Josmar anda volando bajo
Por: Pedro Shimose
José Marc Flores Pereira (Santa Cruz, 1964) –Josmar para sus fieles– anda volando bajo. El 9 del 9 del 9 se levantó inspirado por Jehová y se dijo: “Voy a ver al Presidente de México para anunciarle que su país está en peligro”. Convencido de que ser mexicano es un don de Dios y de que el águila y la serpiente del escudo nacional son una premonición del triunfo de Cristo sobre el diablo, este iluminado emigrante boliviano llenó de tierra tres latas de refresco, las lió con un cable luminoso de colores y se embarcó en un avión que iba de Cancún a la capital federal. Metió en su maletín una Biblia protestante y varios discos compactos con sus grandes éxitos musicales.
En pleno vuelo, distribuyó su disco entre los pasajeros e interpretó a capela su gran éxito Josmar canta a su libertador: “Estuve en una cárcel por ser drogadicto, / pero hace algunos años / me liberó Cristo…”, etcétera. A partir de ese momento, sospecharon que no se trataba de un charro frustrado en las brumas tequilosas del Tenampa. Tampoco era mexicano, porque en vez de cantar rancheras, corridos y huapangos, predicaba los mensajes que, a través de él, enviaba Dios a los terrícolas pecadores. Fue entonces que Josmar enseñó sus latas de refresco y amenazó con volar el avión con 104 pasajeros, incluido él, si no era recibido en audiencia por el Presidente de México. Tenía que comunicarle que México sería devastado por un terrible terremoto. Y mientras gritaba su proclama, exhibía las presuntas bombas. Los pilotos obedecieron las exigencias del secuestrador y aterrizaron.
Cuando lo hicieron, los federales descubrieron que todo había sido una farsa. José Marc Flores Pereira –Josmar para sus fieles– no era terrorista ni zapatista, ni cantante ni mexicano. No era nadie, es decir, era boliviano, lo cual es grave porque Bolivia ya no existe oficialmente. Era súbdito de un ‘Estado plurinacional comunitario’ que nadie sabe qué diablos es eso, aunque todos sospechan que se trata de una charada cuya solución se dilucidará después de las elecciones del 6 de diciembre.
Menos mal que ‘Coco Manto’ está de embajador en México D.F. y ‘Coco Manto’ es humorista. Es posible que nuestro embajador haya informado que Josmar es un oligarca camba de la ‘media luna’, mentecato comelocro, predicador autonomista, testigo de Jehová después de haber pecado con el clorhidrato de la hoja sagrada y después de haber andado de parranda en parranda con mujeres alegres como él. También es posible que el diplomático del ‘Estado plurinacional comunitario’ convenza a las autoridades aztecas (entre originarios se entienden) que se trata de un indio chiquitano inofensivo y despistado, porque díganme: ¿a quién se le ocurre asaltar un banco, en 1991, ser atrapado y encarcelado, y dedicarse después a predicador evangelista, en vez de dedicarse a la política como otros atracadores? Lo inevitable (la lógica lo exige) es que a Josmar le caiga una pena leve. Quizás lo condenen a cantar –disfrazado de indio aimara y sin mariachis– a la virgencita guadalupana, en media Plaza de Tlatelolco.
Mientras tanto, mi psiquiatra dice que Josmar no está loco, ni siquiera tocadito por esos surazos que a todos nos perturba la razón. Lo que le pasa al místico cruceño es que sólo pretendía consumir sus 15 minutos de gloria a que todo mortal tiene derecho. Eso le pasó al pirómano efesio Eróstrato hace 2.365 años. Para inmortalizar su nombre, incendió una de las maravillas del mundo: el templo de Diana. Debo añadir que a Eróstrato lo castigaron con la pena del suplicio, es decir, le aplicaron la justicia comunitaria en tiempos del rey Jerjes, que no apellidaba Justiniano, desde luego. // Madrid, 18/09/2009.
Fuente: El Deber