04/12/2007 por Marcelo Paz Soldan

Encomio de Roberto Echazú

BUENA LECHE ENCOMIO DE ROBERTO ECHAZÚ
Por Ramón Rocha Monroy
Ayer murió Robertito Echazú. Murió de hiperestesia. Cuando pregunto si la gente prefiere la hiperestesia o la templanza, por lo general no entienden lo primero y escogen lo segundo. Roberto Echazú Navajas escogió la hiperestesia.
Escoger es una exageración: para él la hiperestesia fue un destino, una fatalidad, como lo fue la poesía. Él no escogió el doloroso oficio de poeta: le cayó encima como una tortuga que se desprendiera de las garras de un águila. Y lo volvió clarividente. La luz de un nuevo conocimiento lo encegueció de tal manera que se dio cuenta de varias cosas tristes: percibió que de este mundo no podemos caernos, que somos una partícula de vida en el ápice de un instante, que nacemos condenados a empujar la roca de Sísifo, que estamos solos, terriblemente solos, que los únicos seres verdaderamente humanos son los hijos de la miseria, y que la única pulsión de vida que nos hace más humanos es el buen humor y la buena leche para aguantar las cosas de este mundo.
Por supuesto que esta vocación ineludible de Robertito por la poesía y la clarividencia comenzó a molestar al mundo.
A los hijos, a los jóvenes, a los amigos, les encanta que los soportes como si fueran tus enfants terribles, pero no toleran que te conviertas en un padre terrible. A tu cónyuge le encantaría que fueras comedido, pulcro, puntual, flaco y abstemio, que tu aliento oliera a eucalipto y no a vino, que no conocieras otro lecho que el de ella y que te hicieras escaso yendo a trabajar las ocho horas de los cinco días laborales y que fueras al mercado el sábado y cocinaras el domingo y no buscaras otro regocijo que bostezar en la tibieza del hogar.
Al Estado, lo dijo Platón, los poetas le importan un ardite. Los gobiernos te pueden dar pega pero sólo si te obligas a escribir discursos y memorias, encomios y libelos, editoriales y autobiografías que firmarán otros. La sociedad te convocará a sus horas cívicas y te ignorará por el resto de tus días.
Robertito Echazú Navajas murió de tanto vivir, pero, más aún, de sentir la vida con intensidad y dolor. De este modo, tarde o temprano tenía que sumergirse en el otro lado de la noche. Y, como dice Jaime Sáenz, en nombre de unos cuantos elegidos: “¿En qué consiste el otro lado de la noche? El otro lado de la noche consiste en que la noche, simple y llanamente, se te entra por la espalda y se posesiona de tus ojos, para mirar con ellos lo que no puede mirar con los suyos. Entonces ocurre una cosa muy rara: en determinado momento, tú empiezas a mirar el otro lado de la noche, y muy pronto llegas a comprender que éste se halla ya dentro de ti.”
Dudo que alguna vez se haya sentido tentado de volver del otro lado de la noche, porque Sáenz le había advertido lo que le esperaba:
“A tu retorno, el mundo te mira con malos ojos: eres un extraño, eres un intruso, y sientes en lo hondo que el mundo no quiere que lo contemples; lo que quiere es que te vayas y desaparezcas –lo que quiere es que ya no estés aquí. Y como al fin y al cabo el mundo eres tú, imagínate, tendrás que tener mucha fuerza, mucha humildad, mucho gobierno, para enfrentarte contigo mismo –vale decir, con el mundo.”