Demencia senil
Por: Francisco Gámez Arcaya
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Esas son las primeras palabras de Cien años de soledad, un libro que ha dejado huella profunda e imborrable en muchos de nosotros. Contaba su célebre autor, Gabriel García Márquez, que hacia el final de su proceso de escritura, lleno de vivencias silentes que surgían ordenadamente en su cabeza, no tuvo otra alternativa que acabar con la vida del coronel Aureliano Buendía. Mientras escribía las últimas escenas, ya monótonas, del viejo coronel que se pasaba los últimos días de su vida haciendo pescaditos de oro, decidió, como amo y señor de su historia, que debía acercarlo a su fin. Le costaba acabar con ese personaje que ciertamente vivía entre las letras negras del papel, pero debía hacerlo. Era de noche cuando García Márquez terminó de escribir el capítulo donde ocurría el hecho fatal del coronel y subió a su cuarto temblando. Ahí lo esperaba su mujer, Mercedes, quien al verlo a los ojos, supo de inmediato lo que había pasado: “¿ya se murió el coronel?”, le preguntó Mercedes al tembloroso escritor. García Márquez, sin pronunciar palabra alguna, se acostó a su lado y lloró por dos horas.
En las últimas semanas, la prensa viene reseñando que al parecer, este grandioso escritor se nos ha ido. Paulatinamente, de forma casi surrealista, de a poco y sin despedidas, su mente ha entrado en un ocaso. Pasó de la luz más fulgurante a las tinieblas calinosas que lo adentran a un mundo sin retorno, a una realidad que solo él comprenderá. De acuerdo a lo publicado, García Márquez ha ido perdiendo la memoria, una forma elegante, tal vez, de decir que su mente está en un estado de confusa senilidad que le impide todo tipo de vida pública.
A pesar de ser una persona provista de dignidad, como cualquier otro ser humano, hasta que sus signos vitales cesen de forma natural, García Márquez se ha convertido, ha mutado. Dejó de ser el que fue. Esa mente luminosa en lo literario y a la vez oscura en el pensamiento político, esa pluma fantástica y poderosa, real y mágica, de descripciones perfectas y de prosa musical, nos ha dejado. Se esfumó. Se ha perdido en los misteriosos laberintos de la mente y hoy ya no es aquel escritor que fue. Su pensamiento se diluye y se recrea ahora en recuerdos inconexos, remotos y fantásticos. Presumo que está inmerso en realidades más próximas a aquellas florecitas amarillas que llovieron en Macondo cuando murió José Arcadio Buendía o a las cruces de aquel Miércoles de Ceniza que permanecieron de forma indeleble en las frentes de los diecisiete hijos del coronel.
El García Márquez que hoy se aleja, sin embargo, nos dejó su grandeza por escrito y para siempre. Hoy, es un vivo ejemplo de la obligación de todo hombre de dejar un legado, de gastarse la vida para cuando esta se nos apague, de la importancia de permanecer. García Márquez nos dejó sus obras para permitirnos vivir mundos mejores y para engrandecernos el espíritu. Desde este humilde espacio de opinión, mi admiración y mi homenaje a ese gigante inmortal de las letras latinoamericanas, a quien sus amigos llaman el Gabo.
Fuente: Lecturas