A propósito de “Iskay”
Por Ramón Rocha Monroy
Es una experiencia rica y novedosa, porque primero hicimos el guión de largometraje y luego lo convertimos en novela. Esto requirió una operación difícil, porque el cine es una poética de la imagen y la novela, una poética de la palabra. Por eso no tiene artificios literarios y sí la velocidad de una película. El tiempo cinematográfico es ágil y estricto; uno no puede demorarse veinte páginas para describir una flor o un paisaje; en una película deben ocurrir cosas y a una velocidad que mantenga la atención del espectador, aunque como en todo arte hay excepciones. Esto tratamos de hacer con Iskay.
Todo comenzó hace tres años, cuando nos reunimos con Ariel porque una idea le rondaba la cabeza: Edipo en Tarabuco. Sobre esa base discutimos el mito y la locación novedosa, y para celebrar el encuentro nos fuimos a la Plaza Calatayud y allí donde alquilan trajes nos compramos dos monteras y un par de zancos. Un juego se llevó Ariel y el otro se quedó conmigo.
Imaginar y discutir un argumento es una experiencia distinta al acto de soledad en el cual se sumerge un novelista. Por lo general no hay un amigo que lea los avances ni menos que los discuta; pero tramando el argumento y el estilo a cuatro manos hay siempre una mirada más que detecta lo innecesario, lo mal planteado, lo defectuoso, lo ajeno, lo artificioso. Escribir es un acto de soledad, y uno se siente tentado de abandonar el proyecto cada vez que surgen críticas del compañero; pero en una segunda meditación, uno va encontrando razones valederas y entonces propone otro enfoque, otra situación, otras escenas, otros
diálogos.
Esto que es común en la escritura colectiva de un guión o en la realización de la película, es un acto novedoso en la escritura de una novela. En ese sentido puedo decir que ya hemos hecho juntos otro guión de largometraje y tenemos en proyecto otra novela.
Ariel Gamboa es, como todo cineasta, un fabulador nato. Las veces que nos encontramos o hablamos por teléfono sólo hablamos de ficciones, de personajes que existen sólo en nuestra imaginación, de escenas, de enfoques, de locaciones. Un cineasta o guionista tiene por lo general una idea redonda y terminada del argumento, a diferencia de un novelista, que no sabe dónde terminará su trabajo o cuál será el rumbo al cual lo lleven sus personajes.
Yo siento que esta combinación de actitudes frente al acto de narrar es un hallazgo promisorio o, si se quiere, un nuevo modo de producción literario. Si uno revisa los testimonios de los novelistas, invariablemente dicen que comenzaron con una idea vaga y la persiguieron hasta el final, que muchas veces les resultó imprevisto; o bien imaginaron el final con anticipación, pero el derrotero fue una sorpresa. Esto no es lo común en el trabajo de un guionista o de un cineasta, aunque en el campo de la creación artística todo tiene su excepción.
Iskay es el fruto de esa conjunción de dos voluntades creadoras que vienen de dos universos narrativos.
Fuente: Ecdótica