08/03/2011 por Marcelo Paz Soldan
Sobre el Exilio voluntario de Ferrufino-Coqueugniot, el exilio verdadero

Sobre el Exilio voluntario de Ferrufino-Coqueugniot, el exilio verdadero


El exilio voluntario
Por: Mauricio Rodríguez Medrano

«Si algo dura más de seis meses o es un embarazo o no vale la pena», dijo el Subcomandante Marcos como personaje en la novela Muertos incómodos, que fue escrita a cuatro manos con Paco Ignacio Taibo II. Esa frase es una ironía a la misma lucha zapatista que se alarga hasta nuestro días. Entonces: lo que dura más de seis meses vale la pena. Entonces: un exilio que se prolonga diez años vale la pena.
«El exilio voluntario», empieza con una hoja que marca el tiempo: «1998-2008». Luego está el vacío, la hoja en blanco. Luego está el tiempo entrelazado al espacio: la descripción, la narración. Luego está el tiempo que se quiebra y prevalece la narración sin un espacio determinado: El pasado es una hebra que es tejida con el presente, con el futuro que es duda, y el personaje transita por sus recuerdos hasta el cansancio. Los recuerdos como una tierra de nadie, como es el exilio verdadero.
Esta novela fue escrita por Claudio Ferrufino Coqueugniot. Ganó el Casa de las Américas 2009. La compré por casualidad en los libros usados del Mercado Lanza, al lado de una carnicería. La versión que poseo tiene errores de empastado. La tapa fue pegada al revés. «Robaron este libro de la editorial», me contó el vendedor por lo bajo. «Aunque no fue un robo. Nadie lo quería».
Empecé mi lectura en una banca de la plaza Murillo. En sus páginas pude encontrar a Faulkner, a Joyce. Pude encontrar a Kerouac, a Bukoswsky. Pude encontrar la melancolía de los migrantes que recuerdan en flashes a su tierra natal, a sus mujeres: una tela de encaje, unas piernas blancas y suaves, un beso, saliva y tierra.
Las voces de los personajes saltan como en un hervidero, se hacen ágiles, describen, callan, son reemplazadas, regresan, regresan, regresan. No es necesario una trama: así como es el exilio, la diáspora, las situaciones empiezan y a veces no tienen final. De lejos, la mejor novela boliviana de este siglo que recién comienza. El autor es suficiente maduro para trabajar con la palabra con paciencia.
Sólo queda recomendarla, y oír alguna lejana canción en una chichería, todo de madrugada cuando nada tiene un contorno real.
Fuente: Ecdótica