Maximiliano Barrientos: “A la literatura no la determina el tema, sino el enfoque”
Por: Martín Zelaya Sánchez
Alguna vez en una charla de escritores —luego de la presentación de algún libro, y alrededor de una mesa, ya en el festejo, como debe ser— experimentados vates, viejos y testarudos novelistas y algunos jóvenes tan sólo amantes de los libros concluimos, tras ardua disputa, que tres son las grandes “promesas” (si se me permite usar este término tan futbolero) de la nueva literatura boliviana: Juan Pablo Piñeiro (Cuando Sara Chura despierte), Rodrigo Hasbún (Cinco) y Maximiliano Barrientos (Los daños). Paceño, cochabambino y cruceño, respectivamente. Este último acaba de publicar su segundo libro Hoteles (La Hoguera, 2007), pretexto más que cabal para buscarlo y conversar.
—Según deja entrever Edmundo Paz Soldán en la contratapa de tu recientte libro, ¿es una novela compuesta por relatos que bien pueden ser independientes?
—El libro está compuesto por tres narraciones de largo aliento, la última incluso podría llegar a ser una nouvelle. Si bien son independientes, retoman personajes que aparecieron primeramente en dos cuentos de Los daños y en una novela todavía inédita titulada Afuera. Construir un universo de personajes que aparezcan constantemente a lo largo de sucesivos cuentos y novelas es algo que me seduce y que intentaré seguir llevando adelante.
—¿Qué puedes decir de “Hoteles”: temática, estilo, objetivos (si es que se necesita algún objetivo para escribir) y sobre su proceso de creación?
—El libro responde a ciertas constantes visuales que llegaron a funcionar como fetiches: estaciones de servicio, hoteles de paso, lavanderías públicas, cementerios de automóviles, carreteras perdidas, bares poco iluminados, cafés que abren toda la noche… Toda esa mitología que es muy propia del road movie. En la nota de la presentación cité un ensayo del filósofo eslovaco Slavoj Zizek, quien sostenía que la razón por la que es imposible hacer un remake de Hitchcock o por qué cada uno de estos remake termina siendo una obra de divulgación se debe a constantes que no tienen ninguna carga simbólica pero que están en toda la obra del director británico y que determinan la textura de sus películas.
Algo similar sucedió con Hoteles, la textura de la narración está muy ligada, determinada por esos fetiches visuales, es por eso que el libro llega a convertirse en una fábula sobre el nomadismo, sobre las personas en constante fuga y sobre los lugares de paso, los escenarios de la fuga. Lo que, en un sentido formal, lo acerca a ciertas películas de Jim Jarmusch o Win Wenders o a las fotografías de Robert Frank y Stephen Shore.
—Háblanos de tus primeros acercamientos al mundo de la literatura, tus primeros escritos y tus primeras lecturas.
—Empecé a escribir ficción a los 18 años, hace casi una década. Cuentos, pero también algunas novelas muy ingenuas, muy despreocupadas por la forma. Ficciones que emulando el gran título de Pynchon son eso: cuentos de aprendizaje que agradezco no haber publicado nunca. Pocas lecturas sobrevivieron, poco de esa geografía estoy interesado en releer, salvo algunas excepciones como Faulkner, Hemingway y Borges. Desde un comienzo tuve una buena relación con la literatura norteamericana, relación que se fue afianzando a través de los años y que se volvió saludablemente obsesiva.
—Te quedas con la novela, el cuento o la poesía, ¿por qué?
—Me quedo con la novela y el cuento, y no siento la necesidad de escoger uno u otro género. Han habido escritores excepcionales que sólo han escrito relatos cortos como Carver, Borges y en la actualidad Charles D’Ambrosio. Otros funcionaron en los dos registros pero definitivamente se los recordará como cuentistas, es el caso de Cheever, Flannery O’Connor, Richard Bausch y posiblemente Charles Baxter. Y otros, los más raros, escritores que hicieron y están haciendo una importante obra en los dos registros: Richard Ford, Roberto Bolaño y Juan Carlos Onetti. Hace años que ya no leo poesía, me agotó su lenguaje tan autorreferencial y sus búsquedas tan abstractas. La poesía que todavía me interesa es la de un lenguaje concreto y directo que en su mayoría es escrita por narradores o por cantautores como Leonard Cohen, Elliott Smith y Bob Dylan. Sin embargo, es justo decir que disfruté mucho Los espacios de la enfermedad, de Anabel Gutiérrez.
—¿Cómo te va con el ensayo, cuáles son tus temas y autores favoritos?
—Antes era un lector más asiduo de ensayos, poco a poco los fui dejando. Los ensayos que me interesan son los que tratan de literatura y que están escritos en su mayoría por escritores. Me alejo de la prosa académica, solemne, no la logro digerir muy bien. También me alejé de ciertos escritores franceses como Blanchot y Barthes. La razón creo que es básicamente una cuestión de estilo. Prefiero una prosa directa como la de Harold Bloom, Susan Sontag o Richard Rorty.
—¿Cuáles son tus autores y libros de cabecera, tanto nacionales como internacionales?
—Carver, Cheever, Richard Ford, Denis Johnson, J.D. Salinger, Graham Swift, Roberto Bolaño, Ricardo Piglia, Philip Roth, Kazuo Ishiguro, Rick Moody, Cormac McCarthy, Foster Wallace, A. M. Homes, Haruki Murakami, James Ellroy… la lista es mucho más larga. Aquí en Bolivia admiro el trabajo de Rodrigo Hasbún y de Edmundo Paz Soldán.
—¿Qué piensas de esa opinión de que hay una literatura elaborada, profunda y otra light o fútil?
