Por Javier Claure C.
Durante el 17 al 21 del mes pasado, se llevó a cabo la «Tercera Edición del Outsider Festival Internacional de Poesía» en la ciudad de Ostuni (Italia). Evento organizado por la «Asociación Casa della Poesia Norah Zapata-Prill». Hay quienes siembran palabras como quien siembra árboles con una fe profunda de llevar un acto a buen puerto. Norah Zapata-Prill es una de esas almas. Al frente de la asociación que lleva su nombre ha hecho de la poesía no solo un arte, sino un puente entre corazones, generaciones y territorios. Adele Nacci y Dario Ubaldo forman parte del comité organizador, y son la energía que sostiene los sueños del festival. Juntos -los tres- han logrado que este acontecimiento se convierta en un verdadero acto de amor por la palabra viva, por la memoria que canta y resiste.
La hermosa ciudad blanca de Ostuni, suspendida entre el cielo y el mar, pareció detener el tiempo durante cinco días de septiembre. Entre sus callejuelas angostas y balcones floridos, sucedió algo más que un festival. Fue un ritual. Un encuentro de poetas que llegaron cargados de versos que apuntaban hacia el misterio, hacia lo intangible y hacia la ternura que tanta falta hace en estos tiempos de guerra. La poesía abrió sus alas en la Casa de la Música de Ostuni. Poetas de distintas geografías se dieron cita allí. Cada día se leía poesía y los versos, como copas de vino compartidas, hicieron del lenguaje un hogar cálido. Y, entonces, cada palabra se deslizaba con una delicadeza que rozaba lo sagrado. Las paredes del local no escuchaban: respiraban poesía.
El segundo día del encuentro en plena naturaleza, entre olivos, el arte se volvió cuerpo. Hombres y mujeres bailaban en diferentes partes, cada uno a su modo, sin coreografía, sin ataduras y al son de una música de fondo. Colores flotaban en el aire. Diversas figuras aparecían en el espacio, y los bailarines se dirigían a un solo lugar donde el público los esperaba. De pronto se vio a un hombre de camisa verde caminando de espaldas. En su mano derecha sostenía un espejo cuadrado a la altura de su frente. El público podía observar la mitad de su rostro. Caminaba y caminaba lentamente como si estuviera preguntando ¿De qué espejo está hecha la vida? Fue una escena simbólica. En ese espejo no estaba solo un hombre: estaba también todo el público preguntándose lo mismo.
Una noche en donde corría una brisa helada, la poesía alcanzó su verdadero clímax. Los poetas leyeron sus versos en un cementerio. A saber: «Cimiterio Comunale, San Pietro Degli Angeli, 15.6.1918». La luna tímida era apenas un farol. A la entrada repartieron linternas. Y muchos poetas caminaban con su linterna como si estuviesen buscando los versos que nunca escribieron. Los nichos brillaban con esa luz fría que solo poseen los que ya no necesitan sol. Alrededor, nombres grabados en mármol y fotos de los que en vida fueron parte de una sociedad. Entre tumbas y lucecitas titilando las palabras adquirían su peso justo. No se leía para los vivos, sino para los que han cruzado el horizonte del más allá. Leer poesía para las personas que ya no están entre nosotros fue un acto de temblor, y de saber que aún estamos vivos. Metafóricamente hablando, quizá la muerte no sea la antítesis de la vida, sino un espejo más profundo. Quizá los muertos sean los mejores oyentes de poesía. No interrumpen. No juzgan. Solo escuchan. Tal vez, cuando se leía poesía, fue el preciso momento en que las almas se acercaron a oír cómo el lenguaje se va transformando por estos lados. ¿Y quién mejor que los muertos para llevarse poesía con gratitud?
Uno de esos días nos reunimos a las 09:30 de la mañana para emprender una caminata de tres horas bajo un sol generoso y despiadado que lanzaba sus 30 grados. En realidad, fue una pequeña peregrinación hacia un templo budista oculto entre la naturaleza. Caminamos entre cientos de olivos y muchos «trulos» (antiguas construcciones rurales hechas con muros de piedra con un techo cónico, típicas de la región de Apulia). Cada paso bajo ese cielo caluroso era una pregunta sin respuesta. Pero nadie se quejaba. Al contrario, había algo purificador en ese esfuerzo compartido. Como si caminar juntos, en silencio y a veces conversando, fuera otra forma de escribir un poema colectivo.
