Sobre tumbas y héroes
Por: Marcelo Suárez R.
El autor de Jonás y la ballena rosada, Los aimaras están llegando y Yo, el obsceno presentó el miércoles en la XIII Feria Internacional del Libro su nueva novela titulada Tumba de héroes. Se trata de una historia inspirada en el caso Rózsa, aunque Montes aclara que ante todo es una ficción. El novelista habla de su obra y del heroísmo en la narrativa.
Tumba de héroes se titula la novela de Wolfango Montes Vanucci con la que firmó su nombre en la lista de autores que presentaron nuevos títulos en la XIII Feria del Libro de Santa Cruz.
Desde la misteriosa voz del viejo Murphy (el narrador), Montes transporta al lector a una historia ambientada en la ciudad de Cruz Alta, cuyos líderes enfrentan los embates que recibe de parte del oficialismo y prepara una defensa que está en manos de un ferviente movimiento nacionalista cruzalteño y de un excombatiente de los Balcanes, Sándor, que, traído desde el África, ha sido convencido por los miembros de dicho grupo para que salve la ciudad.
Montes advierte al lector que su obra es una historia de ficción y que cualquier semejanza con la realidad, especialmente con el caso Rózsa, es mera coincidencia. Su intención, sobre todo, es rescatar del olvido esa figura del héroe, tan venido a menos en la historia boliviana en los últimos tiempos.
– Buena parte de sus obras están inspiradas en hechos reales aunque al final sean ficción. ¿Procura encontrar siempre estos estímulos en la realidad para poder crear?
– Es parte de esas motivaciones que, generalmente, son buscadas por los escritores, pintores o directores de cine, ya que de ellas nos alimentamos para crear una obra. Lo que pretendo es construir un mundo a partir de un hecho que conozco y que fue el estímulo para comenzar a escribir. Tumba de héroes no es una novela histórica, porque los personajes y los hechos fueron construidos en mi mente. Yo la llamo novela de alto riesgo.
– ¿En qué sentido?
– En el sentido de que puede ser mal entendida, porque el novelista, al mismo tiempo que escribe sobre un tema actual, tiene la pretensión de escribir sobre algo eterno. Es decir, si la novela fuera sencillamente sobre el caso Rózsa, podría tener una vida muy corta, pero esta historia abarca todo. Yo lo veo más como un discurso sobre el heroísmo, sobre una sociedad en crisis que invoca a un héroe. Al mismo tiempo, trata sobre el destino que damos a nuestros héroes, porque los héroes se diferencian de las personas comunes en que no le temen a la muerte, ellos saben que van a morir.
– ¿Cuál es la idea que tenemos de un héroe en estos tiempos?
– Actualmente vivimos en un mundo sin héroes, pues la educación, la idiosincrasia y las diferencias culturales desaniman al heroísmo, pues nos reímos de él. El heroísmo puede caer en los límites de lo ridículo y es triste cuando se da eso en una sociedad como la nuestra.
– ¿A quién considera el último gran héroe de la historia?
– Uno de los héroes más típicos del siglo XX es Lawrence de Arabia. Ese tipo tenía todas las características y posiblemente fue uno de los últimos héroes que tuvimos en la civilización occidental. Era una persona con una causa que descubrió, se sacrificó y no admitió recompensas.
– ¿En Bolivia se puede hablar de personajes de este tipo?
– En una sociedad tan conflictiva como la nuestra siempre puede haber y crearse constantemente ese tipo de condiciones. El tema de la guerrilla del Che es uno de los mejores ejemplos al respecto. Claro que ahí depende de qué lado está uno para considerar quién es héroe y quién no. En todos los bandos puede haber héroes, en la derecha y en la izquierda, incluso en el nazismo y el fascismo. El nazismo tuvo héroes de la misma forma que tuvo la izquierda, por eso el novelista tiene que mantenerse neutro, porque si no, en lugar de basarse en la realidad, comenzará a escribir como cree que debería ser la realidad. Esa es la diferencia con la narrativa comprometida políticamente, aunque también existen los novelistas políticamente correctos; a esos no hay nada que reclamarles, por más que sepamos que sus obras son insípidas, porque su afán es dar gusto a todos.
– Tenemos un héroe clásico en la historia boliviana, Eduardo Abaroa, ¿usted cómo lo define?
– Eduardo Abaroa tenía la vocación heroica porque el héroe sabe morir. Abaroa murió con altura, aunque eso también es un peligro para el que escribe una novela, porque en una historia, cuando el héroe muere, puede generar un anticlímax.
– ¿En qué momento conviene ponerse en la piel del lector?
– Solo después de haber terminado el escrito. Si uno se pone en la piel del lector cuando escribe, corre el riesgo de intentar agradarle. Después de la última corrección uno tiene que ver en la obra aquello que no sirve, aquello que es más fruto del ego que de la literatura. El autor no tiene que aparecer mucho en una novela, a menos que la historia lo requiera, por que sino la obra será una confesión interminable.
– ¿Qué tanto ha madurado Wolfango como escritor?
– En mis últimas dos obras he percibido una madurez en el sentido en que mis personajes tienen más libertad. El mejor test para saber qué tanto ha mejorado uno como escritor es cuando te cuesta cortar el texto, es una evolución permanente en ese sentido.
– ¿De qué forma le ha servido su profesión de siquiatra como parte del ejercicio literario?
– Durante muchos años intenté mantener separados ambos oficios, porque el siquiatra tiende a tener una visión de acuerdo con las teorías que estudió. Para un freudiano, el mundo gira en torno a lo sexual; para el lacaniano, todo es lenguaje. Como siquiatra también tuve una evolución en el sentido de que fui haciéndome un modelo de trabajo; entonces, aproveché esa experiencia también en mi labor como escritor. He tenido pacientes que son verdaderos personajes, pero al final de cuentas la vida de cualquiera puede ser tan interesante como para formar parte de una obra literaria.
Fuente: Brújula