Las novelas se escriben, los cuentos se cuentan
Por: Santiago Espinoza A.
A lo largo de estos casi dos años y medio de vida, la Ramona ha registrado en sus portadas un sinfín de firmas: unas locales y otras internacionales; algunas, orgullosamente, propias y otras, inocentemente, prestadas; unas pocas rimbombantes y las más, prácticamente, anónimas… Pero ninguna de ellas ha tenido una presencia tan regular y, a la postre, entrañable como la de un tal “leal”.
Como ningún otro colaborador del suplemento, el escritor chileno, Bartolomé Leal (Santiago, 1946), ha mantenido con la Ramona una relación perseverante, paciente y desinteresada, propia de un caballero. Sus quincenales y exquisitas colaboraciones para la columna “Cuentos & Cuentistas” -creada por él mismo”- nunca han tenido mayor retribución que la consignación de su nombre en la portada, la irregular actualización de la página web del periódico y el muy eventual envío de las ediciones impresas hasta Santiago. Así las cosas, no podíamos haber desaprovechado la oportunidad de su llegada para rendirle este merecido tributo.
Conocido en el medio local por su novela Morir en La Paz (Umbriel, 2003), que presentara en el marco del Encuentro Internacional de Escritores del año 2004, Leal vuelve a Cochabamba para estrenar otra novela, En el Cusco el Rey, un “thriller andino” que edita Nuevo Milenio y que será lanzado en la Feria Internacional del Libro de Cochabamba. Sobre la gestación de esta nueva obra, el especial culto que profesa por género negro, su devoción por el cuento y los amores/desamores que le esperan en Cochabamba gira este diálogo, contestado a caballo entre Lima y Santiago, en el que el autor chileno se luce con una escritura pulcra, lúcida, amena y, sobre el final, dramática.
– ¿Cómo nace En el Cusco el Rey, su nueva novela?
El nacimiento de una novela es la culminación de un proceso de gestación complejo. No es una epifanía ni un milagro. Es semejante al duro y doloroso camino que un mamífero recorre antes de parir -homo sapiens incluido-, distinto de la maravillosa eclosión de una flor o de la ominosa erupción de un volcán. Un libro nace completo, un objeto de tres dimensiones, con volumen, peso específico, partes componentes, olor, colorido, rugosidad, etc. Pero nace completo, tras un largo trabajo para ir dándole una forma presentable. De allí vendrá una vida física quizá larga, junto a una vida virtual (o espiritual) asociada a sus contenidos y de dudosa predicción… Eso ha acontecido con En el Cusco el Rey. Es el producto de varias estadías en el Cusco durante las décadas de los 80 y 90, cuando dicté cursos para el Colegio Universitario Andino, asociado a una orden religiosa. Es el producto también del largo romance que he cultivado con el arte colonial, en particular con la pintura religiosa. En tanto espectador, por cierto, no soy pintor. Y es el producto finalmente de mi fidelidad con el género negro, lo cual hace que cuando se trata de planear y construir aquella estructura dinámica y equilibrada que exige el género, mi opción vaya por la novela negra, que no sólo debe estar adecuada y coherentemente armada, sino que debe además ofrecer al lector un espacio de placer y entretenimiento, cuando no de sudores fríos o estremecimientos.
– ¿Qué le deparará al lector esta nueva incursión suya en la novela negra?
Una vez que un libro está escrito (y publicado, importante paso), viene un período de gran incertidumbre. Ningún escritor/a (salvo los empresarios de la escritura que venden más bien una marca que literatura), ningún escritor/a, digo, sabe qué va a pasar con los lectores. Uno quiere, por cierto, que los lectores amen el libro. En mi caso, que se diviertan, lo recomienden, deseen leer más. Por otra parte, uno no quiere que vengan los críticos y lo masacren, cualesquiera sean sus argumentos. Se podría decir que tienen derecho a hacerlo. Pero me ha costado mucho escribirlo. He tratado de dar lo mejor de mí mismo al publicarlo. Y sólo aspiro a no decepcionar demasiado a quienes, damas y caballeros, sientan interés en mi modesta literatura.
