CLAUDIO FERRUFINO-COQUEUGNIOT
Por: Iván Castro Aruzamen
Es mayo. Voy a ver a Claudio Ferrufino-Coqueugniot. El apresurado invierno acaricia las manos y pómulos de hermosas estudiantes. Claudio está en la vereda de la calle Jordán, en actitud de esperar, con esa doble espera del que espera y del exilio voluntario. Este escritor se fue como muchos y ahora apoya en sus viajes de ida y de vuelta o de vuelta y de ida, toda su sabiduría, sus culturas, su ironía, su soledad, su madurez y su memoria.
En Claudio hay una curiosa sencillez, propia de todo escritor comprometido con su oficio. Sus bigotes de morsa y su vestir, pasan inadvertidos, de tan sutiles. “Aproveché unos días de vacación para venir a ver mi padre”, comenta. Los estudiantes pasan raudos fuera del restaurante. Este escritor habla como en sus escritos –críticamente y con vehemencia- de Evo Morales, de García Linera, de política, del país, de literatura. “Yo creo que la mujer en nuestra sociedad, tiene un poder catalizador”, afirma. “Conozco a un escritor español, que hace años escribió un libro interesante sobre Bolivia. Y no hace mucho me dijo: “Esto ahora no es como antes ¡es una mierda!”.
Comienza a fluir un tiempo cosmopolita y provinciano, que es el tiempo en el que se inscribe este lúcido y mordaz escritor, uno de los mejores novelistas bolivianos de nuestro tiempo. En su prosa periodística no ha dejado títere con cabeza dentro del gobierno actual. Montes Vanucci en Pelotas, Brasil, Carvalho Oliva en Santa Cruz y Ferrufino-Coqueugniot en Denver, Estados Unidos, son los últimos testigos literarios de una Bolivia que se desarma y se hunde lentamente en el lodo izquierdista. Claudio se salva en su obra bien trabajada y su tiempo bien vivido, a pesar de la distancia y el exilio voluntario. Me muestra, la última edición vasca de su novela ganadora del Casa de las Américas 2009.
Toma café exprés. Qué peregrinación sus visitas a Bolivia a Cochabamba. Habla siempre de la Bolivia real. Qué mañana más transparente para llegar al escritor esencial que mira al tiempo nuestro, a este universo miope de un país entregado por ahora a una necia política del arribismo y los lambiscones; a pesar de su exilio voluntario su mirada está cargada de muchas horas para leer y escribir, mientras otros (políticos pluri) se disputan como buitres unas migajas del efímero poder político. A un hombre así, a un entendedor de las cosas y de su raza, de la hibridez de su cultura y compleja realidad del país, se le deja vivir en el exilio.
Salimos al frío de una mañana cochabambina, que siempre la he visto un tanto apoteósica y tediosa. Caminamos por las calles de la Universidad, Claudio, su bolsa de libros y yo. “Henry Miller me causó una sensación agradable, placentera, cuando lo leí hace años. Hasta creo que me quedó algo de su estilo. Mira, Iván, yo creo que aquí en Bolivia hay mucha gente que sabe de literatura pero muy poca que entiende de literatura”. Qué lapidaria visión de este erizo y su pensamiento centrípeto, digo, siguiendo a Isaiah Berlín.
Claudio Ferrufino-Coqueugniot es un escritor único, lúcido, irónico y directo, que representa la conciencia ética y estética de muchos bolivianos. El escritor avanza despacio bajo el radiante sol de esta mañana, llevando en su bolsa de plástico tanta riqueza de vida, de palabra, de obra ¿Cuánto le cuesta al país mantener un político (Presi, Vice, ministros, viceministros, gobernadores, alcaldes y directores generales? Un ojo de la cara, una fortuna que se usurpa a los pobres, a los más necesitados y débiles. En cambio al escritor, al gran escritor, se le mata de hambre toda una vida, en suma, el escritor no le cuesta nada a este país. Adiós abril, adiós mayo, adiós Claudio.
Fuente: Ecdótica