07/16/2010 por Marcelo Paz Soldan
Crónica de un almuerzo literario

Crónica de un almuerzo literario


Crónica de un almuerzo literario
Por: Willy Rocabado Aüe

La mesa era un lujo por la compañía. A mi izquierda estaba Juan Terranova, escritor argentino cautivado por los misterios esotéricos del trancapecho de “Las islas” al que comparamos con los sándwiches de bondiola que se ofrecen a la rivera del Río de la Plata, allí cerca de la zona más exclusiva de Buenos Aires, en esos placeres se había sumergido, noche antes, de la mano de Edmundo Paz Soldán, que se ubicaba, ahora en la mesa, entre Liliana Colanzi y Tico Hasbún. El debate se formó en torno a la cantidad, consistencia y sabores de los picantes nacionales: se hizo un análisis comparativo entre las nacionales llajua y el picante de maní que acompaña a los anticuchos y el chimichurri gaucho, infaltable pareja de asados.
A mi derecha se sentó Diego Trelles Paz, peruano, Ph. D. en Literatura que ejerce la docencia universitaria cerca de Nueva York, quien explicó en qué consistían las “polladas” peruanas que la señorita Laura hizo tan populares desde su popular espectáculo televisivo Laura en América; Diego contó que son reuniones en las que los asistentes acompañan la cerveza con pantagruélicos pollos, hasta que las primeras se acaban (lo que puede ocurrir algunos días después) y que estas reuniones tienen el fin de recaudar algo de dinero para fines que van desde comprar una puerta hasta una parte de algún pasaje que permita intentar el sueño americano.
Al frente estaba, recién llegado a Bolivia (vacaciones, creo) Rodrigo Hasbún, el Tico de siempre, que profesa un vegetarianismo implacable, nacido de un profundo respeto hacia los seres vivos, que miraba con interés la ensalada que estaba sobre el plato de la artista plástica Alejandra Alarcón, sentada a su lado. Se retomó el tema de los picantes, pero fue Trelles quien entabló un diálogo sobre las sutiles diferencias entre los rocotos peruanos y sus primos locotos con el editor de finas maneras Bernardo Quiroga.
Los comensales atacábamos la comida preparada y decorada con exquisito gusto: res bañada en salsa dulce de frutos rojos del bosque, surubí en salsa de tres quesos, un “tapeque” de ensalada rusa hecho con masa de panqueques y una breve porción de brócoli aliñado con cebollas. Delicioso. Leonardo de la Torre iría a repetir el tapeque, mientras que los comensales vaticinaban el final del pulpo Paul y de sus predicciones futbolísticas.
El único que faltó en nuestra mesa, para que la charla sobre gastronomía fuese oficial, fue el óculo di vitro que charlaba manjares imaginarios a un par de mesas de distancia. El almuerzo ofrecido a los escritores, periodistas y amigos, en el marco del VI Encuentro iberoamericano de escritores en los jardines del Centro Simón I. Patiño, terminó con una coreografiada salida de los participantes ante la inminencia de la última de las semifinales de la copa sudafricana.
Cuando todos ya se iban de prisa, todavía alcancé a quedarme con Alfredo Bryce Echenique, el Maestro, bajo la sombra de los árboles, a charlar un momento sobre la curiosidad que tienen naturalmente los periodistas latinoamericanos, me aseguró que en esta parte del mundo tenemos mejor periodismo que en Europa pues allá, me dijo, “tienen tanta satisfacción de pertenecer al primer mundo que tienen una mirada muy alta de ellos y muy baja de los demás” que, además, han perdido la frescura y las ganas de indagar sobre cualquier tema, mientras que los latinoamericanos, dice, escribimos con un “complejillo de inferioridad, pero somos más cultos, más universales y todo nos interesa porque venimos de diferentes culturas”
Mientras Bryce hablaba y yo tomaba notas sobre cuán útil es hacer crónicas que tengan trasfondos literarios, las diminutas hojas seguían cayendo de los frondosos árboles sobre nosotros ¡Buen provecho!
Fuente: Ecdótica por medio de La Ramona