La vida en bicicleta
Por: Ramón Rocha Monroy
Ayer la Editorial Kipus me mostró la tapa de un libro que entregaré este 10 de julio y que titula La vida en bicicleta, una colección de las columnas que escribí en mangas de camisa, de buen humor, con el ph alcalino y procurando hundir cada palabra en su sitio, como hace un buen zapatero con las tachuelas que clava en una suela.
La entrega será colectiva, como parte del VIº encuentro de escritores iberoamericanos, que convocó el Centro Simón I. Patiño, cuya máxima atracción será la llegada de Alfredo Bryce Echenique, aunque hay también enorme expectativa por platicar con los jóvenes escritores argentinos Diego Trelles y Juan Terranova. Oficiaremos de anfitriones Eduardo Scott, dos veces ganador del Premio de Novela “Alfaguara”, Manuel Vargas, veterano las lides narrativas y este servidor, cuyo ojo de vidrio se comerá pero tardará en dirigir la tierra.
La vida en bicicleta es un libro ligado a este matutino, como que uno de sus párrafos destacados, algo así como la carnada del anzuelo, dice lo siguiente: “Hace décadas que mantengo una relación conyugal con mi bicicleta; quizá por eso cuando otro la monta le hallo guiños, gemidos y meneos desconocidos que, naturalmente, despiertan mis celos.
Y entonces entiendo a don Juan Casas, viejo portero del diario donde trabajé hace 20 años, que respondía con una frase olímpica a los prestamistas de bicicletas: “Cosas de montar, no se prestan.” Ni Horacio, en la cumbre del verso latino, lo hubiera dicho mejor ni con menos palabras.”
Si fuera caricaturista o tuviera la peregrina idea de representarme para la posteridad, idearía una bicicleta que en lugar de manubrio tuviera un teclado de computadora, o bien una máquina de escribir, el cepo inicial al que me uncí para toda la vida.
El libro contiene estampas de la vida cotidiana captadas al vuelo por el cristal con que miro al paso de mi bicicleta, rumbo al trabajo, donde suelo permanecer horas a orillas del teclado, y no se crea que para hacer literatura sino para cumplir con el único oficio que me ha permitido vivir y criar a mis hijos: el de periodista, suplementero y dactilógrafo.
La ceremonia será en el teatro al aire libre del Palacio de Portales y se espera la entrega de varios libros. Uno de ellitos es el mío y mis cuitas con la bicicleta.
Perdí hace poco una bici gorda y resistente. Alguien dejó abierta la puerta de la casa donde alquilo una vivienda y, según la versión oficial, vino el ladrón y se la llevó; pero yo sé bien que más bien la pobre se escapó cansada de que la monte un gordo hasta que la muerte nos separe. Quizá era la reencarnación de una bella mujer que disfruto de la vida a morir y luego tuvo que lavar su karma. No sé qué dios impenitente me designó verdugo de la pobre dama, pero cumplí a cabalidad mi oficio de atormentarla, a tal punto que el bicicletero meneaba la cabeza cada vez que la llevaba para mantenimiento, como pensando qué pecado habría cometido esa doncella para soportar el peso de semejante tipo. No tardé ni una semana en comprar otra, más barata y más liviana, y algún escrúpulo sentiría porque bajé de peso para no agobiarla como a su antecesora.
Ramón Rocha Monroy con Alfredo Medrano, a quien está dedicado el libro
Fuente: Ecdótica