—Hay buena literatura y hay mala literatura, pero no están determinadas por el tema, sino por el enfoque, el acercamiento, la textura, el estilo. Carver se convirtió en uno de los mejores cuentistas del siglo XX haciendo literatura sobre ex alcohólicos que trataban de seguir adelante o sobre matrimonios de gente obrera que quería recuperar los grandes momentos. Puig se convirtió en un escritor imprescindible de la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX haciendo literatura sobre un mundo que antes estaba asociado exclusivamente con el folletín.
No hay temas grandes y temas pequeños, temas profundos y temas superficiales. Hay escritores con miradas poderosas y otros con miradas tímidas. Hay escritores que se juegan todo por la obra y otros que no. ¿Qué es lo que determina a un autor profundo? ¿Que hable sobre la muerte o sobre la pérdida de la inocencia o sobre la ausencia de Dios? ¿De qué sirve un escritor que construya su obra con estos temas y la elabora con lugares comunes? Termina siendo mala literatura, termina siendo mierda.
—En Bolivia tenemos una especie de trauma de que nuestra literatura, y por ende nuestros escritores, nunca alcanzaron un nivel destacado, comparable sólo por poner un ejemplo a Vargas Llosa y García Márquez. ¿Qué opinas al respecto?
—Creo que en Bolivia no hay la infraestructura suficiente para apoyar a un escritor que quiera hacer una obra, pero esto es algo que ya se dijo y que se lo sabe muy bien. El problema radica en que esto se lo puede utilizar como excusa y como una forma de autocompadecernos, de justificar nuestra mediocridad, y nosotros, los bolivianos, amamos las justificaciones. Hacer una obra requiere valentía, requiere una apuesta similar a la de Pascal. Requiere saltar al vacío con los ojos abiertos. La obra de Edmundo Paz Soldán poco a poco ha ido construyéndose afuera, así que hay pensar que él lo está consiguiendo. Talento, trabajo y suerte. De eso se trata. Y no quejarse más por las condiciones. Tener muy claro qué tipo de escritor quieres ser.
—¿Coincides con que la tendencia literaria actual es la mezcla de géneros y la exagerada preocupación por la forma, y no sólo por el fondo?
—Creo en algo que dijo George Steiner en uno de de sus ensayos: en las grandes obras no hay una división entre forma y fondo, ésta es imposible hacerla porque el fondo es la forma, la forma es el fondo. Son indivisibles. Es imposible establecer esta división en libros como El sonido y la furia, En busca del tiempo perdido, Meridiano sangre o en Mi vida como hombre. Todos ellos son un estilo muy fuerte y original, y el estilo en sí es ese mundo que habita las obras. Sólo en las novelas de divulgación puede darse esta división, un ejemplo es lo que en la postguerra se conoció como novelas de tesis, es decir, aquéllas que servían para ilustrar y difundir ciertas ideas filosóficas.
La fusión de géneros es algo que se dio mucho hace algún tiempo. Escritores como Sebald, Claudio Magris, Enrique Vila Matas o Ricardo Piglia escribieron libros que eran a un mismo tiempo novelas, crónicas de viaje, ensayos y crítica literaria. Algunos con muy buen resultado, otros no tanto. Creo que este fenómeno, como otros en el pasado siglo (la meta ficción, las narraciones postmodernas, etc.) surgen como reacción a la narración tradicional, pero creo que ésta siempre prevalecerá. El excesivo uso de artificios, en algunos casos, llega a convertirse en una muletilla, en una forma de esconder un hecho un poco doloroso: el no saber narrar naturalmente, la imposibilidad de contar una historia de forma sencilla. Siempre hay que volver a Hemingway y a Scott Fitzgerald y a Richard Ford, maestros de la narración pura.
—Esboza muy breves ideas que se te vengan a la cabeza con los siguientes nombres de escritores.
— Miguel de Cervantes Saavedra: El padre de la novela moderna.
— William Shakespeare: El centro del canon de la literatura en lengua inglesa.
— Vladimir Nabokov: Estilista de lujo cuya influencia sobrevive en un narrador tan importante como el irlandés John Banville. Fue el autor de una de las grandes novelas americanas a pesar de su nacionalidad rusa.
— Jorge Luis Borges: El centro del canon de la literatura en lengua española del siglo XX. Quizás uno de los primeros escritores latinoamericanos que pensó a la literatura en una autonomía total que ahora defendemos como si siempre hubiese sido así.
—Julio Cortázar: Autor de una novela de culto y de algunos cuentos memorables.
—Charles Bukowski: Un escritor que te puede mover el piso si lo lees antes de cumplir 25 años. Si no lo haces hasta entonces, lo mejor es no leerlo. Se lo recordará más como poeta y cuentista que como novelista.
—Roberto Bolaño: Muy cerquita de Borges en ese canon. Autor imprescindible, una rara mezcla de Kerouac, Nicanor Parra, Borges y Carver. Una fusión de santo, mendigo y samurai literario. Al igual que sucedió con Borges, su gran pelea es contra su propia leyenda. Y el gran peligro, que ésta pese más que su obra.
—Enrique Vila Matas: Escritor que como la Nouvelle Vague demostró que la literatura es también una forma de experiencia, que los límites entre ésta y la vida son estrechos y en algunos momentos invisibles. Sin embargo, esta conciencia literaria tan presente puede llegar a agotar. En su nuevo libro se aleja de eso y vuelve a una literatura de corte más empírico. Habría que ver con qué resultados.
[Fuente: www.laprensa.com.bo]
10/31/2007 por Marcelo Paz Soldan