Entre la historia y el mal
Por: Alejandra Hubner
Una de las críticas más simplistas, quizás, que se le hace a Friedrich Nietzsche es la de ser el bastión lógico-filosófico sobre el cual nace el nacional-socialismo en la Alemania de los años veinte. Básicamente, se ha leído en su obra la reivindicación de la eliminación sistemática de los débiles. Sin embargo, estas lecturas suelen estar hechas fuera de contexto y esquivan el tema principal atacado por la filosofía nietzscheana, el cristianismo.
EL PSICÓPATA MODERNO. El personaje central de Diario secreto de Claudio Ferrufino-Coqueugniot parece surgir en medio del debate acerca de las relaciones entre el nazismo y una filosofía que propugna la institución de la sociedad a partir de un ideal de hombre. Cualquier lector más o menos interesado en el cine no podría evitar encontrar en el personaje de Ferrrufino un homenaje, una parodia (deslucida) del psicópata yuppie Patrick Bateman. Bateman, personaje de la novela American Psycho (1991) de Bret Easton Ellis (encarnado por un aséptico Christian Bale en la adaptación cinematográfica de 2000), nos entrega una lúcida imagen del psicópata moderno. Lejos de ser un marginado, Bateman es el epítome del éxito: adinerado, envidiado por los hombres y codiciado por las mujeres. Parecería ser que el perfil del asesino moderno es justamente el que se sostiene en la admiración de su entorno. De hecho, en Diario secreto recibimos no sólo la perspectiva del psicópata, sino también la de su entorno familiar y social; en ambos casos, si no trasluce la admiración ante la perversidad del joven, al menos existe una profunda fascinación hacia ésta.
LOS ORÍGENES DEL MAL. El psicópata que nos interesa aquí proviene de una familia acomodada de origen extranjero afincada en Cochabamba. Una gran parte de la narración se aboca a reconstruir su historia desde la infancia. Quizás uno de los episodios más sintomáticos de esta tensión entre el fuerte y el débil se encuentra en la tortura metódica que el niño inflige a sapos que se encuentran en los alrededores de donde vive. Si bien se nos relata las distintas formas de matar que practica con estos animales (los cuelga, les tira piedras), el cénit de este proceso mortuorio llega cuando decide empalar a un montón de ellos y verlos morir. Al mismo tiempo, el niño, ya de viejo, compara este recuerdo con lo que lee acerca de ciertas prácticas nazis en el campo de exterminación de Treblinka. Estamos ante una suerte de limpieza genérica, de limpieza de especies a favor de los más fuertes. No por nada las víctimas del narrador serán no sólo animales débiles, sino mujeres con discapacidades (particularmente las cojas) y en general cualquiera que afecte la sensibilidad del narrador. “Por coja tiene que pagar. Todos los cojos son perversos, malos; las deficiencias representan mutaciones malignas del cerebro”. En todo caso, parece ser que desde niño el personaje desarrolla esta intensa actividad depurativa estrechamente relacionada con el contexto del nazismo; entierra, por ejemplo, a unos sapos en una caja en la que dibuja una cruz gamada. Sin embargo, este interés no es tanto de origen ideológico, sino, más bien, histórico. Su fascinación hacia el nacional-socialismo surge por lo que lee en libros de historia. Por algo dirá, en algún momento en el que se ve imposibilitado de matar: “La Historia suplía mi falta de mal.” La historia lo obsesiona. “Creo que tengo un sentido trágico de la vida. De orígenes dudosos, pero tal vez el mal se encuentre en los libros de la infancia, ávidos de encajarme mensajes réprobos e incompletos, como dejando en mí la responsabilidad de resolverlos”.
EL SENTIDO DE LA HISTORIA Y LA MUERTE. Hacia el comienzo de la novela, el narrador nos refiere a unos grabados que encuentra sobre unos indios Sioux ahorcados en montón. No son Nietzsche ni el nazismo los precursores de la eliminación del débil, sino que la que construye y justifica esta idea es la imagen misma que teje la historia de la humanidad. El progreso se hace a costa de los demás. Cuando asesina a todos los sapos de su entorno, el narrador recrea el mismo gesto, que pasa por la desaparición de lo que no nos es favorable. Esta desaparición implica, obviamente, no sólo una desaparición física, sino histórica: “si no me puedo acordar, no existe”. Esto se encuentra en relación con lo que el narrador le dirá a su madre sobre las razones de sus actos. “No he de negar que disfruto, no, mas el quid está en la investigación, en la búsqueda de esa gran verdad o mentira que significa Dios. Si en algún momento tiene que hacerse palpable su presencia, es en la muerte”. Esta afirmación anuncia que, lejos de ser un psicópata ilógico, el psicópata de Diario secreto es, muy al contrario, el buscador de un sentido trascendente en el curso de la historia, de una presencia divina que pueda o no insuflarle alguna dirección a nuestros actos. Es, en otras palabras, el que desgarra su existencia en la premisa de Los hermanos Karamazov: si Dios no existe, todo está permitido.
Fuente: Fondo Negro