“Viaje a lomo de tigre”: buscando un acuerdo entre el cielo y la tierra
Por: Ricardo Bajo H.
Viaje a lomo de tigre, doce ensayos sobre el idioma chino (editorial Universidad de Guanajuato, segunda edición, 2006) de la paceña Moira Bailey es un libro apasionante, que engancha, que te abre la mente hacia un mundo desconocido, hacia un pueblo como el chino –sabio y milenario, lleno de secretos y acertijos-, hacia una lengua “hecha de callejones invisibles”.
Moira vive en México pero ha enseñado literatura en la UMSA. Cultiva el ensayo y esta aproximación al chino y su universo es el fruto de sus estudios de mandarín realizados en la Universidad Normal de Nanjing. Pareciera –dice Moira- que la intención del chino fuese separar a la gente y no acercarla que es el propósito más claro de las lenguas cuando son compartidas. Pero el estudio del mandarín –el idioma más hablado del mundo- le sirvió a la autora para conocer mejor al pueblo chino, para acercarse a sus valores, a su cultura, a su manera de estar en la vida.
La versión clásica del chino mandarín y sus miles de caracteres es todavía utilizada en Hong Kong y Taiwán, siendo practicada por los calígrafos. Mao Tze Dong simplificó su escritura (perdiendo gran parte de su riqueza y belleza). Sus dialectos son tan diferentes que dos personas chinas que hablen mandarín pueden llegar a no entenderse. En China todo el mundo puede comprenderse por escrito pero el idioma oral es otra cosa.
A Moira Bailey lo que más le fascina del chino es la unión entre poesía, pensamiento y pintura (a través de la caligrafía) que no se da en otras lenguas en las que los filósofos raramente escriben poesía. En China, hasta los políticos como Mao cultivaron la poesía con respeto y dedicación.
Viaje a lomo de tigre también es un libro sobre el tiempo, el amor, la poesía (con referencias a poetas de alto vuelo como Tu Fu, Wang Wei y Li Po) y la amistad con la excusa de los caracteres chinos. Y sobretodo es una invitación irrechazable para viajar. “Recomiendo a cualquier latinoamericano ir a China como experiencia imprescindible, nos han hablado siempre de la riqueza de Europa. La relación amor-odio con Estados Unidos tiene consecuencias psicológicas importantes. Conocer entonces un país que no es primermundista como la China pero sí antiguo y rico, en el que se ven a veces situaciones parecidas a la nuestras pero a la vez diferentes es una experiencia sin igual”. dice Moira en la entrevista con el mexicano Edgar Reza que abre el libro.
La escritura china evoca ideas, no reproduce sonidos. Para designar la negación o la palabra no, se utiliza el ideograma de un pájaro con una raya horizontal que significa el límite que es el cielo, porque se sabe que un pájaro que vuela al infinito se convierte en algo que no existe. Los elementos de la naturaleza como el sol o la luna aparecen constantemente. Existen por lo menos 1.600 caracteres actuales relacionados con la madera, por ejemplo. Así la melancolía está descrita con el símbolo de otoño con un corazón debajo, por la idea de la tristeza que trae consigo la caída de las hojas. Así el chino tiene un valor poético intrínseco. El ideograma que designa el verbo tener –“uno de los verbos más prosaicos en sociedades más competitivas e individualistas” dice Bailey- muestra una mano que coge algo que está en la luna, “devolviendo a este verbo aquel sentido de intimidad y conquista que en otros idiomas perdió hace tiempo”.
Las lenguas son las casas de los hombres y la poesía, su más alta expresión. Para Lu Ki, poeta chino del siglo III, la poesía es buena en sí misma y su acción es tan benéfica como el agua o las nubes. Los poemas son un medio para volver a la naturaleza porque esta es el origen de la vida y de las ideas. Y junto a la poesía, “el arte de la guerra” en la paz. Y un capítulo especial dedicado al clásico de Sun Zi: la constante dualidad entre lo bueno y lo malo, sacar ventaja en la adversidad.
Moira aborda de manera amena y didáctica los grandes valores chinos: la luz interior y la importancia del conocimiento como victoria sobre uno mismo; la flexibilidad; la discreción sabia; el culto a la reserva; la vida interior (“el hombre de espíritu noble oculta su brillo”, decía el poeta Li Po); sus inventos (el papel, la polvora, el reloj, la correa); y el tiempo vasto e infinito (con el pasado perfecto). La fotógrafa Susan Sontag decía, al respecto de la concepción china del tiempo: “lo que hace diferente a los chinos es que viven simultáneamente el pasado y el futuro pues su tiempo lo abarca todo”. Todo el universo chino se puede resumir en el cielo: la virtud como meta. Los chinos, dijo otra vez Henry Michaux, son una raza que trata de buscar un acuerdo entre el cielo y la tierra. Y en eso están.
Fuente: Ecdótica / Le Monde Diplomatique