Escribiendo para ser contemporáneo de uno mismo
Por: Javier y Luis Rodríguez
Con esta edición, el suplemento literario la RAMONA del Periódico Opinión inaugura una sección especial dedicada a conocer a los autores invitados al VI Encuentro Iberoamericano de Escritores, que tendrá lugar en Cochabamba entre el 7 y 10 de julio próximos. El acontecimiento, organizado por el Centro pedagógico y cultural Simón I. Patiño, girará en torno al tema “Humor y Literatura”. El “plato fuerte” de esta versión del encuentro es el peruano Alfredo Bryce Echenique, al que se sumarán como invitados especiales el argentino Juan Terranova, el peruano Diego Trelles Paz, además de los bolivianos Ramón Rocha Monroy, Manuel Vargas y Eduardo Scott. En esta ocasión publicamos una entrevista realizada por el equipo de redacción del suplemento a Terranova. El diálogo, registrado el año pasado en Buenos Aires, aborda asuntos relativos a Mi nombre es Rufus, una de las más recientes obras del autor argentino. Los interesados en conocer la literatura de éste y los demás autores del encuentro pueden buscar sus libros en la biblioteca del Centro Patiño.
No a pocos se les ha ocurrido eso de conocer una ciudad por su literatura. Pero aún así –y no siempre sin razón– solemos descreer del guía, del sesgo de su visión e intereses. Por eso es que cuando encontramos alguien que parece patear las mismas calles que uno, cargar los mismos libros y hasta pinchar los mismos discos, el regocijo es supremo. Entre el idiotizante ruteo turístico (equivalente literario de la TV guía) y el imperio de lo universal-cosmopolita dado sobre muchos de nuestros creadores, casi no queda otra opción que ir sondeando microuniversos afines, trazando links entre intereses y personas antes que operar sobre las densas cartografías de lo total.
Atravesando Buenos Aires en la más clásica de sus líneas de metro, llegamos a Caballito, un barrio muy barrio, que se parece –como ya pocas cosas– a esa Buenos Aires apenas superviviente en las fauces de la megalópolis que amenaza con engullirla. Allí nos esperaba Juan Terranova, uno de los más interesantes y respetados autores del nuevo panorama argentino. Intenso y contundente desde su recordado debut (el poema largo El Ignorante, que aún causa escozor en la intelligentsia a la que atacó), Juan extendió sus intereses y narrativa por el (nuevo) tango, la comunicación de masas, las nuevas tecnologías como formas literarias y también sobre esos temas eternos que son el deseo, la espera y la tensa enunciación que los empata. Conversamos con él sobre su más reciente libro, Mi nombre es Rufus, que triangula perfectamente lo biográfico, la erudición musical y el registro vital de una generación.
JR: Con el advenimiento de una nueva generación de escritores, lenguajes, formas e ideas, se hizo bastante común que apareciesen novelas cruzadas por música, cine y otras manifestaciones extraliterarias. Sin embargo, hasta Mi nombre es Rufus (Interzona, 2008) no habíamos tenido una novela que se animase a ponerse dentro de ese movimiento tan fascinante que es el punk. ¿Qué te llevo a escribir ésta novela?
JT: Bueno, sí… igual me parece que le faltó algo a la novela. Que es un libro escrito como para neófitos. Vienen mis amigos punks, o amigos con los que compartí –porque yo todo eso (la historia de “Rufus”) de alguna forma lo viví– y fue como volver. Yo siempre viví en este barrio [Caballito], me moví acá. Fui al colegio de al lado 13 años, soy hincha del club que tiene su cancha aquí atrás [Ferro]. Este siempre fue mi barrio… y es un barrio pequeñoburgués, no es un barrio obrero; más bien todo lo contrario. Es un barrio de la clase media. Mi familia siempre fue profesional… ingenieros, arquitectos, psicoanalistas, etc. Entonces mi lectura del punk iba un poco ligada a esa clase media.
Bueno, en algún momento alguien me dijo, “¿Por qué no escribís eso?” Fue como volver un a una época que viví. Sin embargo, yo nunca tuve un grupo. Nunca toqué en grupo de punk.
Sí tengo formación musical. Estudié música erudita, pero nada de tocar en una banda de rock. Nunca lideré un proyecto musical ni formé parte de uno. Esta fue otra de las razones por las que escribí el libro. [risas] Un poco la explicación es esa. Como nunca tuve un grupo de rock… Y siempre estaba como por tocar, o iba a ver a unos amigos que tocaban, y tenían libros muy autobiográficos en ese sentido. Mi hermano es músico profesional, tiene grupos ahora también [Fútbol], por más que se dedicó a hacer tango y otras cosas. Entonces como que siempre estuve cerca de todo esto.
JR: Lo que se nota definitivamente en el libro es que eres un melómano acabado.
JT: Me parece, más bien, que el libro no representa completamente eso. Y sí, te decía que no representa tanto porque fue un libro que podía haber sido mucho más críptico. Poner bandas mucho más desconocidas, trabajarlo más, pero me pareció que eso lo iba a poner más pesado, y no quería narrar una enciclopedia; quería hacer un libro que se leyera con ese ritmo.
LR: Tu novela tiene una facultad interesante, bastante emocional además, que hace que muchas personas vean alguna parte de su juventud reflejada en ella. Le pasa a uno que va leyendo y de pronto, “Wow, esto yo también lo he vivido”.
JT: Sí, el libro tuvo una recepción bastante buena en eso. En la gente que tiene entre 25 y 35 años, impacta de una. Y después también en las clases medias –así como yo; porque si uno se va más para el norte de la ciudad, el punk ya pasaba por otro lado, había otra cultura, etc.
