Te doy mi vida hermano: El cementerio de los elefantes de Tonchy Antezana
Por: Marcelo Paz Soldán
En el mirar de Napoleón U. Oporto, / claramente podía vislumbrarse el mirar del alcohol. / Era un mirar que parecía mirar un olor, / y este olor parecía el mirar del alcohol.
Vidas y muertes. Jaime Saenz
El cementerio de los elefantes es una película sobre un mito urbano: que en La Paz existen al menos cuatro antros en los que los hombres se encierran en un cuarto a beber hasta que les llega la muerte. En todo caso, no salen vivos y esa la condición para entrar. Se sabe entonces de antemano, o al menos podemos suponerlo, que el final de la película será la ineludible muerte del protagonista. Una película con un principio y un final definido, pero, pese a ello, su Director, Tonchy Antezana, sale bien parado en una apuesta cinematográfica boliviana que logra ser de lo mejor que he visto últimamente.
A este cuarto, denominado la Suite Presidencial, llega Juvenal (Christian Castillo), un ser atormentado por sus recuerdos y el alcohol, ambos elementos centrales en torno a los cuales girará la película. Juvenal es alcohólico y la historia se va narrando en primera persona, a través de sus recuerdos.
Juvenal lo ha perdido todo: familia, amor, amistad. Eso lo lleva a deambular por la calles de la urbe paceña y El Alto, acompañado por seres de vida similar, con los que se encuentra a gusto. Recuerda por qué su vida perdió un norte y los motivos que lo llevaron al Cementerio de los elefantes, lo cual nos atrapa por su crudeza. Los recuerdos son sobre todo del que sería el amor de su vida: Marlene (Rosa Paye), quien se va a la Argentina con su mejor amigo: el Bolas (Eduardo Rojas). Recuerda a sus ocasionales compañeros de fechorías: el Exterminador (Julio Lazo) y el Chapulín (Wilson Laura) con quienes, junto a su cuate El Tigre (Fernando Peredo), se vuelven cogoteros y matan a taxistas en búsqueda de la prometida riqueza la que les permitirá seguir bebiendo.
Es también un guiño –la película está llena de ellos–, a la obra de Víctor Hugo Viscarra, el escritor paceño que ha relatado ese (sub) mundo urbano de borrachos y prostitutas, de sexo por casi nada a cambio. Un ejemplo de ello es la escena de las dos amigas de Juvenal: Martha (Danitza Ramos) y Mirtha (Gina Alcón) se prostituyen por diez bolivianos para seguir bebiendo, imagen parecida a uno de los cuentos de Víctor Hugo Viscarra en la que un hombre bebe con una mujer y la obliga a tener sexo en el baño con uno de los borrachos de la mesa contigua para que con la plata que le pagaran continuar tomando. La otra referencia ineludible es Jaime Saenz, el gran poeta paceño, quien señalaba en su libro Vidas y muertes algo que sentí al ver la película, que es una sensación de júbilo “que motiva mayúsculas revelaciones que arrancan del caos y de la muerte”. Aprovecho para recordar el excelente cuento del mismo nombre de Miguel Esquirol que se encuentra en Memorias de futuro.
Al final de sus recuerdos, Juvenal comete la peor de las canalladas y traiciona por unos pesos a El Tigre, a quien lo utilizan de ofrenda humana, muriendo en un lujoso edificio paceño. Antezana logra mostrarnos todo aquello que se propuso: mito, traición, alcohol, miseria y muerte.
Fuente: Ecdótica