Fabiola Morales: “nadie está libre de su pasado”
Por Mauricio Murillo
En el marco de la XIII Feria del Libro de Santa Cruz, la editorial Nuevo Milenio presentará La región prohibida. Libro que contiene cuentos sobre el desencanto y las experiencias personales.
La región prohibida es el primer libro de la escritora Fabiola Morales. Nacida en Cochabamba en 1978, en la actualidad realiza una Maestría en Creación Literaria en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. La autora presentará su libro en la XIII versión de la Feria Internacional de Santa Cruz, hoy 3 de junio, a las 20.30, en el Salón Raúl Otero Reiche [y en Cochabambab, el 13 de junio, a las 20.00 en el Hotel Cochabamba]. El libro es publicado por la editorial Nuevo Milenio. Sobre la obra, dice su editor Marcelo Paz Soldán: “Las historias contenidas en él, ocho en total, son desgarradoras de principio a fin, pero no hay dolor al narrarlas, ya que Fabiola sólo tiene la obligación de contarlas, mas no de juzgarlas. La autora no toma partido en la historia que cuenta, lo hace con absoluta neutralidad”. A propósito de la presentación de La región prohibida, Fondo Negro entrevistó a la autora.
—¿Cómo surge la idea de escribir La región prohibida? ¿Los cuentos se escribieron de manera separada o pensando en un solo volumen?
R.- Desde un principio concebí La región prohibida como un conjunto homogéneo de relatos. Mi proyecto inicial era hablar sobre un tema —las enfermedades mentales— que a la postre ha pasado de manera intrascendente y que, sin embargo, preexiste y unifica de otra manera los cuentos que componen este libro. Empero, y como te dije, ese tema es ahora subyacente y secundario. Los relatos al final han encontrado su propio camino y coherencia. Otros lazos, pues, los unen.
—El desencanto, el paso del tiempo, la angustia, el futuro incierto están muy presentes en el libro. ¿Por qué el interés en tratar de desentrañar estos temas?
R.- Quizá por su condición un poco de tabú. La gente quiere ser feliz. Tendemos a pensar y recordar con embelesamiento sólo los momentos felices. El día en que tuvimos un hijo, nuestra boda, el tiempo en el que vivían los abuelos, la niñez ingenua —no me atrevo a llamarla inocente— cuando se idolatraba o se temía a los padres y la vida era mejor. Yo quería hablar, en cambio, de cuando la vida era peor, de cuando uno dudó y perdió, de cuando uno falló, del día en que uno dijo “no, no quiero” y luego no se arrepintió y quizá debió haberlo hecho. Porque muchas veces esos detalles olvidados, ocultos, guardados a cal y canto, son los que condicionan nuestro presente y, por lo tanto, nuestro futuro.
—En uno de tus cuentos dices: “Las relaciones hay que saber cuándo cortarlas”. ¿Las relaciones humanas, por ejemplo las familiares o de pareja, se experimentan necesariamente desde el dolor?
R.- No, las relaciones humanas no son dolorosas en sí, las relaciones humanas —las que sean: padres e hijos, amantes, amigos, etc.— mantienen un alto componente de placer, si no no existirían. Pero el placer, al que nadie se resiste y al que creo que todos somos adictos, entraña en sí una pérdida. Relacionarte con alguien es en esencia ceder. Eso puede hacerte inmensamente feliz o desdichado, o inmensamente feliz y desdichado a la vez.
—Entonces, la región prohibida es, como dices, ¿el lugar del otro, interior y exteriormente?
R.- Es el lugar que nos hemos o nos han vedado en algún momento. El que emigra, por ejemplo, veda su nido, no importa cuántas veces regrese a él, ya nunca más será el mismo. Luego está en aquello que proyectamos, los lugares a los que nunca hemos ido o los que nunca hemos alcanzado y que sin embargo añoramos. Ese mirar al norte, desear ser más yanqui, más europeo, más blanco, más rubio, más relacionado, más querido. La región prohibida es, también, como tú dices, el lugar del otro, la otredad que miramos con extrañeza desde nuestra individualidad ególatra y ensimismada, y que la mayoría del tiempo no logramos comprender. Esto nos lleva a transgredirla continuamente.
—En una parte de tu libro un personaje se pregunta: “¿El olvido es el purgatorio o el paraíso?” ¿Cómo afecta la memoria en nuestra vida?
R.- Una vez presencié cómo una amiga perdía la memoria durante unas horas. Yo estaba a su lado y podía ver la manera en que el rostro se le desencajaba en una expresión sin nombre. Me recordó a mi abuelo que murió con Alzheimer. Pero mi abuelo tenía 90 años y había sobrevivido a una embolia y mi amiga apenas se había tomado unos hongos. El efecto, lo sabíamos de sobra, pasaría en unas horas. Sin embargo, durante ese lapso mi amiga permaneció ausente, anclada en un limbo. Su cuerpo estaba presente pero no era ella. Recordaba mi nombre y el suyo, pero no sabía dónde estábamos, ni de qué me conocía o cuándo y cómo acabaría todo aquello. Su mente era un papel en blanco en el que uno podía escribir la historia que quisiera, pero que al cabo de un instante perdería sentido. La frase que vos mencionas la saqué de esa experiencia, de aquella noche loca, de las preguntas que ella me hacía y que yo me esforzaba por contestar tratando de armar una coherencia que al final siempre resultaba imposible.
—Muchos de tus personajes se van para no volver, huyen. ¿Cuánto afecta la idea de no poder volver atrás? ¿Cuánto nos pesa el paso del tiempo y el pasado?
R.- A los personajes de mi libro el pasado los obsesiona. Tratan de huir, pero casi nunca lo logran, porque están detenidos, viven cuestionándose, consciente o inconscientemente. Creo que, más allá de la ficción, nadie está libre de su pasado. Para bien o para mal, el pasado, que es precisamente aquello que ya no podemos cambiar, nos ha hecho lo que somos. Y esto no es una justificación barata para armar una telenovela cuyo epíteto sea “si yo hubiera tenido una infancia bonita, otro gallo cantaría”. Es simplemente un elemento de concienciación acerca de cómo nuestros actos presentes pueden convertirse en problemas futuros.
—En muchos de tus cuentos la lectura y el acto de escribir se presentan como telón de fondo. ¿Cuán importante es el mundo de la literatura para ti?
R.- La lectura es el lugar seguro, para esconderse, para evadirse y descansar. La escritura, en cambio, es el confesionario, te sientas tecleas y sufres (horrores).
Fuente: Fondo Negro