– ¿Habrá alguna conexión o guiño a su anterior trabajo, Morir en La Paz, que presentara hace algunos años también en Cochabamba?
Hay bastantes diferencias con Morir en La Paz, ésa es la verdad. Comparten, eso sí, un hálito entusiasta frente al paisaje, la cultura popular, las sufridas gentes y los misterios del universo andino. En el Cusco el Rey ha sido elaborado desde un punto de vista casi contrario a la novela anterior, en cuanto a que utilicé otros registros narrativos, lo cual forma parte de mi concepción del arte de la escritura como una fuente de placer personal. Ahora, creo que hay una aureola común, y espero que algunos lectores me lean porque apreciaron mi novela anterior y quieran seguir leyéndome. Como podrían hacerlo (guardando las distancias) con una novela negra de Patricia Cornwell, de Donna Leon, de Carl Hiaasen o de Michael Dibdin, por sólo nombrar algunas estrellas contemporáneas del género que admiro sin reservas.
– Dicen los editores de su nueva novela que ésta se inscribe en lo que usted ha dado en llamar el “thriller andino”. ¿Cómo definiría usted este género o subgénero literario?
Creo que el mundo andino es un fabuloso escenario de historias preñadas de sorpresas, cromatismo, horrores, pasiones, sonidos y rarezas, como pocos lugares. A mí siempre me ha impresionado la multiplicidad de posibilidades que el Ande ofrece para edificar relatos en estos paisajes, que no sólo son de una variedad terroríficamente infinita, sino que están además poblados de presencias, de atisbos de la divinidad, de vestigios de las gentes muertas en otros tiempos… Siempre les pregunto a los arqueólogos: ¿cómo eran estas ruinas cuando estaban habitadas en distintas épocas? ¿Lucía igual, qué plantas crecían, cómo se vestía la gente, dónde defecaban, cómo morían? Por eso lo de “thriller andino”, un subgénero que quisiera se cultivara más, destinado a impactar, conmover a los lectores, en estos escenarios. Pero no con cualesquiera personajes, sino con los nuestros, aquí, en estos lugares.
– Se anuncia en su página de internet (www.mauroyberra.cl) que ya se encuentra escribiendo la secuela de Morir en La Paz. ¿Para cuándo estará lista la obra que lleva por título La venganza del aparapita? ¿Y qué le esperará al lector que se enganchó con la precuela?
La venganza del aparapita (título registrado) se trata de un proyecto muy querido por mí, empezado, naturalmente. Tengo más o menos claro por dónde va, pero necesita mucho trabajo. Y una estadía mía más o menos prolongada en La Paz o alrededores. Me gustaría tal vez irme a trabajar de sacristán en Copacabana, o de guardián de un faro en alguna isla del Titicaca, o de guía turístico en Tiwanacu. Como eso no es posible, voy avanzando lentamente. ¿Qué le espera al lector/a? Pues saldar varias cuentas que quedaron pendientes en Morir en La Paz: traiciones y culpas, amores no consumados, futuros inciertos, compromisos éticos, en fin. También doy otra mirada a los recovecos telúricos de La Paz, ciudad que plantea para mí desafíos existenciales que tienen que ver con una forma de alcanzar la muerte, recurrente en mis sueños.
– Es usted conocido como un cultor del género negro o policial. ¿Cómo nació esta afición? ¿Qué obras y autores determinaron este culto?
Me he deleitado toda la vida con el género. En pocas palabras, pasé de lector a autor casi sin transición. ¿Autores preferidos? Es extraño pero me veo obligado a confesar que fueron escritores tal vez de segunda fila: S.S. Van Dine, Ellery Queen, Fredric Brown, Richard Prather. También Agatha Christie, Georges Simenon, Conan Doyle, Patricia Highsmith. Hubo para mí, además un goce paralelo del género de aventuras, lo cual puede explicar cierta afición que siento por la acción. Y destaco a Stevenson, Salgari, Verne, Dumas. Después vinieron todos los grandes del policial y negro, la lista es prolongada, me agradan muchos, he leído y disfrutado a tantos escritores y escritoras.
