Imágenes de un ‘Aparapita’
Texto por: Irina Soto-Mejía
Fotografías: Fernando Cuellar
Decir adiós, volverse adiós, es lo que cabe
Jaime Saenz
El teatro es la experiencia de las sensaciones: dolor, vida, muerte y olvido ocurren a escasos metros de uno. Eso que tanto tememos, esa felicidad que no creemos alcanzar, está a tan solo unos pasos, y se desvanece después de un corto periodo de tiempo. Por eso, el teatro es experimentar, sentir eso que es tan efímero, y luego vamos a olvidar. Y con ‘Aparapita’, nunca mejor dicho: “La muerte es el olvido”.
Hace ya varios días, ‘Aparapita’ de Mondacca Teatro se exhibió en Cochabamba, y luego de reseñas tan certeras, como la de Mijail Miranda Zapata, sólo viene al caso hablar de una pista muy interesante que nos deja ese “conjunto de imágenes, olores y sonidos inician el viaje por parajes tan reales como malditos, tan oníricos como reveladores”. Las imágenes de la puesta de escena son soberbias, ni más ni menos. Se debe reconocer el cuidadoso trabajo en fotografía de Fernando Cuéllar, un nombre resaltado entre los créditos de la producción.
Las luces, las sombras y las velas en escena recrean el verdadero espíritu del aparapita, toda la iluminación y escenografía juega con esos conceptos, con el Diógenes que busca algo con la luz de un mechero. Esa búsqueda entre la oscuridad, alimentada por el alcohol, el alcohol que arde y quema. Quema mucho más que gargantas, mucho más que los problemas. Quema hombres, y los enciende a la vida. A otra vida.
En escena, el alcohol es también esas latas de alcohol caimán pendiendo siempre del techo. El alcohol que se consume, y que al final, es también inalcanzable, porque está ahí, lejos, a la misma altura de los sueños.
Además de ser Saenz, Aparapita de Mondaca/Teatro es una poesía visual. Toda una experiencia para los ojos para los oídos, y seguro, también para el corazón. Por eso, más que palabras, viene al caso la imagen a través de las fotografías.
Fuente: Ecdótica