09/23/2025 por Sergio León

Sobre Lo crudo y el caos

Por Montserrat Fernández Murillo

(Prólogo de Montserrat Fernández Murillo a la ópera prima de la poeta orureña Valentina Gonzales Aramayo Huanca, publicada por la editorial Pirotecnia.)

La joven poeta orureña, Valentina Gonzales Aramayo Huanca, en este su primer libro de poemas, esboza la crudeza en instantes que nos devuelven a una animalidad menos natural, acaso atravesada por una postura vertical que nos deja entrever horizontes desde el hueco o el pedazo de tierra donde nos enfangamos. Entonces, y tan solo como ejemplo, “Un viernes de challa en el tugurio” asistimos a “un ritual de apareamiento” que nos recuerda “Caminando sola por la madrugada”; humano o animal se confunden en el caos de lo habitual, del deseo, que hace inquebrantable el tránsito, aunque lo desabrido se haya manifestado y todavía no se pueda tragar tan fácilmente.

Es, tal vez, la imagen palimpséstica de la travesía de “El ciclista” la que revela el ritmo de los poemas: la constancia del desliz-amiento, lo llamaría. Ante el ciclista, las escenas no solo se superponen en los ojos como baches, sino como tenacidad del movimiento; expuesto por todos los flancos, el ciclista casi siempre frena ante todo bache y celebra como el torero, “Oléé”, su leve movida ante la muerte cotidiana, hasta que un bache lo desaparece. Se hace entonces el silencio abrupto, que nos deja con la palabra estoqueada.

El silencio no siempre es el fin, también es reconfiguración; en “Vacíos”, por ejemplo, los puntos suspensivos, que se escriben dos veces y no son los mismos, generan silencio para pensar el devenir de la estrofa y la imagen de la falta – faltan uñas y cabellos– antes que aparezca una existencia mínima (conexión cerebral, raya vertical) o máxima (astro solar) titilante. Titilar es una instancia común en los poemas.

La voz poética, con frecuencia, se sabe en temblor o centelleo. “La idea”, por ejemplo, “está en la punta del cerebro (…) y parece que está a punto de desmayarse” hasta que es “inteligible y coopera” o “Procrastinar” trae consigo abortos “que se retuercen// se revuelcan” pidiendo reconocimiento.

La temblorina está ligada al momento de escritura o creación: es pues fulgor.

No cabe duda de que lo crudo es vertiginoso, caótico, pero placentero, se lo dice claramente en “Tiempo estimado de arribo”: “En cámara lenta/todo se vierte y mezcla/ con los mocos que se chorrean, / con la piel agrietada que supura tutti frutti.// (…) De la nada, / mi mente hace squirt”.

Es este goce atravesado por lo destemplado, por lo agrio, lo que nos cuestiona el ideal de una estancia llana, acaso tierna con el cuerpo y el pensamiento, mas de eso somos huérfanos, grita la voz poética: “¿y qué es la ternura? / Es un cucharón /rebosante de contradicciones /apuñalado de vidrios rotos, / sangrando yogurt del desayuno escolar”. Y con ese abandono de las ternuras hay que seguir nomás en el tránsito, más aún, hay que seguir en el carnaval Oruro, porque, aunque seamos “Testigo:/ Una vomitada con sangre. / Una pelea cuerpo a cuerpo. / Una acuchillada…/ A un perro, / A un vecino. / Una atropellada pasional. / Una limosna, / y si no la hay… / Una puteada, /una metida de mano. / Pero… / Que nuestra mamita te lo pague, / y que viva el carnaval”. Así las cosas…

Fuente: Revista La Trini