– Se dice que la literatura policial está atravesando una especie de auge en el mundo de letras. El autor argentino, Pablo de Santis, recientemente ganó el Premio de Narrativa Planeta-Casa de América con una novela inscrita en el género. Acá en Bolivia, el último Premio Nacional de Novela también se lo llevó una obra policial. ¿Cree usted que la literatura negra o policial está dejando de ser concebida como un género menor de las letras?
El género negro nunca ha sido menor, a mi juicio. Tiene sus reglas y sus cultores, sus valores y sus miserias. Los autores del mainstream (por llamarlos de algún modo) que se han aprovechado del género para comerciar su mercadería, y que francamente no me conmueven. En general no han producido nada interesante, si del género negro hablamos. Para los lectores avezados, son aficionados oportunistas. Lo siento, es mi opinión. No estoy descalificando a nadie, menos aún a los que se nombran en la pregunta. Pero los géneros son otra cosa, son una mezcla de calidad y cantidad, de respeto a ciertas reglas, de experimentación formal y de búsqueda de contenidos. Respetan cánones y los transgreden. Ahora, ojo, no hay que confundir falta de información con falta de vitalidad del género. A nuestras costas llegan pocas y a menudo mediocres traducciones. Yo procuro hacer seguimiento a lo que pasa en Gran Bretaña, en Estados Unidos, en Europa, en América Latina. Y hay mucho donde pescar allí…
– Acá es usted también conocido como un lector consumado del cuento. ¿Qué es lo que lo cautiva de este género?
He meditado sobre el tema (no mucho, claro, no puedo perder demasiado tiempo meditando). Tengo pergeñado un texto, concebido como el prólogo de un potencial libro con mis artículos en La Ramona sobre “Cuentos & Cuentistas”. Pero es demasiado largo. Quiero ahora rescatar un punto: sólo existe el cuento. Hombres y mujeres, viejos y niños, sólo pueden hablar en cuentos. Vidas enteras pueden ser reducidas a un breve cuento: así lo hago en mi nueva novela En el Cusco el Rey, por si alguien se interesa en ese aspecto. Las novelas se escriben, los cuentos se cuentan, con mayor o menor aliento. Aliento es una forma de decir vida. Lo mejor de la narrativa de todos los tiempos se halla en esa mina casi inagotable que son los cuentos. Leer para creer.
– Sabemos que llega usted a Cochabamba para presentar su nueva novela y realizar algunas actividades complementarias, como talleres y charlas. Pero más allá de los compromisos estrictamente literarios, ¿qué lo anima a volver a esta ciudad?, ¿su clima, sus mujeres, la comida, la cerveza?
No voy a contestar esta pregunta. Cuando escribo estas líneas me hallo en Lima, por razones de trabajo. Me enteré de algo que me produjo un choque emocional, un golpe a mis quimeras. Llego a Cochabamba lleno de congoja y angustia, sujeto de sentimientos contradictorios. Tal vez no debí saber lo que supe, pero mi afán de acosar a la gente, de hacer preguntas capciosas, reveló un secreto que debió permanecer por siempre ignorado para mí. Me habría evitado la sensación de decepción que me embarga, que puede ser equivocada, mi fantasía desquiciada. El azar es objetivo, o algo así, escribió Breton. Espero que el reencuentro con la ciudad real rompa la maldición. Bueno, no hay nada que no se pueda arreglar, o al menos mitigar, con unas ricas salteñas y unas cervezas bien frías.
[Fuente: La Ramona 128. 7 de octubre 2007]
10/09/2007 por Marcelo Paz Soldan