Esos fantasmas
Por: Cecilia Fernández
Violenta. Así podríamos calificar a la segunda novela del escritor Wilmer Urrelo Zárate, pero pecaríamos de mezquinos. También podríamos decir que es intrigante, apasionante y rabiosa, y aún así nos faltarían palabras. Así que, haciendo caso omiso a demás descripciones que bien pudieran aumentar o quitar valor a la obra, me quedo con dos calificativos: violenta y, sobre todo, buena.
Instalada en una La Paz ochentera y noventera, Fantasmas Asesinos abre (sí, esa es la palabra: abre) un estilo casi inédito en las novelas bolivianas escritas hasta la aparición de Urrelo Zárate. Y es que los fantasmas de la novela -y los militares y los policías y los maleantes y los violadores- actúan de una manera tal vez demasiado “alegre” y sin restricciones en una historia que muchos ya se saben de memoria: la historia de un asesinato de un niño en la década de los ochenta y la obsesión de un idiota y los orígenes y desenlaces de la obsesión de aquel idiota. La historia, dividida en tres partes, evoca, a través de los monólogos de un perturbado muchacho de dieciséis años, las peripecias de un hombre con labio leporino, el amor y el pasado trágico de un policía, las conversaciones electrónicas entre una migrante y su hijo, y las perversiones de un tipo apodado Cacas, una historia policial que mezcla tanto elementos políticos y religiosos como ambiciones literarias que -de eso estoy segura- son el paradigma de esta nueva generación de escritores (cómo olvidar aquel episodio en el que Javier Ugarte encuentra el volante de convocatoria a un Concurso de Primera Novela y las piernas le tiemblan; ¿cuántos escritores jóvenes no se habrán identificado con aquella escena?).
Fantasmas Asesinos es una novela fulminante, iracunda, excesiva y ambiciosa, en la que su autor no se limitó en la utilización de los más clásicos y novedosos recursos y estructuras literarias. Y hago hincapié en este punto ya que, más tarde -o tal vez “un poquito antes”- varios autores nacionales tuvieron el valor de avezarse por caminos más arriesgados y, por lo tanto, mucho más pedregosos que los antes explorados por nuestros bien amados “clásicos de la literatura nacional” (ahí tenemos las poco lineales obras de Rodrigo Hasbún, la “numeración” invertida de los capítulos de Lluvia de piedra de Rodrigo Urquiola, los pies de página de La toma del manuscrito de Sebastián Antezana Quiroga, la segunda parte de Academia Europa de Bryan Mamani, y tantas otras obras que en estos momentos deben estarse gestando en las computadoras o libretas de los nuevos escritores bolivianos). Así de fácil: Fantasmas Asesinos es una novela de esas que no se conforma. Que piden más. Que desea ser igual o incluso mejor que todas esas novelas que la inspiraron. (Y aquí el Vargas Llosa de La ciudad y los perros y Conversación en la catedral parece estar amenazado).
Pero también hago una pausa en este “encomio” de la gran novela de Wilmer y menciono el gran error de la obra: la conversación virtual y correos electrónicos entre Richi Ugarte y su madre. Según tengo entendido, el autor quiso demostrar que los fantasmas de Javier, de la Morsa y los fanáticos religiosos alcanzaban a todos los seres relacionados con él y que, como ocurre con toda obsesión, quitárselos de encima sería algo imposible. Craso error: la novela perdió “circularidad” y aquel “dato desconocido” que hace que toda obra, en vez de explicarnos el mundo, nos diga que no sabemos nada de él y que debemos seguir buscando. Pienso -y también muchos otros lectores- que la obra hubiese ganado más con la exclusión de todas esas páginas baladíes e innecesarias. Por el bien de la obra y del autor, esperemos que la segunda edición (o la primera traducción) excluya todos esos episodios.
Termino diciendo que Wilmer Urrelo es un autor con pulso de viejo y genio de viejo más viejo. Obsesivo. Afanoso. Profesional. En estos momentos estoy leyendo El Cliente de John Grisham y me doy cuenta que el horror y la tensión son algo universal. Y Wilmer, como pocos autores nacionales, maneja con gran pericia “esa cosita llamada suspenso” y se acerca bastante a la universalidad. Albricias: un autor boliviano se ha dado el lujo de querer sobrepasar a sus maestros.
Está demostrado que Urrelo está a la altura del género que hizo famoso a Doyle, ahora cabe la pregunta: ¿estará Hablar con los perros a la altura de Wilmer Urrelo?
Fuente: Ecdótica