Maximiliano Barrientos, una voz disonante en el coro
Por: Franchesco Díaz Mariscal
Más de una vez alguien se habrá preguntado si la literatura boliviana responde a o se mueve por modas. Desde lo que podríamos considerar sus inicios –no en sensu stricto, quede claro, sino a partir de la creación de la hoy dejada en el pasado República–, las letras en Bolivia dan cierta idea de haberse movido por ciclos, más ó menos análogos y contemporáneos a los que pasaban sus pares en países vecinos.
Así, tenemos un registro en principio bélico/romanticista (suena paradójico mas no lo es) que tiene su génesis en la lucha independentista, sigue con la Guerra del Pacífico y se prolonga hasta la aparición del indigenismo, corriente que surge hacia la segunda década de la centuria pasada y se queda hasta pasada la Guerra del Chaco. Muestras de ambos: Nataniel Aguirre y, desde luego, Alcides Arguedas.
Concluidas las espurias batallas con Paraguay, cuyo único buen efecto –si acaso un conflicto armado puede tener alguno– resultó la revisión de las estructuras sociales, este se vio reflejado asimismo en novelas y relatos de tinte sociológico/costumbrista. Óscar Cerruto, Carlos Medinaceli y Antonio Díaz Villamil algunos de sus exponentes.
Pero no sería sino hasta la década de los ’60 que la vida citadina/urbana ingresaría en los relatos largos. Marcelo Quiroga Santa Cruz es uno de los primeros con Los Deshabitados. Luego aparecerían otros renombrados como Jaime Saenz o los narradores contemporáneos que se hicieron acreedores a distintos premios nacionales y algún reconocimiento foráneo.
Ahora podemos hablar de una especie de deconstrucción narrativa ó el arte de no contar. Allí es donde encaja muy suelto de cuerpo Maximiliano Barrientos, joven narrador cruceño con ya tres libros en su haber: Los Daños (2006), Hoteles (2007) y Diario (2009). Libros de relatos los primeros, e indefinible el tercero –puede ser uno más de relatos cortos, puede comprenderse como novela corta e incluso puede verse como textos poéticos en prosa–, la pluma de Barrientos marca algunas de las pautas de la anti-narración contemporánea.
Construcciones gramaticales económicas. Crudas, directas, sin tiempos perdidos ni ditirambos ó hipérboles. Con mucha carga existencial, que obliga a la persona que lee a cuestionar y cuestionarse. Incluso puede pensarse en un estilo narrativo de la desilusión, del descreimiento, de aquel que ya ha perdido toda esperanza y sólo se refugia en su escepticismo.
Un estilo que tiene muchísimo que ver con la nada, el desgano y la apatía que son casi los motores –por así decir– de la cotidianidad contemporánea, donde ya no se vive persiguiendo ideales o romances como en el siglo pasado, sino más bien se subsiste a diario, comunicados con el resto a través de la red y otros artilugios tecnológicos, pero en realidad cada momento más dueños de nuestras propias y muy privadas soledades y misantropías.
Maximiliano Barrientos, como Rodrigo Hasbún y otros escritores nacidos a fines de los 70 o en la década de los 80, va marcando su tonalidad propia en la asimismo variopinta narrativa nacional. Con una pluma que no hace condescendencias y tampoco es fácil de asimilar –motivo por el cual de seguro no gustará a más de una persona, habituada a literaturas más digeribles–, Maximiliano es una voz disonante en el coro lírico boliviano, pero una voz que asimismo descolla y va a paso firme. Que siga en ese derrotero.
Fuente: Ecdótica