02/21/2011 por Marcelo Paz Soldan
Reseña de Barriomundo de Jaime Nisttahuz

Reseña de Barriomundo de Jaime Nisttahuz


Barriomundo
Por: Mauricio Rodríguez Medrano

Los niños ya no juegan con pelotas de trapo ni rompen vidrios, ni escapan hacia el cerro para ver las nubes, recostados en la tierra, ni recogen piedras para guardarlas en latas debajo de sus catres, ni en la noche se acurrucan en una esquina para esperar el día, porque la lámpara de kerosene se apagó y todo es oscuridad y, a la vez, todo es el reverso de la vida: la oscuridad aún hoy se parece a la muerte o es la metáfora de la locura.
Barriomundo contiene esas sensaciones, esas obsesiones. Jaime Nisttahuz se propuso desmitificar la infancia, desmitificarlo todo. Según me contó el autor y haciendo un poco de memoria, aunque mi memoria es una reunión de fragmentos que apenas resisten al tiempo, escribió Barriomundo en una vacación que luego tuvo que alargar, para poder concluir un momento de la vida de Ulises, el personaje principal de la novela. También están sus amigos Ciro, Aquiles, el tío Homero y un lorito llamado Tiptop.
Varios de estos nombres hacen alusión a La iliada, La odisea. Y no es casual que el tiempo de la historia sea un año y transcurra en un barrio, aunque con pequeñas incursiones al cerro, al campo, porque esta obra también se remite al Ulises de Joyce (Lopold Bloom y Stephen Dedalus recorren Dublín durante un día): la aventura de un hombre que tiene como mayor suceso recorrer la modernidad sin alejarse del pasado.
Barriomundo es la odisea de un niño que está a punto de salir de la infancia y entrar a ese mundo extraño de la adultez; ese transitar por el barrio (el pasado que está siendo desplazado por una modernidad tardía) y conocer sus secretos, sus fiestas, sus personas: los padres, los ancianos, los locos, los amantes, hombres que construían quimeras porque su realidad, la realidad del adulto, era tan parecida a un ciudad casi desierta y habitada por fantasmas y gobernada por la dictadura o presidentes sin rostro. Y la gente sólo podía escuchar aquéllos discursos en la radio.
A través del acto de la escritura y, sobre todo, del narrador se puede notar esa modernidad tardía: las voces se entrecruzan con un estilo que fue utilizado ya por Rulfo, ya por García Márquez, ya por Vargas Llosa en lo que se llamó el pre-boom y boom latinoamericano (Barriomundo se publica en 1993 con un tiraje de mil ejemplares, varias décadas después de lo que fue el boom); un narrador que cuenta una historia aferrándose al pasado, a la descripción de los últimos barrios de antaño en La Paz, a pesar de que una ciudad postmoderna empieza a alzarse a su alrededor.
Y a la par, la narración frecuenta lugares poco comunes de la narrativa boliviana de aquélla época: el humor. Ulises se enfrenta a la muerte, al sexo, a la desilusión de saber que no existe magia alguna en la realidad, su realidad, siempre con humor: “¿Y cómo castigará Dios, no?, Ulises. Pero a quiénes… ¿A todos? A los pecadores pues. Pero quién no es pecador. Las peladas que dibujas. Lo que espías a tu hermana mayor cuando se desviste… Y lo que miras a tu mamá. ¿Acaso vamos a estar todos fregados?”.
Basta decir que Barriomundo no es una simple novela infantil donde los personajes se comportan como niños aniñados. Es una novela y punto. ¿Por qué pasó desapercibida por los críticos o no se encuentra en cánones de lectura de la narrativa boliviana? No lo sé. Yo me quedó con la última frase que dice el loro Tiptop en un barrio agonizante que aún tiene esperanza, pero que al final, como todo en la vida, desaparecerá: “Krr. Wiva. Wiva… Krr. Wiva. Wiva Dios, karajo.”
Fuente: Ecdótica