El torturador y otros cuentos
Por: Mauricio Rodríguez
Chéjov era valiente. Carver, Borges, Cortázar. Poe cayó como valiente, con espada en mano. Ahora toca hablar del actual libro del Premio nacional de cuento Franz Tamayo: El torturador y otros cuentos. Como se intuye el primer lugar se llevó el cuento «El torturador» (en «otros cuentos» está un compendio de las tres menciones: «El aburrimiento del Chambi», «Fresco perezvelasqueño», «Una cueca frente a la celda de Regis Debray»).
«El Torturador», de Mauricio Murillo inicia con una cita de un cuento de Roberto Bolaño: «Siempre intentó escapar de la violencia aun a riesgo de ser considerado un cobarde, pero de la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar» («El ojo silva»). Luego está el inicio que me hizo recordar al Quijote. El narrador del Quijote dice que encontró un libro que fue escrito por un tal Cide Hamete Benengeli que narra la historia del Quijote. Entonces el lector no estaría leyendo el escrito de Cide Hamete Benengeli sino la traducción del narrador. Una suerte de texto dentro del texto con correcciones, opiniones.
En «El torturador» sucede algo parecido: «La siguiente historia se la contó mi abuelo a mi padre y éste me la contó a mí». Este artificio es utilizado para darle verosimilitud al relato, también profundidad. Y, poco a poco, el narrador nos cuenta una historia que debía ser sórdida: el abuelo en su juventud vivió en Argentina. El abuelo se hizo amigo del hijo de un escritor argentino (Leopoldo Lugones). El abuelo descubrió que el hijo del escritor argentino era torturador. El abuelo se fue de la Argentina. El abuelo recibió cartas del torturador. El abuelo descubrió que el torturador ideó máquinas de muerte. Fin del cuento. No hay horror. No hay sobrecogimiento. No hay desesperanza. Tal vez el mayor problema del cuento es que no genera ninguna sensación. La anécdota torturador-hijo-de-escritor-idea-máquinas-de-muerte no causa lo que los griegos llamaban catarsis y lo que Borges llamaba «una revelación que no se produce».
No se puede negar que en «El torturador» existen ciertos niveles interesantes: el torturador tiene el mismo nombre que su padre: Leopoldo Lugones. Literatura y horror son equivalentes. El torturador se obsesiona en el intento de construir una máquina que vuelva invisible lo visible, destruir el cuerpo, la imagen. Otra vez la equivalencia: la literatura se encarga muchas veces en volver invisible lo visible. También hay algunos guiños a Borges, Swedenborg y otros filósofos.
De las menciones queda poco por hablar: 1. «El aburrimiento del Chambi» trata de una manera jocosa las brutalidades que comete un policía. La intensidad que logra es mayor a la del «El torturador» pero también cae en otros problemas: falta de estructura, frases reiterativas que no llevan a nada, descripciones algo inútiles. Un cuento sobrecargado que necesita de edición. 2. «Fresco perezvelasqueño» de inicio empieza mal. En el título se especifica que el cuento no es cuento: es un fragmento de novela: «Fragmento de la novela inédita RFI». ¡No es cuento! ¡No será cuento! ¡Jamás fue cuento! ¿Por qué este fragmento de novela salió mención de honor en el Premio nacional de cuento Franz Tamayo? Me reservo la respuesta. Vamos al texto: un intento de larga descripción de lo que es la Pérez Velasco. Residuos de Jaime Sáenz, de Lezama Lima, de Arturo Borda. Relato lento. Tortuoso. 3. «Una cueca frente a la celda de Regis Debray» es un título que prometía mucho pero que aporta poco. Es un relato acerca de unos músicos tarijeños y pare de contar.
Algunos datos: en esta versión de cuento (2010) sólo participaron 65 personas muy por debajo del promedio de las anteriores versiones (180 personas). En esta versión el jurado estuvo conformado por Patricia Alegría, Claudia Pardo, Mauricio Souza, Eduardo Cassis, Álavaro Pérez (en realidad es Álvaro Pérez [N. del E. quien ganó el XXXV Premio Nacional de Cuento Franz Tamayo con El Germán Beltrán] pero hubo un error de edición en el libro). En esta versión las menciones sólo fueron tres (en las anteriores versiones hubo un promedio de nueve menciones para su publicación).
Fuente: Ecdótica