la ciudad de mano, o al lado, de personajes femeninos. Wilmer Urrelo, escritor de intensas-extensas novelas, detective privado, luchador enmascarado, presunto satanista, detalles “profesionales” de una vida que con dificultad es suficiente para su frenesí artístico y su bonhomía. Tremendo y divertido. Quien escribe: novelista, columnista, poeta, estibador y peleador callejero. La calle hace a la página, y viceversa. Ha terminado un Encuentro de Escritores Iberoamericanos más, que añade nombres de valor a los ya tantos acumulados. Queda esperar el próximo, y la sorpresa de los autores que desde el último/primer día seguro que empiezan a destacarse.
Fuente: Fondo Negro