La escritura como trabajo
Por: Mauricio Rodríguez Medrano
Atrás quedó la idea de que los escritores son iluminados por una musa y sólo deben escribir en un momento de epifanía o inspiración divina. Somos herederos de la tradición que abre Flaubert y Edgar Allan Poe. Los escritores ahora trabajan en el texto pensando en cada palabra, cada oración. Algunos escritores jóvenes de Bolivia los saben y lo ejercen. Tal vez por allí empieza el cambio.
Wilmer Urrelo decidió dejarlo todo para escribir Fantasmas Asesinos. Su método de trabajo fue escribir todos los días para pulir y seguir puliendo su novela. Lo dijo en algunas entrevistas: es vargallosiano a morir. Mario Vargas Llosa admite haber leído un centenar de veces Madame Bovary para descubrir estructuras y formas de escribir. Su método de trabajo hasta la fecha es escribir ocho horas diarias. Estos dos escritores tienen algo en común: el trabajo en la palabra.
Sebastián Antezana salió de la carrera de Literatura. Bien sabe que la escritura no es espontánea, no es un acto de genialidad, sino un volver una y otra vez a una frase para que quede perfecta. Escribió La toma de manuscrito y se nota en ella una reflexión sobre la escritura misma, que la traducción es una traición, que fabular no implica ceñirse a la realidad sino crear un mundo alterno y posible a lo real. En su escritura está la angustia que tiene todo escritor: cómo volver a escribir si la mayoría de los antecesores lo dijeron todo.
En estas dos novelas se nota un hilo que los une: forman parte de una tradición. Atrás también quedó la idea del escritor que crea de la nada, que no se guía en sus lecturas, que sólo debe obtener experiencia de la vida (tener aventuras, drogas, sexo y rock and roll) para escribir. No. El escritor tal vez debe buscar en sus lecturas, en esa tradición que crea a través de sus lecturas las formas adecuadas para plasmar su escritura.
Estos dos escritores no sólo vienen de una tradición francesa sino de una Latinoamericana la del Boom, en la que García Márquez, Cortázar, decían que para escribir es necesario convertir ese acto en una profesión, en una labor, en una carpintería de la escritura. Ellos pregonaban que la labor de alguien que quiere hacer una obra de arte debe ser el esfuerzo, el trabajo de orfebrería de la palabra.
Ahora vienen las preguntas: ¿Qué falta para que la literatura boliviana despegue por fin y no sea poco conocida en el exterior? ¿Cuál es el destino de la literatura boliviana, hacia dónde va? Tal vez recién se abrió una brecha inmensa entre el anterior escritor boliviano que tenía otra profesión (político, amanuense, tinterillo) y sólo en sus ratos de ocio empezaba a escribir y, con suerte, realizaba una buena novela. Sebastián Antezana, Wilmer Urrelo, Rodrigo Hasbún (los más jóvenes de esta nueva generación) cambiaron ello: se dedican plenamente a la escritura como profesión, como otra profesión que ya no es denigrada.
¿Y entonces qué falta? Quizá que la crítica empiece a leer estas novelas con seriedad, luego escribir artículos sobre estas novelas. Quizá que estos escritores que siguen la tradición de la escritura como oficio sea seguida por los que quieren serlo o por los que están iniciando sus primeras armas en la escritura, así crear una generación de profesionales de la literatura.
Quizá sean sólo pensamientos equivocados y lo que en verdad hace falta sea la genialidad, pero no estoy seguro, trabajé mucho para realizar este artículo y estoy cansado de escribir, me voy a dormir.
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Fuente: Ecdótica