Escritores que crean viajando
Por: Claudio Ferrufino-Coqueugniot
En 1977 Bruce Chatwin escribió un notable libro: In Patagonia, sobre el cual Paul Theroux, maestro del género de literatura de viajes dijo: “Excitante, tempestuoso y bizarro”. Todo eso hay en sus páginas, en cuya bibliografía se incluyen las Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861), de Allan Poe, así como el recuento patagónico, y revolucionario, de Osvaldo Bayer, relatos náuticos, Manuel Rojas, W.H. Hudson y más…, con temas como Darwin en la Tierra del Fuego, los anarquistas expropiadores, las tribus, Butch Cassidy & Sundance Kid (que desaparecieron a manos del Ejército boliviano en 1908), Florentino Ameghino y la prehistoria de la región.
Desde su niñez, un trozo de piel perteneciente a algún animal antediluviano proveniente de la Patagonia despierta la curiosidad del autor, y, bajo ese original pretexto, se desarrolla un sinfin de interesantes apreciaciones.
Este argumento inicial, el de un extraño trozo de cuero no petrificado (como perteneciente a una especie viva), es el que toma Paola Kauffmann en su novela El lago (Premio Planeta, 2005; Premio Casa de las Américas, 2003, con La hermana, bajo el nombre de Paola Yannielli). Aunque la contratapa y los sitios web aseguran que se basa en parte en los relatos del monstruo del Loch Ness, su origen está en la Patagonia de Chatwin.
No implica plagio en absoluto, Kauffmann extrae la idea y la desarrolla con su propia estructura ficcionalizada, completamente diferente a la del autor británico. Como en el lago escocés, en la autora argentina la mítica presencia de este ‘ser’ podría tratarse de un brontosaurio, mientras que en Chatwin terminamos con parte de un milodonte de alguna cueva en las estribaciones andinas, donde, por diez mil años, han dormido restos de animales protegidos por el frío, en una frescura que los hace parecer modernos y que despierta en la tradición india local leyendas de seres extraordinarios. Como nota triste vale anotar que la promisoria escritora nacida en General Roca murió de cáncer en Buenos Aires, en septiembre del 2006, a los 37 años.
El relato del viajero comienza en las fronteras del Río Negro, y avanza hacia el sur, alternando costa con el centro mediterráneo, los Andes; retorna al mar hasta el magnífico y abrumador estrecho y sube hacia Chile, siguiendo los pasos de un personaje a quien se asocia el trozo de piel. La historia es muy inglesa y (sin tocar las Malvinas o Falkland) Bruce Chatwin descubre un horizonte latinoamericano plagado de europeos: muchos ingleses, galeses, alemanes. Retoma la gran tradición británica de narraciones marítimas y exploratorias y es tal la soledad y el aislamiento de la región que pareciera que aún el Beagle, el barco en que viajaba Darwin, continúa flotando en sus aguas.
Sus avatares de viajero describen una región que se abrió, luego de la exterminación del indio, a la inmigración, y donde familias como los Menéndez-Braun monopolizaron el negocio y trata de ganado lanar.
Compromisos y explotación capitalistas derivaron en huelgas y rebelión, seguidas de feroz represalia por parte del ejército al servicio de los grandes capitales. Allí el autor interpone la figura de un héroe, Kurt Wilckens, que ajusticia al principal represor, teniente coronel Varela en la capital.
Otro anarquista, que le merece un capítulo entero, es Simón Radowitzky, quien arrojara una bomba al coronel Falcón, represor de los obreros durante la Semana Trágica. Radowitzky fue sentenciado a muerte, pena condonada por su edad, y luego transferido a Ushuaia, penal helado donde en su existencia alcanza visos de mártir.
Abundan los detalles históricos en la obra, junto a los anecdóticos; vidas extravagantes como la de Orélie-Antoine de Tounens, Rey de Araucania y Patagonia (de quien se hizo una excelente película en la Argentina) junto a la de oscuros marinos, peones chilenos, estancieros galeses, etc; un universo escondido en el fin del mundo y con historias que parecen sacadas del pasado, que permanecen frescas como la piel prehistórica que arrastra a Bruce Chatwin en su aventura del sur.
Fuente: El Deber