A(r)mar la trama
Por: Christian J. Kanahuaty
A Clara.
Desde hace un tiempo vengo pensando qué fuerzas son aquellas que nos impulsan a tomar un libro y no soltarlo hasta dar cuenta de él, a veces en todo ese proceso tomamos notas, subrayamos líneas que nos parecen sugestivas y hacemos anotaciones al margen de la hoja y marcamos el número para que cuando la necesitemos ella siempre esté ahí. Pero ahora quisiera hablar de ese influjo que nos dan las primeras frases y no tanto del poder casi metafísico que nos envuelve un libro.
Siempre se ha escuchado decir que las primeras líneas de un cuento o de una novela son fundamentales para atrapar y seducir al lector. Y es verdad. Uno no puede esperar mucho de un libro que no te atrapa en las primeras imágenes o a través de las ideas iniciales que te va dando; así, por ejemplo tenemos, “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Paramo”. (Pedro Paramo, Juan Rulfo). Rulfo de entrada nos propone un lugar Comala, pero luego de eso todo se torna ambiguo, un tal Pedro Paramo, y a él, al narrador de la historia le dijeron que ahí, en ese lugar, vivía su padre, ese Pedro Paramo que será fundamental para entender luego la literatura mexicana y sobre todo la literatura latinoamericana; sobre todo por la potencia de esas líneas, la ambigüedad y la sobriedad de ese tono, su ritmo cansado pero para nada aburrido, saturado de imágenes, imágenes como esas difusas donde si bien hay ciertas aclaraciones, todo puede ser diferente. Es un clima que viene desde un pasado que cada vez está más lejos. En cambio, las frases: “No dejará que la imaginación lo lleve donde él no quiere ir. Al menos donde no quiere ir ahora; porque después cuando ya estamos en camino… bueno, uno no puede saber lo que quiere (…) lo que puede un pequeño acto de voluntad. Un salto y ya está. Creo que si todos los días me hubiera levantado una hora antes, ahora tendría diez años menos” (Los Deshabitados, Marcelo Quiroga Santa Cruz). Poseen una fuerza interior cercana al existencialismo dentro de la literatura como al existencialismo que es filosofía humanista que indaga la esencia del ser a través de una mirada propia, interior y cercana a la angustia de saberse en el mundo. El mundo que crea Quiroga Santa Cruz a lo largo de ésta novela responderá entonces a esas líneas, a esa sutil trasformación del punto de vista que está hacia adentro y hacia fuera, puede ver el espacio pero sobre todo está preocupado por recolectar impresiones y juicios sobre el espacio interior que configura tanto el cuerpo de sus personajes como su psicología. Pero como no se trata de hacer un estudio freudiano de las actitudes de sus personajes, lo que nos resta es adentrarnos en ese espacio deshabitado paradójicamente habitado por el que narra.
Otro caso importante es el que nos plantea Jeanette Winterson, en Escrito en el cuerpo. Sus primeras líneas son estas: “¿Por qué la perdida es la medida del amor? (…) ¿Por qué lo menos original que podemos decirnos uno a otro sigue siendo lo que más anhelamos oír?”. Aquí es diferente el caso, ya no se trata de una exploración de un lugar ni de un espacio interior, se trata más bien, de hacer preguntas, de responderlas en el camino. Pero, sobre todo, de que todos seamos participes de esa respuesta. Se trata de una novela sobre el cuerpo, la pasión, el olvido, la separación y la nostalgia por aquello que se tuvo y ya no se tiene más. No es como Graham Green en El ocaso de un amor que arranca diciéndonos: “Escribiré un libro, el libro del odio (…) tratará del odio que le tengo a esa persona”. No, no se trata de un caso como ese, sino de uno más impersonal por un lado, ya que la narradora se cuida de decirnos explícitamente si es hombre o mujer. Pero también, porque Winterson nos lleva a recorrer los espacios del cuerpo, a través de los ojos de la pasión y ahí adquiere todo una diversidad de significados. El todo es cuestionador, nada resuelto de antemano, las respuestas se van construyendo a lo largo de la novela, y esas mismas preguntas van cambiando de forma según las circunstancias y eso enriquece tanto la fuerza evocadora de sus imágenes como la profundidad de los sentimientos que pretende explorar. Cercana a esa forma, pero que luego se llevará a otros niveles se encuentra la siguiente frase: “Estoy en la arena, tumbado, raja, pegoteado por la humedad, sin fuerzas para arrojarme al mar y flotar un rato hasta desaparecer. Estoy aburrido, lateado: hasta pensar me agota. Desde hace una hora, mi única distracción ha sido sentir cómo los rayos del sol me taladran los párpados, agujas de vudú que alguna ex me introduce desde Haití o Jamaica, de puro puta que es”. (Mala Onda, Alberto Fuguet). Si bien aquí de nuevo está el cuerpo, el tono aparentemente inquisidor con respecto a su misma situación, no se siente responsable ni invitado a seguir esas reflexiones, lo que importa es nombrar lo que se siente, lo que pasa en el cuerpo y decírnoslo para que quizás también a nosotros nos recuerde un momento lejano o cercano en que nos sentimos igual. No hay mucho espacio para la ambigüedad, es íntimo y lacónico, pero no latoso ni pretencioso. Su tono es suelto, desenvuelto, las cosas normales o no tan normales, que pasan a lo largo de un verano. Un verano que estará marcado por el paisaje exterior y por las imágenes de los lugares paradisíacos que siempre se quiso conocer y sólo se puede nombrar. Es una novela donde la configuración de lo espacial no importa tanto como los acontecimientos.
