Conspiración del cometa
Por: Rubén Vargas
La súbita aparición —la palabra como nunca es la precisa— de Quando passa una cometa, edición bilingüe (español-italiano) del libro de poemas Al pasar un cometa de Jaime Saenz, implica por lo menos dos cosas. Una certeza y una sospecha. Primero, viene a certificar algo que ya algunos perspicaces lectores del poeta y narrador paceño (1921-1986) intuían: la inscripción de su obra en la literatura portátil. Segundo, la sospecha de que la famosa secta secreta de los Shandys que al promediar la segunda década del siglo pasado se constituyó en torno, precisamente, a la práctica y la promoción de la literatura portátil sigue, contra todo pronóstico, activa o por lo menos ha encontrado muy activos seguidores.
El volumen, hay que decirlo de entrada y a riesgo de la cursilería, es una pequeña joya: una miniatura que hace honor a la tradición más depurada de las artes gráficas. (A los felices poseedores de un ejemplar de esta limitadísima edición no puedo menos que recomendarles la inmediata adquisición de un seguro contra sustracciones.) En las páginas pares el libro reproduce los poemas que Saenz escribió entre 1970 y 1972 según la primera y hasta ahora única edición de 1982 (hoy, una verdadera rareza bibliográfica por la que algunos coleccionistas estarían dispuestos incluso a matar). En las páginas impares figuran las versiones al italiano del “ilustrísimo caballero don Juan el Pedro de la Coima”. En cuanto a la fecha de impresión del libro, no hay mayor misterio: enero de 2012, justo para la celebración de la fiesta paceña de la miniatura. El lugar de edición es en cambio deliberadamente misterioso: “Esta edición de Quando passa una cometa de Jaime Saenz —reza el pie de imprenta— se imprimió en Bolivia en la urbe de Santiago de Machaca o quizás más allá a orillas del gran lago Titicaca en la inmensa altiplanicie con el respaldo de los achachilas de la Cordillera Real.” Mis propias pesquisas me han conducido, sin embargo, a ciertos suburbios de la capital de la antigua provincia de Laricaxa. No puedo asegurar, pese a lo dicho, que el libro haya salido de esos incomparables parajes. En todo caso, el libro ha aparecido (de la nada, como un milagro del Ekeko) y eso es lo que verdaderamente importa.
¿Cuál es el lugar de Al pasar un cometa en la obra de Saenz? Hoy se puede asegurar enérgicamente que es su libro más portátil. En Vidas y muertes, volumen de narraciones publicado a pocos meses de la muerte de Saenz en 1986, figura el relato “Juan José Lillo”. Este singular personaje —que “tenía olor a yerba, a romero y a incienso, y también a humo”— era poseedor de una importante biblioteca, “miles de libros, de toda clase y de todo tamaño”. Por razones que el lector podrá enterarse mejor leyendo el relato, el cuarto en el que vivía y que albergaba sus libros fue reduciéndose dramáticamente hasta convertirse en un recinto en el que apenas cabía la menguada humanidad del inquilino. Esto, naturalmente, significó un serio problema para su biblioteca. Entonces Juan José Lillo tomó dramáticas decisiones. Narra Saenz: “Y por increíble que pueda parecer el total de los volúmenes de la biblioteca… fueron miniaturizados sin más por Juan José Lillo en persona, quien hubo de valerse de operaciones mágicas para ese efecto… Imponentes volúmenes de gran formato, de cuarto y hasta de medio pliego, quedaron reducidos a una dimensión de diez milímetros de alto por cinco de ancho, y el total de los libros, en número de cinco mil, encontraron cabida en un velador”. Pues bien, ese es el lugar, precisamente, de Al pasar un cometa: el velador de Juan José Lillo.
Ése es el dato más importante, pero no el único, naturalmente, que hace de Al pasar un cometa el libro más portátil de Jaime Saenz. Pero antes de seguir hay que decir algo de la famosa secta de los Shandys, esos “alegres conspiradores” que hicieron fe, precisamente, de la literatura portátil.
Las minuciosas investigaciones de Enrique Vila-Matas han dado lugar a su inapreciable Historia abreviada de la literatura portátil (1985). Ahí está todo lo que hay que saber. Para los fines de esta nota habría que indicar ligeramente que la sociedad secreta de los portátiles fue fundada en 1924 en Port Actif, en la desembocadura del río Níger, y quedó disuelta tres años después, tras un espectacular escándalo, en Sevilla. La primera condición para integrar este grupo era ser dueño de una obra artística portátil, es decir, una obra que fuera capaz de transportarse en un maletín.
Uno de sus fundadores fue, por supuesto, Marcel Duchamp, quien como se sabe andaba cargado de su caja-maleta que contenía reproducciones en miniatura de todas sus obras. Integró también la alegre pandilla de conspiradores Walter Benjamin, quien junto a la proeza de hacer caber 100 líneas de su diminuta caligrafía en una página diseño y construyó una máquina para detectar cuáles libros eran portátiles y cuáles no. Francis Picabia, Alberto Savinio, Scott Fitzgerald, Berta Bocado y Rita Malú, Valery Larbaud (por supuesto) y la sombra de Paul Morand (recorría en trenes de lujo la iluminada Europa nocturna con su famosa maleta-escritorio) figuran entre sus conspicuos miembros.
Hay otros rasgos que también identifican a los portátiles. Por ejemplo, la tensa convivencia con el doble. (Saenz, dicho sea de paso, a lo largo de su vida dibujó compulsivamente autorretratos, una forma innegable de convivencia con su doble.) Los Shandy también profesaban una abierta simpatía por la negritud (¿alguien se animaría a leer bajo esta luz el “Intermedio” de La noche de Saenz?) y se comportaban como perfectas “máquinas solteras”. No hay tiempo para entrar en detalles: la máquina soltera es un invento de Marcel Duchamp y a él hay que pedirle cuentas al respecto.
La misteriosa aparición de la edición en miniatura de Al pasar un cometa traducida a una lengua europea, un diminuto y bello objeto que superaría sin mayores trámites la severa prueba de la máquina de Benjamin, permite pensar que la conspiración Shandy sigue en marcha. En este caso, no sólo importa el tamaño. Al pasar un cometa es la obra más leve de Saenz. Su poesía es una poesía de largo aliento: libros-poema que persiguen sin tregua ni distracción una imagen. Al pasar un cometa no. Está hecho de poemas sueltos que el tiempo antes que su autor ha compilado. Muchos de ellos son poemas de amor, alados y entrañables poemas de amor. Y algunos son descaradamente humorísticos. Y otros concentran en unas pocas líneas transparentes toda la densidad del mundo saenziano. Son pues perfectos poemas portátiles. Y hoy, esos poemas han encontrado, entre las dos cubiertas de un objeto-libro, la manera perfecta de seguir viajando.
Fuente: La Razón