Crítica y confusión en las “diez mejores novelas”
Por:Alfonso Murillo
Una observación argumentada al proceso de selección de las novelas bolivianas fundamentales, y a la lista final
1. Desde el principio esto de elegir a las “Diez mejores novelas bolivianas” me pareció un proyecto tirado de los pelos. Fue sugerido al Ministerio de Culturas por Taboada Terán, con el único afán de incluir a tres recopilaciones suyas.
Pero el tiro le salió por la culata e inmediatamente comenzaron a llover las consabidas objeciones; entonces el Ministerio, incapaz de definir, convocó a que se votara por internet para elegir a las diez top; más o menos como lo del Titicaca y las maravillas naturales. Como no funcionó, y para embrollar aún más el asunto, el ministro Pablo Groux convocó a la única Carrera de Literatura que existe en el país, la de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) de La Paz.
Pero desde hace mucho esta carrera, a cargo de la licenciada Raquel Montenegro, naufraga en un mar de desaciertos. A modo de conclusión (la carrera) publicó en Fondo Negro “El lugar literario”, un sermón cursi pero efectivísimo a la hora de cobrar réditos, en el que expone “certezas” (contradictorias) premisas (falsas) y confusiones de género.
Nos dicen: “Nosotros lo supimos desde que nacimos”. Si fuera así ¿por qué, incapaces de elegir, organizaron (una especie de Asamblea Constituyente literaria) congresos, simposios, etcétera con escritores, periodistas culturales, editorialistas, académicos, que sólo significó, entre otras cosas, un gasto dispendioso para algo que bien pudo resolver por sí sola esta carrera.
Fue como si la Sociedad de Ingenieros organizara un seminario para elegir a las diez mejores construcciones de Bolivia. En Cochabamba, Montenegro y el coordinador Guillermo Mariaca “pidieron” (a las cuatro mesas) que argumentaran sobre la base de un criterio fundamental: la indispensabilidad estética y, cuándo no, la representatividad social. ¿De repente dejaban de ser multiculturalistas y pasaban a ser amantes de lo bello? No lo creo. De lo que se trataba era de rellenar la lista y para lo cual se prestaron hasta de otros géneros. Lo que quizá debió discutirse primero fue ¿qué es novela?
2. Hacia finales de los 70 surgía el llamado “multiculturalismo” y las literaturas heterogéneas. El peruano Antonio Cornejo Polar postulaba un nuevo corpus para la literatura latinoamericana, para así “rescatarla de las limitaciones de una visión oligárquico–burgués de la literatura”.
Cuatro consecuencias trajo esta corriente: A: se jubilaba a los modernos (Dostoievski, Proust, etcétera); B: se licenciaba a la crítica; C: se mezclaban los géneros, y D: la literatura comenzaba desde cero.
Con una cantidad increíble de publicaciones, la literatura se había vuelto un cajón de sastre. Todo se volvió texto: desde el baile de la morenada, las creaciones colectivas o de género, lo inter, lo extra, la textualidad, transculturación, testimonios, oralidades, reportajes, etcétera. La idea universal de belleza, por el tamiz ideológico, pasaba de sospechosa a reaccionaria.
El escritor tenía que resignarse al papel de ser, en el mejor de los casos, la voz cantante de los oprimidos y de la revolución. El mismo Cerruto escribió “usar el arte como arma de liberación”. Guillermo Mariaca fue uno de los patrocinados de esta corriente (luego patrocinador), que a partir de los años 90 sentó sus reales en la Carrera de Literatura, donde “se estudiaba botánica en un cuadro impresionista” (O. Paz).
En el ínterin se llevaron a cabo diversas escaramuzas verbales entre los culturalistas, comandados por la sempiterna Rebeca Prada y Mariaca, una mayoría frente a los esteticistas. Con todo, en la década de 2000 la “tesis” creativa fue aceptada como una modalidad más de graduación, aunque la argucia que esgrimieron estos mismos académicos para socavarla fue que es muy difícil juzgar y evaluar una obra creativa.
Cayeron en su propia trampa; no solamente perdieron su capacidad de reflexión, sino la autonomía de análisis: esta “tesis” debía incluir un ensayo sobre el género (para guiarse) y, sobre todo, crítica: ¿quién se anima a criticar a las paraliteraturas?
3. Sobre la indispensabilidad estética sólo dos novelas accederían a esa lista: Jonás y la ballena rosada, del cruceño Wolfango Montes, y Tirinea de Urzagasti. El resto (exceptuando partes de Felipe Delgado y Los deshabitados) son mortalmente feas y aburridas.
La Historia de Potosí, de Arzáns, es un compendio de crónicas. Hay un cuento largo más cerca de la tradición oral: El otro gallo, de Jorge Suárez. De El loco nadie sabe exactamente qué es. En el resto no hay casi invención sino información sobre el medio, llena de juicios morales y certezas, sin ninguna intención estética; un romanticismo ramplón.
En el mejor de los casos son novelas de circunstancias, tan efímeras como sus temas (la guerrilla, la guerra, etcétera). En Los deshabitados, es cierto, no hay paisaje exterior pero es sustituido por el paisaje interior (el existencialismo también fue una moda circunstancial). En cuanto a La Chaskañawi, el propio Carlos Medinaceli reconoció, no su capacidad narrativa, sino su incapacidad de elevar a carácter genérico o universal a su personaje central, que quedó enmarcado en la provincia.
4.- Recomendar la inclusión en el currículum de secundaria de las 15 novelas es peligroso. A nadie le convence ya el sermón ingenuo de Matías, la lección moral, la introspección o sacarse el cuerpo. Se ansía comunicación, arrojar al éter la lava del yo, que aprisiona el volcán dormido de la rutina y de las obligaciones.
No abogo por la libertad absoluta; ay de los lectores que quieran estropearse los ojos con novelas de Juan Claudio Lechín o, por el contrario, bien de los que opten por deleitarse con lo nuevo: De cuando en cuando Saturnina, de Alison Spedding (una de las mejores novelas escritas últimanente y que anticipó el ahora (¿no quiere el presidente Morales comprar un satélite?).
Antes de establecer cánones inmutables (como faros de luz escasa) reflexionemos sobre la crítica literaria y la historia de la literatura, no por la de una nación; sólo así seremos universales.
Brodsky escribió: “Las circunstancias históricas, políticas, sociales de este o aquel lugar no garantizan nada. En realidad es más probable que produzcan un monócromo didáctico que una ruptura estética debido a que, bastante paradójicamente, la unicidad de la experiencia —especialmente los extremos de la opresión y la alegría— tiende a la banalidad estilística, acompañada de un maquillaje filosófico vulgar”.
Fuente: La Prensa / Fondo Negro