La primera constelación de Mitre
Por: Adolfo Cáceres Romero
Eduardo Mitre, en la primera parte de su libro De cuatro constelaciones, cuya segunda edición apareció en diciembre del 2005, con el sello editorial de “Nuevo Milenio”, analiza la obra poética de Ricardo Jaimes Freyre, como “La escritura del eco”. ¿Por qué del eco?, me pregunto. ¿Eco de qué? ¿De los sonidos? Mitre comienza su estudio extrañado de que una obra poética “comprendida en sólo dos libros: Castalia bárbara (1899) y Los sueños son vida (1917)”, a pesar de la repercusión lograda, sea objeto de “una frecuente valoración restrictiva”. Comienza con los juicios de Oscar Cerruto, para quien Castalia bárbara –“con catorce poemas, a los que podrían agregarse algunos de Los sueños son vida, “Anadiodema” y “Las víctimas”–, es lo más representativo de Jaimes Freyre. En valoración de Arturo Torres Rioseco, Jaimes Freyre también es “Poeta de un solo libro”: Castalia bárbara. Concretamente su autor: “pasará por él a nuestra gloria literaria”. De eso no cabe duda. Pero lo que nos llama la atención es el juicio de Luís Monguió, que dice: “las poesías de Castalia bárbara, con toda su belleza de forma, en su mayoría carecen de contenido y de significación que nos conmuevan inmediatamente”. No tomaríamos en serio tal afirmación si acaso quienes hasta ahora se ocuparon de Castalia bárbara no sólo afirmaran que se trata de un poemario bello por la forma, inspirado en la mitología nórdica, musical, pero que no dice nada, a partir de “Siempre”, el soneto que lo abre. Borges mismo lo cita, en el prólogo de La cifra (1981), como una “poesía puramente verbal”, aclarando que “No quiere decir nada y a la manera de la música dice todo”. Así es precisamente, la música lo dice todo, aunque no usa palabras para ello. El caso es que Castalia bárbara es música de palabras, pero no de palabras vanas.
Nadie advierte que ese soneto, “Siempre”, es un canto de apertura al gran canto épico lírico que es Castalia bárbara. Al ser épico, nos narra de personajes y sucesos que cobran vida, a través de los 14 poemas que lo componen; lo que implica que cada uno de estos 14 poemas son acápites de un todo; poemas que se hallan unidos por un hilo conductor que se hace incomprensible para quienes sólo se deleitan con la musicalidad de los versos de Jaimes Freyre. Hasta Mauricio Souza Crespo, que se ha aproximado con asiduidad a la obra de este poeta: Lugares comunes del Modernismo, aproximación a Ricardo Jaimes Freyre (2003) y Ricardo Jaimes Freyre Obra poética y narrativa (2005), cree que Castalia bárbara es un poemario; lo propio ocurre con Blanca Wiethüchter y su equipo de investigadores, en la Historia Crítica de la Literatura Boliviana (2003). Mitre se halla más cerca a su esencia épica cuando dice: “Tan encontradas opiniones pertenecen al ámbito del gusto y de las preferencias personales, pero creo que las mismas resultan restrictivas, pues tienen a menos varios poemas que entrelazan temas y tramas determinantes en su obra”.
Claro que entrelazan temas, y no varios, sino todos los poemas de Castalia bárbara se hallan entrelazados. En cuanto a los gustos y preferencias personales, cabe aclarar que los poemas no se gustan simplemente con los sentidos, como lo han estado haciendo hasta ahora sus críticos: sólo con el oído. Poemas como estos se gustan con el espíritu. Por otra parte, un poema no lanza un mensaje a su lector. No es tan simple cuando se habla de la expresión poética. Un poema es lo que es y basta. Expresa lo inefable y se lo percibe con toda su subjetividad, si es lírico; pero jamás lanza mensajes. Lo que nos brinda Ricardo Jaimes Freyre en Castalia bárbara va más allá de lo lírico. No olvidemos que él también era narrador de cuentos y hasta investigó la historia del Tucumán colonial. A la manera de los rapsodas, tenía bastante que evocarnos y lo hace a través de los versos de Castalia bárbara. Leopoldo Lugones, el prologuista de la primera edición de este libro, se refiere a Castalia bárbara como un solo poema. Así, luego de ponderar su gestación, dice: “Con este mismo criterio optimista y quimérico se ha producido el poema Castalia bárbara, que da su nombre al libro. Pero aquí la poesía de los ensueños pálidos ha sentido encenderse en sus pupilas un relámpago de misterio y de muerte. La mitología escandinava, fantásticamente varonil, le ha sugerido extrañas evocaciones. En rigor de lógica, debería esperarse, dado el tema, una intervención de la plástica. Inténtalo el poeta, en efecto; mas la obsesión del misterio lo arrastra, y continúa siendo impersonal e interno. La única determinación individual que se permite son algunos nombres y estos casi siempre como atributos de oraciones cuyos sujetos son colectivos. Apenas Lok en “El canto del Mal” y Thor en “AEternum vale”, aparecen actuando personalmente. El poeta no los describe; deja que el lector se figure cómo son, por lo que obran y dicen”. Obran y dicen que los héroes también aman, sufren y mueren, como los humanos.