Barco a la deriva
Por: Mauricio Rodríguez Medrano
Borges siempre fue afecto a Edgar Allan Poe. Edgar Allan Poe fue afecto a escribir relatos policiales y de terror. También fue afecto al alcohol y a su prima. Julio Cortázar dijo que Poe fue el creador del cuento moderno. Dijo que en sus relatos, “de la totalidad de elementos que integran su obra, sea poesía, sean cuentos, la noción de anormalidad se destaca con violencia… A veces hay un festín de caníbales en un barco a la deriva”. Tal vez esta última frase podría servirme para presentar la primera Antología de cuentos bolivianos de terror. Pero la presentación sería corta. Prefiero referirme a anécdota de cómo fue concebido este libro. Perdonen si relleno algunas partes con ficción. Tal vez sea lo mejor.
A Daniel lo conocí en el atrio del Monoblock. Recuerdo que ese día me prestó Las invenciones de Morel, de Bioy Casares y antes de despedirnos me dijo: “Mierda, hermano, estoy recopilando cuentos de terror”. Lo tomé más en serio una tarde, mientras visitábamos a Don Jaime Nisttahuz, cuando me dijo: “Mierda, hermano, sigo recopilando cuentos de terror”. De eso ya pasó casi un año. En todo ese tiempo, en forma esporádica me llegaron noticias de esta Antología. En un primer momento llegaron a existir más de 40 autores, que Daniel había visitado para recopilar cuentos de terror de todo tipo: terror con monstruo, terror sin monstruo, terror con mujeres desnudas, terror sin mujeres desnudas, terror psicológico, terror en el fricasé, terror a lo desconocido, terror que no es terror o terror que se acerca al horror o al miedo. De todos esos cuentos Daniel separó los que más se acercaban a lo que es el terror terror, ese género que los académicos desdeñan, que los que se consideran escritores en serio desdeñan, que los lectores en serio desdeñan, al igual que fueron desdeñados esos supuestos subgéneros bajos de la literatura: relatos policiales y de humor.
Después de esa primera compilación quedaba un cabo suelto: ¿Quién se interesaría en publicar una antología boliviana de terror? Hubo dos propuestas que Daniel me refirió: una editorial cartonera y Gente Común. De éstas la más viable era la editorial cartonera. Fue grata la sorpresa cuando Daniel me contó que por algún milagro o fumada poderosa Gente Común iba a publicar la Antología, eso sí, con una condición: un editor se encargaría de revisar junto a Daniel los textos que conformarían toda la obra. Tal vez porque su nombre aún no resuena en el círculo de escritores. Con seguridad Daniel se fue a encomendar a algún dios de la mitología andina o nórdica o judía o cristiana-apostólica-romana para que el editor que fuera asignado hubiese leído algún cuento de terror. La suerte acompañó a Daniel: Willy Camacho fue el editor. Y digo suerte, no porque Willy sea un erudito en la materia, sino porque Willy Camacho toma en serio la literatura. Es un escritor que trabaja con la palabra, la respeta, juega con ella y se acerca a lo que Edgar Allan Poe había iniciado con la explicación de su poema El cuervo: la escritura como un esfuerzo intelectual y no mera inspiración. La escritura como trabajo. La última vez que vi a Daniel, me entregó la primera Antología de cuentos bolivianos de terror. Festejamos porque al fin tomaban en serio a un escritor joven, no por amistad con la editorial, más bien por el producto recopilado que tendrá sus aciertos y desaciertos, como dijo Ricardo Bajo en una reseña sobre la Antología. Y de algo estoy seguro: la mayoría de los autores que integran esta obra siguen una tradición: la escritura como labor. La última vez que vi a Daniel me dijo: “Mierda, hermano, por fin salió el libro”. Ahora puedo decir: salud.
Adjunto un cuento de mi autoría (pondría otros mejores pero no tengo el consentimiento de los demás autores) que se encuentra en la Antología para ofrecer al lector un vistazo de lo que contiene esta obra.
EL CUARTO
¡Carajo, ayúdame con la puerta! Deja la escopeta de lado. No tiene carga. ¡Virginia, a la mierda con papá! ¡La puerta está cediendo! Deja de temblar, por Dios. No mires por la ventana.
Una mosca camina entre las pestañas.
¡Pásame la barra de metal! No te quedes allí sin responder. ¡Virginia! Por Dios… Escúchame. ¡Los golpes aumentan! Sólo debes voltear hacia tu costado y pasarme la maldita barra de metal. ¡Virginia, no decidas hincarte y apoyarte en la pared!
La mosca frota sus patas traseras. Luego camina hacia la oscura abertura de los labios.
¡La puta que te parió, Virginia, no te quedes inmóvil! Estás tan blanca como la sábana que cubre a papá. La noche no permite que vea tus ojos. La lámpara apenas resplandece. La sangre se secó en tu cabello. Arrástrate hacia mi lado, por favor…
La mosca mueve la cabeza. Los ojos diminutos reflejan las manos tendidas en el suelo de madera, también la abertura de la puerta.
Una de las bisagras cedió. Se alejaron del umbral, pero volverán en cualquier momento. Quiero estar a tu lado Virginia. ¿Recuerdas cuando espantábamos a los cuervos? Papá decía que era un mal augurio. Y no le hicimos caso, y ya ves.
La mosca vuela alrededor de la lámpara. El zumbido es intermitente y atenuado por los gritos que provienen de afuera. El cuerpo palpita, al principio leve, después deja escapar siseos de la boca.
Virginia, dime que escuchas los pasos. Se acercan. Retumbarán por toda la casa. ¡Debimos hacerle caso a papá! Ahora la camioneta ya no funciona. ¿Ves las nubes que cubren la luna? Por favor… No me dejes en esta plena soledad… Acércate. Quiero sentir tus labios. ¡Virginia, la otra bisagra cedió! Por Dios… ¡¿Por qué tuviste que entrar a esa casa abandonada?!
La mosca golpea con la lámpara. Cae muerta al suelo de madera del cuarto vacío. Tiene un ala quebrada, la cabeza carbonizada. Todo está en silencio. La oscuridad va desapareciendo. En el horizonte la luz de la mañana clarea el cielo. Una de las patas de la mosca se mueve y el cuerpo se arrastra hacia el umbral de la puerta.
Fuente: Ecdótica