Desaparición del lugar
Por Maximiliano Barrientos
Mi cuento favorito de Cinco– libro que ya alcanzó una segunda edición en poco más de un año- es Carretera. Toño cruza la noche en un viejo auto, abandona su ciudad para asistir al matrimonio de su prima. En el desplazamiento hay whisky, un misterioso locutor con una voz rasgada por años de cigarrillos e insomnio, y también hay recuerdos. Porque el auténtico viaje de Carretera es uno hacia el pasado, ese lugar exento de declives. El lugar donde las personas necesarias no se han convertido en fantasmas, todavía son carne, voces, formas compactas y reales de felicidad.
Durante el trayecto, Toño cierra los ojos y los abre después de un tiempo. Le fascina las posibilidades que podría acarrear esa travesura. Primero lo hace por cinco segundos, luego por diez. Mientras más poblada la ruta el juego se trona más interesante. Sus padres murieron en un accidente automovilístico.
A unas horas de llegar a la ciudad donde se celebrará la boda, se van develando algunas cosas que estuvieron enterradas. El lugar donde la intensidad está intacta es también el lugar de la culpa, de la felicidad perfecta y prohibida. Es el espacio donde se produjeron encuentros memorables que fueron censurados. Toño conduce y llega a un pueblo, pide más whisky y de pronto la noche se vuelve día. En el bar de ese pueblo que queda a dos horas de la ciudad, le imagina una rudimentaria vida sexual a la mesera que lo atiende, le dice que se casará al llegar a su destino. Vuelve a la ruta y arriba a la iglesia donde se celebra el matrimonio, y ve a Ana, y esa visión despierta otras: mañanas y tardes donde el sexo y el incesto eran una forma de ser jóvenes juntos. Porque Carretera, antes que otras cosas, es un cuento sobre los reencuentros después de la culpa y los terremotos. Su tristeza, que es exquisita y que nunca transa con el sentimentalismo, registra un tipo de sobrevivencia que no deja de ser dolorosa. Y eso se refleja perfectamente cuando Toño encuentra a Ana y la ve embarazada y cae en la cuenta de todos los años que pasaron, hay una rara y desconcertante aceptación, una aceptación que se parece mucho a una renuncia. Hay lucidez en esa visión: sabe que ha crecido, sabe que puede asumir el pasado y las pérdidas, pero lo sorprendente -y lo que está muy bien trabajado en el texto- es la zozobra que despierta en el lector la reconciliación. Carretera es un cuento sobre la vida que quisimos tener y no pudimos, sobre la vida que tuvimos por muy poco tiempo.
“Duró unos tres años antes de comenzar a estropearse”, dice el narrador en alguna parte del relato. “Es decir, antes que él perdiera la perspectiva e insinuara la posibilidad de fugarse juntos a un país lejano en el que nadie supiera que eran primos. Ella lo adoraba pero le inquietó su confusión. Nunca se trató de eso. Nunca se trató de nada. Sólo de jugar. De pasarlo bien juntos. De quererse inofensivamente y sin futuro. De ayudarse el uno al otro a descubrir las minucias del placer sexual. Era mucho, pero nada más”.
Carretera, que fue finalista del Franz Tamayo en 2004, integra la antología que se publicó hace poco en Ediciones B y que reúne trabajos de los 39 escritores menores de 39 años que participaron del encuentro de Bogotá, una muestra de lo más representativo de la literatura joven de este continente. Rodrigo Hasbún fue el único participante boliviano.
En un año comenzará el rodaje de la nueva película de Martín Boulocq basada en una adaptación libre de esta historia, llevará por título Los viejos. El guión ganó el Primer Concurso Nacional de Guión Literatura y Cine organizado por Petrobras, y fue uno de los ocho proyectos seleccionados por el Produire Au Sud 2007, concurso celebrado dentro del marco del prestigioso Festival de los Tres Continentes organizado en Nantes (Francia).
Este relato -que abre el volumen- es un presagio de lo que vendrá luego: travesías por la intimidad de los personajes, la mayoría jóvenes que empiezan a dejar de serlo. Fotografías de lugares y de la desaparición de esos lugares. Crónicas detalladas y precisas de batallas que suceden en el interior de las habitaciones o en autos que atraviesan la ciudad en un atardecer de domingo, batallas silenciosas en camas de moteles o en baños de departamentos. La crónica de lo que hubo antes de esas batallas, los paraísos solitarios, paraísos que se alejan de nosotros a toda velocidad mientras los vemos irse.
Álbum, Reunión, Amanda y Mujer en café o cama o calle, sobre fondo blanco o gris, las otras piezas de uno de los libros de cuentos más compactos y redondos que ha dado la literatura boliviana contemporánea, son historias que apuestan por la confusión, por la ambigüedad de lo que es realidad y de lo que es ficción, por adulterar los límites. Nunca sabremos con exactitud dónde acaba el autor y comienzan los personajes, qué es literatura, qué no es invención. Quizás porque la literatura que le interesa a Rodrigo Hasbún es aquella que indaga donde da más miedo y congoja, la que se reviste de una mirada poderosa para explorar el lugar de las pérdidas, el lugar por donde la vida debió seguir su curso y no lo hizo. Eso sí, todas estas historias están escritas con una prosa envidiable que combina dos atributos muy difíciles de reunir: la precisión heredada de Raymond Carver y la profundidad de Juan Carlos Onetti.
La segunda edición de Cinco es la confirmación de un libro que tendrá continuidad y seguramente muchas más ediciones. Un libro que, como dijo Edmundo Paz Soldán en la presentación de Santa Cruz hace algo más de un año, empieza a convertirse en un clásico.
Fuente: Ecdótica