La vida en medio de las luces de la modernidad
Por: Rodrigo Urquiola Flores
A veces sucede que nos olvidamos que la vida no es necesariamente una carrera en la que obviamente perderemos al llegar a la meta. Mucho más si uno vive en una ciudad. Una ciudad cualquiera cuyas luces refulgen al caer la noche. Hay luces por doquier cuando anochece en esta ciudad, en los automóviles que corren por las avenidas, en los semáforos, en las luminarias que alumbran las plazas, en las linternas de los policías que vigilan los callejones, en las farmacias que atienden las veinticuatro horas. De eso habla, de ese olvido, sin hablar de ello precisamente, El año de Saeko, la última novela de uno de los más célebres autores japoneses de la actualidad, Kyoichi Katayama.
Kyoichi Katayama inició su carrera literaria en 1986 con la publicación de la novela Kehai ganadora del Premio Bungakkai para autores noveles, pero su fama se elevó a niveles insospechados por el mismo autor tras la publicación de su novela Un grito de amor desde el centro del mundo que, traducida a múltiples idiomas, inspiró además una versión cinematográfica, una serie televisiva de mucho éxito y fue ilustrada como cómic manga. Esta novela, además, se convirtió en la novela japonesa más leída de todos los tiempos con más de 3,5 millones de ejemplares vendidos.
En El año de Saeko, Katayama retoma el estilo sencillo y eficaz que utilizó en Un grito de amor desde el centro del mundo, para narrar una extraña historia de amor que desemboca en la locura y concluye en la resignación. Es un romance de tres. Saeko está casada con Shun’ichi, un programador informático aficionado a fotografiar gatos. Se conocieron de una manera poco usual, ambos vivían en un edificio de departamentos para solteros y él la escuchaba llorar cada noche desde su habitación hasta que un día se decidió a invitarle curry para cenar. Un encuentro sencillo, un acontecimiento develado por el azar que, visto de lejos, parecería intrascendente, cambió la manera en que ambos vivían. Se enamoraron y se casaron. Vivían una vida tranquila y sin sobresaltos, guiada por una –tal vez incluso dulce– monotonía bien planificada hasta que Izumi, la hermana de Saeko, les hace una petición especial. Entonces todo cambia aunque, en el momento en que esto sucede, ninguno de los dos se da cuenta de lo que realmente está pasando. El peligro pasa inadvertido, el miedo es algo posible pero que finalmente se desconoce. ¿Cuál es la petición?, no es algo que alguien podría pedir como favor a cualquier integrante de su familia un día cualquiera pero, a pesar de que suene contradictorio, quizás un familiar pueda parecer el mejor candidato para hacer algo así.
A Izumi le extrajeron la matriz y no puede tener hijos. Shun’ichi estuvo casado antes de haber conocido a Saeko y lo que ocasionó su divorcio fue su negativa a tener un hijo. Hay un curioso juego de espejos entre Izumi y Shun’ichi. Izumi veía tener hijos como algo ajeno a ella hasta que le extrajeron la matriz, entonces, empezó a desear tener un hijo propio. A Shun’ichi el tener hijos o no tenerlos nunca le pareció de vital importancia aunque, después de su compromiso con Saeko, su visión trasmutó. No es que los deseara fervientemente pero ya no pretendía huir de ello, es más, por Saeko estaba dispuesto a llegar incluso más allá de sí mismo, lejos de su propia conciencia. Esto es el amor, parece decirnos el relato, algo que escapa a toda lógica, algo que no puede ser encuadrado dentro de los campos de la razón, algo que te invita a vivir un absurdo, algo que hace que el dolor sea bello. El amor por Saeko despojó de sus antiguos conceptos racionales a Shun’ichi y, en el lugar vacío que ahora quedaba, en su mente probablemente, se posicionó aquella matriz que le extrajeron a su cuñada.
Saeko y su esposo, entonces, aceptaron tener el hijo para el cual Izumi y Toshio dieron su aporte genético en una clínica de Corea del Sur declinando ir hasta los Estados Unidos y contratar a alguna desconocida para que sirva de vientre de alquiler. La paz de ese hogar se contaminó con la aparición de una tensa espera. Un nuevo ser estaba formándose en el vientre de Saeko, un ser del que ni Shun’ichi ni la mujer que llegaría a darlo a luz eran padres. La razón repite una y otra vez que ese nuevo ser jamás será de quien lo tuvo, pero el instinto corporal la contradice, el cuerpo reclama ese ser como propio. La encrucijada que desemboca en la locura.
Japón es uno de los países más modernos del planeta. Los avances tecnológicos y el ritmo de vida son acelerados. La novela de Katayama, sin embargo, nos dice que las personas que viven en un país como éste todavía son seres humanos como todos los demás que habitan la Tierra. Seres humanos con miedo a la muerte, con miedo a la misma vida. El año de Saeko nos dice que entre el bullicio de luces aún hay un bebé que gatea para crecer.
Existe un romance de tres, pero es un romance extraño. No es el amor cruel o el sexo herido que se ha venido convirtiendo en un cliché en nuestra narrativa actual particularmente. Es algo distinto. Un respiro, un retorno a la cadencia de la sencillez. ¿Qué sucede cuando una pareja se enamora de un bebé que no es suyo pero que crece bajo su techo, dentro del cuerpo de la mujer? Ganas de escapar, tal vez, ganas de gritar y de correr y de huir. Los padres genéticos de la criatura están ahí, esperando por un bebé que también aman, ¿cómo se les explica lo que jamás pensaron que sucedería? ¿Qué sucede cuando se alcanza este límite y ya no se sabe adónde se va ni de dónde realmente se viene? ¿Es el instinto más poderoso que la razón? ¿Hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar por amor? Son algunas de las preguntas que provoca la lectura de esta novela.
Fuente: Ecdótica, publicado también en Fondo Negro.