No es que dije “Voy a escribir un libro para la gente que tiene mi edad”, pero salió eso y un poco terminó apoyado en la cosa biográfica.
JR: Mi nombre es Rufus ha sido comentada como una novela punk, cosa que no comparto pues se sale de lo que –en una enorme contradicción– se podría llamar “canon punk”. ¿Cómo la ves tú?
JT: Bueno, en la escritura seguro que no. ¿Qué entendemos por “escritura punk”? Una escritura pringosa, farragosa… William Burroughs, un poco por ahí Bukowski –narrar eso. De repente esa forma, especialmente la Burroughsiana que es tan pringosa, enrevesada, está buena, me gusta; pero no veía que para la novela se pudiera recuperar otra cosa que el ritmo. El ritmo de la canción de tres minutos: 1,2,3, vamos.
Por eso los capítulos son tan breves. Casi una cosa epigramática, de no perder el tiempo, de la urgencia de las frases.
Quizás faltó un poco de oscuridad, pero el punk yo lo viví así, de una forma muy luminosa. Como buscando un lado bastante conceptual del punk, que tiene justamente un lado muy conceptual y después una cosa bien visceral.
JR: Esto mismo se ve en lo estrictamente musical de la novela, donde junto a los Pistols citas a Mingus –por ejemplo.
JT: ¡Y es que escuchábamos eso también! El punk te duraba, fácil, dos años y después escuchabas Rolling Stones. Y después Mick Jagger decía que Piazzolla era un genio, entonces empezabas a escuchar Piazzolla. O después te ponías a revisar los discos que tenías es tu casa, de tu abuelo, de tus viejos… y bueno los Beatles también –siempre presentes ahí.
No era una cosa cerrada el punk. Vos escuchas The Clash, esos tipos sabían lo que estaban tocando. Con el Groove que tenían ellos, hay acordes en sus canciones que suenan jazzísticos. Por ejemplo [toma la guitarra y empieza a tocar] un acorde dulce, Maj7, y de repente es el acorde de [canta]… “Sharif don’t like it, Rock the Casbah, Rock the Casbah”. O sea, el punk lejos de lo que parece –y lo pongo en el libro– no es una cosa cerrada. La música era un refugio en ese momento. Por ejemplo los Beastie Boys, cuentan que cuando iban a clubes chicos, donde se hacía hardcore, en los cortes pasaban soul. Y aquí eso parecía una cosa normal. Ibas a escuchar una banda y cuando cortaban por ahí te ponían cumbia.
JR: Una característica, digamos, rizomática o antropofágica de la música, que consigues traducir muy bien en la novela.
JT: Sí. Yo cuando leí en la facultad los conceptos que tiraste recién, nos mostraban “Antopofagia = Oswald Andrade”. Yo decía “No, boludo, ¡pará! ¡Nosotros venimos haciendo esto desde la secundaria! ¡El rizoma, qué!” [risas] Vos ibas a Parque Rivadavia y era un lugar en el que tenías a un tipo que estaba fumando pipa y te decía: “Tomá, lee (no sé) una tragedia griega”, o “Leete Facundo”.
Uno llegaba a la facultad con eso, y obviamente que la facultad te ayudaba y estaba bueno, pero en Buenos Aires, y en Caballito –que es mi barrio, el que conozco bien–, pero en todos lados, encontrabas esa gente que, si uno quiere y se mete y es curioso (y en el punk había mucha curiosidad) te enseña mucho. Después los músicos de jazz por ahí son más cerrados. Muchos pibes empiezan escuchando rock, después llegan al jazz y ahí se quedan. El jazz los consume. El rock no tiene eso, siempre es más “para afuera”. Agarra Rimbaud, agarra candombe, qué sé yo.
JR: Regresando a lo de la literatura punk, parece que hay autores que toman la idea muy en el sentido literal. Abordan el punk más como un espacio –como es el caso de Giddeon Sams, que ambienta su novela, de otro modo bastante estándar, The Punk en ese contexto…
JT: La bibliografía ensayística del punk, de la cultura del fanzine, me copa.
JR: Hablábamos de Gideon Sams, pero pasa algo parecido con Kathy Acker –que capaz toma el punk más como una estética– o Chuck Palahniuk, que se adueña de la provocación del punk. Pero a lo que me iba, añadiendo también la ensayística punk, es que parece no existir una literatura punk como tal. Sí formas, ritmos, temáticas o estéticas. Esas cosas, igual, con Mi nombre es Rufus parecen tener muy poco que ver.
JT: Palahniuk es un escritor que me interesa. Le he robado bastante en otros lados, no en esta novela. [risas] Entiendo lo que me querés decir. Me parece que mis otras escrituras están, tal vez, más cerca de esto. Tal vez no El pornógrafo, que siento que le falta horno. Que le falta negatividad.
JR: Lo interesante en Mi nombre es Rufus es cómo se construye una trama meditativa sobre el punk, unas apostillas al paso de un personaje por ese momento.
JT: Lo que pasa es que –y puede que tenga que ver– yo tuve una hija, me casé, empecé a trabajar sistemáticamente, a tener cuenta bancaria… también a cultivar placeres mucho más reposados que ir a un recital, o pasarte la noche fuera de casa. Y me parece que esto tenía que estar en el libro, como que la liberación de esa energía –de la juventud– es algo que está bueno, pero después pasa lo otro y si no te suicidaste, si no te moriste (tal vez de sobredosis), qué pasa. Y el libro tenía que contar un poco eso.
JR: Es como el “capítulo perdido” de La naranja mecánica
JT: [Risas] Claro, dónde el tipo dice: “Bueno, ya está. Ya hice todo lo que tenía que hacer. ¿Qué me queda? Ya está, listo.” [Risas]
Fuente: La Ramona / Opinión