Pero Ostuni no fue solo recogimiento. También fue música, fue arte, fue ópera y gastronomía. La soprano Javiera Tapia, oriunda de Chile, nos deleitó con temas de su repertorio. Un bello concierto de música jazz iluminó una noche y, entre luces multicolores, en pequeñas pausas se leía poesía. El saxo lloraba, gritaba suavemente y acariciaba como en los cuentos de Julio Cortázar cuando hablaba de Charlie Parker. Era como si alguien hubiera abierto una ventana en el otro lado del local. Y, entonces, no sabíamos si estábamos en Ostuni, o en un club de Harlem de Nueva York en los años 50.
La visita al Museo de Lisetta Carmi, fotógrafa italiana de origen judio, fue maravillosa. Observar sus fotografías nos transporta a un tiempo cuando recogía el alma del mundo con su cámara. Fue una alquimista de la luz que hizo -de los escupidos por la historia, de los agachados, de los que no tienen voz, de los rostros que todos se negaban a ver-, su tema privilegiado. Las viejas maletas, expuestas en uno de los cuartos del museo, desgastadas con cerraduras que ya no cierran bien. Y que alguna vez viajaron con Carmi simbolizan sus viajes interiores, sus desplazamientos de la mirada, del cuerpo y del alma. Cada maleta contiene un fragmento de su vida y de su trajinar por lugares que solo ella podía comprender. Así muestra la historia de otros seres humanos. Esas maletas nos dicen que la obra de Carmi no estaba impregnada de comodidad, sino más bien de sufrimiento, de encuentro con otras personas y de un peregrinaje de quien no se contentaba con mirar desde lejos.
También visitamos la casa de Carlo Formigoni, a veces llamada «Dimora Carlo Formigoni» (Residencia Carlo Formigoni). Una inmensa casona con salas, jardines, patios y un pequeño anfiteatro en el centro. Formigoni fue dramaturgo nacido en Mantua (Italia). Dedicó su vida al teatro. Fundó el teatro Kismet en Bari y dirigió una escuela de actores. En su casa se realizaron talleres, conciertos, teatro al aire libre y encuentros artísticos que enriquecen el paisaje blanco de Ostuni, del mar, de los olivos y de los nogales.
Un dato no menos importante es que ocho estudiantes, con la frescura de su juventud y la disciplina de quienes aman el arte, participaron en este bello encuentro de poetas. No solo presentaron a los poetas con respeto y entusiasmo, sino también les regalaron preguntas inteligentes cargadas de curiosidad genuina. Estuvieron presentes en los conciertos, en las lecturas de poesía, en el teatro, en la larga caminata al templo budista y en la visita al Museo de Lisetta Carmi. Se notaba en ellos un interés de aprender. Así absorbían cada rincón de cultura que se abría ante sus ojos. Verlos en acción fue recordar que la juventud es el tesoro más grande de un país. Quizá ellos sean los futuros poetas o escritores que pongan en alto el nombre de Ostuni y de Italia.
El encuentro se cerró como se apagan las brasas de una hoguera: con el calor aún ardiendo en la memoria y la certeza de que la llama seguirá viva en quienes la vieron brillar. Fueron hermosos días de experiencia, de risas, de exquisitas comidas, de conversaciones en donde la palabra se volvió río, pájaro de Ostuni y semilla para el próximo año. Al despedirnos, con cierta nostalgia, quedaba en el aire la sensación de que la poesía no concluye nunca, más bien se oculta en los pliegues del viento, germina en las miradas y vuelve a florecer en los ojos de cada lector. Porque la poesía, al fin y al cabo, no muere: simplemente cambia de voz.
Poetas que participaron en el Festival Internacional de Poesía 2025, Ostuni:
Norah Zapata-Prill (Bolivia-Suiza), Renza De Cesare (Italia), Maria Teresa D’Amico (Italia), Javiera Tapia (Chile-Italia), Pietro Berra (Italia), Barbara Herzog (Suiza-Italia), Lina Scarpati (Colombia-Italia), Massimiliano Bardotti (Italia), Emilio Coco (Italia), Mirna Ortiz (Chile), Mara Venuto (Italia), Natalizia Pinto (Italia), Enrica Montrone (Italia) y Javier Claure (Bolivia-Suecia).
Alumnos del Liceo Classico «L. Pepe e A. Calamo» di Ostuni y del Liceo Linguistico «Don Quirico Punzi» di Cisternino:
Francesco Lavecchia , Mariafrancesca Semeraro, Karol Colos, Sofia Miccolis
Alessandro Semeraro, Elisa Epifani, Angelica Anglani y Nicole Barella.
Fuente: Ecdótica