Y para hablar de acontecimiento mejor entrar en las dos últimas novelas que me parecen que tienen gran potencia en ese ámbito. “Es cierto que es la hora la que nos escoge pero no es menos cierto que uno tiene que estar de acuerdo con que ella te escoja, es una decisión que toma ella pero que en el fondo tienes que tomar tú también, como si fuera una decisión tuya ante la que sólo te estás rindiendo…”. (Tristano muere, Antonio Tabucchi). Con Tabucchi pasa algo interesante, hay una fuerte interpelación, como si el narrador nos hablara a nosotros, pero a nosotros no como unidades o individuos, sino como parte de algo, de una generación, de un segmento de la humanidad y desde ese lugar nos va contando la historia de un acontecimiento ya pasado, pero aquí el rigor de cómo y desde dónde contar la historia adquiere mayor sofisticación pero es tan sutil que casi es imperceptible porque cuando nos dice que es la hora la que nos escoge está diciéndonos también no sólo que es la hora de partir sino la hora de comenzar, de iniciar el cuento de la historia que se ha guardado hasta ahora y él como narrador está dispuesto ahora a dejarse llevar. El tono es si bien intimista es mucho más triste y melancólico que las anteriores historias y si bien no lanza una pregunta en las primeras líneas toda la novela es sí es una gran pregunta. Es una cuestión de saber detenerse en las frases hechas casi exclusivamente para la meditación. Es una novela que transmite ideas más que imágenes. Aunque claro que las ideas son dichas por personajes en determinados contextos imaginarios. La novela es la vida después de la vida, la vida a través de la vida última, la vida que se recuerda y ahí entra la historia, porque después de todo Tristano muere es una novela que bien podría ser denominada como una suerte de novela histórica con coordenadas imaginarias.
Y emparentada a ese estilo de armar una novela se encuentra Dos veces junio de Martín Kohan que lanza la siguiente pregunta al inicio de la novela: “¿A partir de qué edad se puede empezar a torturar a un niño?”. El error de escritura en empezar no es casual la novela arranca con una fuerte discusión monologada sobre ese error y sobre la extraña forma en que esa pregunta aparece en el cuaderno de notas de un oficial en plena dictadura argentina. Cuando se lanza una pregunta de esas características ya no hay retorno, no hay posibilidad de bajarle el tono a lo que se ha dicho, el reto es o subirlo o mantenerlo y si se sube, vaya las cosas horrendas pero reales que serán capaces de salir a la superficie del texto son inimaginables. La novela es fuerte porque posee oraciones cortas pero ideas que te rompen el alma por mucho tiempo después de haber cerrado el libro, es una novela dura y sutil, que dice las cosas grotescas sin complicaciones y sin morbo. No hay tiempo para el morbo cuando se intenta hacer buena literatura parece decirnos Kohan. Y le creemos.
Luego de leer esas frases quedan dos salidas: leer esos libros ó pretender que no se las escucho jamás. Luego de leer esas novelas, si es el caso, a uno le queda la sensación de que la literatura es el arte de la exploración por excelencia. Uno se adentra en ella con la falsa ilusión de encontrar respuestas a grandes preguntas, y lo que pasa es que a medida que avanzamos en la lectura lo que uno reconoce es que la respuesta es justamente lo que no existe, lo que existe, lo que aparece permanentemente es la pregunta. Preguntas, son las que nos deja la literatura, y claro, espacios abiertos sin respuestas, con dudas que, como adictos, nos lleva en busca de más y así nos la pasamos, leyendo, dudando.
Fuente: Ecdótica