Por Martin Zelaya
Aisha tiene una visión bajando de Tembladerani: una especie de naipes entre las nubes formando, con números, un mensaje indescifrable. Viaja a Cochabamba en busca de consejo de su tía y la encuentra a la cabeza de un grupo de mujeres –sufís– que se reúnen a orar y estudiar el rol cultural de la mujer bajo los preceptos del Corán.
Sí, el Corán reina en las Américas; y en Qullastan, que no Bolivia. Todo transcurre en tiempos actuales, pero tras una conquista y colonia a manos de una España antes ya dominada por los musulmanes. Aisha vive con su marido, su dorra –la otra esposa– y los hijos de los tres. Es profesora de historia y aunque no reniega abiertamente del rol que el islamismo da a la mujer, no se resigna a exclusiones e injusticias. Poco a poco recibe más señales –un presagio le hace bajar de una flota minutos antes de que se embarranque, vislumbra que un rayo mataría a dos mujeres y más–, se une a un grupo femenino en Chuquiyawu –que no La Paz– y cobra estatus de elegida y enviada.
Si en De cuando en cuando Saturnina (2004), Spedding incursionó en la ciencia ficción clásica –especulativa, en un futuro cercano–, ahora se lanza con una ucronía compleja, pero sazonada con los mismos ejes temáticos y motivacionales de la trilogía de Saturnina[1]: feminismo, rebeldía y neoindigenismo.
El desenlace que se enmarca en una suerte de thriller, se matiza antes con tres extensos intertextos –la novela tiene 472 páginas que se leen a buen ritmo– que apuntalan la prodigiosa mente creativa de la autora británico boliviana:
I
Una de las shaykas –lideresas espirituales– le confía un texto antiguo, no reconocido que resulta ser la historia de la Sayyida al Sisa Bartolina, en primer término, y narrado por voz femenina; pero también cuenta las hazañas de Julián bin Apaza (ibn Katari), Sarati Villca y de otros protagonistas y episodios de la historia que, si bien no se desarrollaron como en la dimensión que conocemos, tuvieron matices similares que fueron acallados por el manto oscuro de la religión y el fundamentalismo.
En el fondo, se trata de un tratado del velado protagonismo de la mujer en los episodios cruciales de la independencia de Qullastan. Spedding nos lo hace leer en unas cuantas decenas de páginas, a modo de digresiones y glosas, y Aisha lo lee y relee, y cobra conciencia de que su condición de elegida no se limita a lo mítico religioso, sino a seguir la estala de Bartolina, indagar más y apuntalar la reivindicación femenina.
II
Otro texto perdido y proscrito es nada menos que la segunda parte de El Buscón, de Quevedo, que cuenta la historia de “Pablos en las Indias”, es decir, aventurado al Nuevo Mundo, nada menos que con su amante vestida de hombre. Una vez en la costa peruana, tras abandonar a su compañera, hacerse a su pesar con concubina indígena, y en cada vez más en la ruina, se entera de que la verdadera riqueza está en Potosí y parte en largo periplo que concluye con una álgida estancia que le depara tanto fortuna como desgracia, muy a la par con el texto real del Siglo de Oro, cuya impronta y estampa Spedding maneja de manera muy verosímil.
Y así entramos en el Collao, un gran yermo donde no crían más que las dichas llamas y unas raíces llamadas papa, que se come unas hervidas como tal y otras hechas esos asquerosos chuños, que se extiende hasta Potosí y más allá.
Seguíamos de un miserable tambo a otro, todos sus dueños tan cristianos como los que conocí saliendo de Lima, hasta que un día, en el trayecto hacia una villa de nombre Sica Sica, escuché ruido de tambores desde lejos (…). (51)
III
El intertexto más deschavetado y, por ello, genial es “La mujer del pope”: un relato perdido de Raymond Chandler. El reconocible y querido Marlowe resuelve un caso de escándalo y crímenes sexuales que involucran a la iglesia ortodoxa en Los Ángeles y a estrellas de Hollywood. Todo, claro con el matiz de que Rusia –que sigue siendo zarista, pues Lenin nunca triunfó– no solo se quedó con Alaska, sino que extendió su imperio a la costa oeste de EEUU; en la costa este, triunfaron los confederados.
Este cliente no esperó que yo abriera la puerta de la sala de espera. Ni siquiera me dio tiempo para salir de la oficina, sino que extendió su mano, bramó:
–¡Buen día, señor Marlowe! ¡Pavel Ivanovich Nimitz, para servirle –y tomó asiento sin ser invitado a hacerlo. Sus ojos iban directo a la botella encima del escritorio. Saqué dos vasos y los llené.
–¡A la gloriosa memoria de la Marina Imperial de todas las Rusias! –y vacié el mío de una. Él hizo lo mismo antes de romper en carcajadas:
–¡Oye, es un sabueso de verdad! ¿Cómo sabe que soy exoficial de la Naval? (115)
Spedding mantiene premisas de su trilogía, decíamos: feminismo rebelde, realce de la identidad aymara, reivindicación de la coca y el acullico y desmitificación de la sexualidad en contextos indígenas-andinos. Sostiene, asimismo, su maestría para capturar el día a día de los bolivianos, abstraerlo, procesarlo y proyectarlo con naturalidad y verosimilitud. Demuestra, además, dominio pleno de otras formas literarias –no solo el neoindigenismo en el que algunos la quieren encasillar–, sino también el policial (el supuesto cuento de Chandler parece escrito por uno de los maestros estadounidenses del Pulp), el gótico o ficción especulativa hoy tan en boga, y hasta los registros del Siglo de Oro.
El secretario de su delirio (Mama Huaco, 2023), además, confirma la necesidad y pericia de Spedding de plantear escenarios de anarquía y subversión: a no olvidar el no Estado de De cuando en cuando Saturnina, y la rebelión sistemática de indios en Manuel y Fortunato. Así, ahora diseña una naciente “revolución” emancipatoria de mujeres musulmanas que, en la trama, queda aún en sus inicios, pero se intuye ya irreversible.
El tiempo se acerca –anunció la shayka–. Ya lo hemos visto, escrito en enormes letras sangrientas en el cielo, siete por cuarenta: los doscientos ochenta años que tienen que pasar desde el nacimiento de la Sayyida Bartolina. Solo faltan siete años, y ya sabemos: que se aproxime el paraíso. (199)
No sé por qué tardé dos años en leer esta novela, con los auspiciosos antecedentes de la autora. No entiendo cómo la crítica no la descubrió aún o, si lo hizo, por qué se quedó callada o en qué reservados círculos la analizó. Spedding no desentona de sus obras maestras: De cuando en cuando Saturnina y Manuel y Fortunato, ni de su muy potente Catre de Fierro.
Ah, ¿y qué de Aisha? Se ve envuelta en un secuestro y cautiverio, un juicio desigual y la reclusión en un manicomio que se interrumpe abruptamente cuando las shaykas y otras rebeldes desatan un caos en la ciudad. Eso y un matiz clave: las visiones y el guiño a la otra dimensión. No más spoilers… ¡a leerla!
[1] La trilogía se abre con Manuel y Fortunato (1997), sigue con El viento de la cordillera (2000) y cierra con De cuando en cuando Saturnina (2004), esta última, parte de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB).
Fuente: Revista La Trini