La fecundidad de una tumba olvidada
Por: Christian J. Kanahuaty
La primera edición de La tumba infecunda fue publicada en 1985 por la Editorial Los Amigos del Libro gracias a que René Bascopé Aspiazu ganó el premio Nacional de Novela Erich Guttentag. La segunda edición data de 1997. Bascopé murió en 1984 a los 30 años.
La novela cuenta la vida y muerte del mayor Belmonte. La forma en que Bascopé se acerca al tema de la muerte es notable, es un buscador del significado de lo oscuro. No es un mistificador de la muerte sino es un delineador de los contornos miserables de ella. No la dramatiza ni la convierte en una tragedia, sino en el sendero final y solitario. Hombres como Belmonte tendrán finales similares a lo largo de su historia y, por supuesto, también en la historia de la novelística boliviana.
Si en 1979 Jaime Saenz publicaba Felipe Delgado, Bascopé con La tumba infecunda radicaliza todo ese mundo del margen. Para Saenz el sentido del mundo se encuentra en la figura del aparapita: un mundo derruido por el alcohol, el frío, el miedo y las tinieblas. En cambio Bascopé no se conduele ante este personaje, sino que se concentra en la figura de las mujeres que se prostituyen pero que aman y sienten cariño por quien ha sufrido más que ellas, se conduele por los seres solitarios y sin historia.
Hay momentos que son de perfección absoluta, de hecho es una novela redonda, porque la historia, como una mantra, vuelve sobre sí misma para cerrarla pero abrir vidas imaginarias. O mejor dicho, para que prestemos atención a esas vidas que rondan lo imaginario y lo visceral dentro de los márgenes reales del mundo urbano.
Considero que escritores como Víctor Hugo Viscarra y Robert Condori con su Mundo Puto en gran medida son deudores de Bascopé.
Nuestra literatura ha explorado el mundo campesino, la denuncia sobre los avatares siniestros que se vive en el mundo minero, o las guerras civiles y militares que se han gestado en busca del poder guiadas por el dinero o la raza o del dominio puro y duro. Pero, de una forma clara y certera, Bascopé logra desembarazarse de todo ese discurso social y ha convertido a personajes de carne y hueso, que rodeados por circunstancias políticas, nos transmiten alientos de tristeza y nos conmueven con su existir.
Posiblemente la prostitución, el alcoholismo, los laberintos de los trámites burocráticos, son sólo un pretexto. Una excusa para narrar otras cosas. Es el lenguaje que se viste de transgresor para volver contra las cosas sinceras y terribles por las que tiene que pasar el hombre después de nacer y antes de morir.
El contexto político de la novela tiene mayor peso que aquellas que intentan narrar la historia reciente del país. El único motivo de escribir es la historia de una vida que podría haber sido como cualquier otra, pero Bascopé la dota de voluntad, de un tinte absolutamente interpelador, la frustración está en cada acto de Belmonte, pero también está la imposibilidad de decir algo más de lo se ha dicho. No se puede volver sobre el pasado porque no tiene sentido. Eso no lleva a ningún lado las explicaciones de los actos. ¿Para qué? Si igual vamos a habitar el olvido un día de estos. Y en ese lugar no tiene razón de ser.
La Tumba infecunda es estudiada en alguna materia de la carrera de literatura y eso está bien. Pero no es suficiente. No podemos contentarnos con ello, los lectores, los que buscan algo más que literatura revestida de mercadeo, debe leer un libro como éste por la sencilla razón de que esta novela es una de las grandes de los últimos treinta años. Corta y sin pretensiones. Limitando el lenguaje a lo estrictamente necesario construye un mundo, lo dota de colores, sentidos y sensaciones y hasta de texturas. Hay radicalidad en un discurso que es descreído con su entorno. Son unos ojos que ven el pasado no con melancolía y no con la certeza de que todo pasado fue mejor, sino con la idea de que en el pasado está el futuro. Con la sensación de que el pasado es agrio y por lo tanto debe quedarse en silencio ahí, en las hojas perdidas de un calendario que no se debe volver a revisar por más que se quiera o por más que la sangre así lo demande.
Así se escriben las grandes historias, las que fecundan sin que se note. Las que aún resuenan aunque se hayan perdido entre los índices de los mejores diez. Escribiendo sobre lo único que vale la pena escribir es que está echa La tumba infecunda.
Fuente: Ecdotica