04/30/2025 por Sergio León

Fábulas de una caída: el réquiem de Emma

Por Carolina Delia Hoz de Vila Guzmán

Aristóteles definió la fábula como el componente narrativo de una obra de hechos o episodios vinculados a relaciones de causa y efecto. Alejada de la visión de Hesíodo o Esopo del mundo grecolatino, que atribuyeron al subgénero un carácter de enseñanza moral, en la teoría dramática de Bertold Brecht se definió la fábula como un conjunto de fragmentos de hechos que implican una interpretación de la realidad.  (Estébanes, pg. 405- 407)

Fábulas de una caída de la poeta Emma Villazón Richter es la reconstrucción de una historia, la epopeya de una vida que pudo ser pero se desplomó en cuanto conoció la crueldad de un mundo que la expulsó de su paraíso. Cuando leo a Emma pienso en el poema como un mito, en la nostalgia de una comunicación con lo divino que se fracturó en cuanto se perdió la fe. Si todo mito es nostalgia, la poesía de Fábulas de una caída es el anhelo de retornar al paraíso. El rito nostálgico de revivir un edén que fue arrebatado, cuando el jardín de la inocencia y la fe en el futuro se esfumo con el desencanto amoroso, así como la aplastante maquinaria de la Ciudad. El amado y la urbe son así dos amenazas que destruyeron la seguridad inicial, y que sólo pueden comprenderse a través de la poesía.

Cada uno de estos poemas es como el fragmento de una tragedia que la memoria intenta levantar y comprender, ante la imposible tarea de reconstrucción después del derrumbe. La voz poética de la autora es como la memoria de un superviviente que intenta dar sentido a lo que le sucedió, al igual que la fábula, que busca interpretar un conjunto de hechos. No obstante, la memoria emerge fracturada como un destino incierto y un infernal apego a lo que no regresará más.

haces tuyo, memoria, cualquier contacto, cualquier paisaje (…)

devoras luz, hombres airados que encienden valles,

piedras frágiles, sermones del viento…

Nada se libra de ti, una vez que atrapas

la belleza, ella crece incesante, mercurial

Describe la poeta en “What memory Desires”, un poema en el que la memoria bucea en el subconsciente, como un sueño marino que construye la belleza de la nostalgia de lo imposible. La memoria es un frágil mecanismo que aferra más al sobreviviente a su pérdida, aun cuando esta no pueda reponerse. Ese apego ansioso y angustioso de recobrar lo perdido resuena en el último verso, “El precio con el que he de pagarte primitivas uniones resuena en papeles”.

En “Carta”, se habla al amado después del desastre, se sorprende la poeta de su fortaleza en lo posterior de la ruptura, de la derrota y “del alud” emocional que conllevó la separación, como un desastre natural en el que ella se las ingenia para sobrevivir estoicamente, “para caer / mas no como la rosa suave sin ideas si no de silencio a silencio a un mar de silencio en los ojos”.  Esta preparación de la caída es un silencio en el que el cuerpo se abandona a los azares de la vida, la lujuria, los residuos pasajeros de la distracción para salir adelante.

Vivir se constituye en un acto de supervivencia, durante el día, la poesía es, en cambio, la heroica hazaña de comprender la muerte durante la noche. La caída se entiende, entonces, en el poemario como la pérdida de lo sagrado y un encuentro instantáneo con la muerte, que se palpa aún más en la oscuridad. Ese duelo que se pronuncia ante la pérdida de lo amado, se constituye en una fábula que a través de la poesía intenta levantar los restos de lo que se amó alguna vez, cuando hubo idealización. Tras la caída, es decir, la decepción que vivió, la poeta debe escribir “las lecciones no aprendidas”, y aplicar así el principio de la moraleja para llevarlo a la angustiante tarea de aprender lo que anteriores generaciones de su familia no pudieron. En esta saga de la pérdida, la autora se entrega a la poesía como un ejercicio de interpretación de su propia herida. Comprender así, a través de la poesía, es cantar y volverse a contar para no perder la cordura.

de qué desgraciada casa vengo no diré

ahora fuera de ella en la misma silla

de tardes viejísimas

me sueño escribiendo las lecciones no aprendidas…

insomne cavilo

cavo escalo me entrego a ellas

raíces de mi ficción como manzanas de oro

me estiro con ellas en monólogo de renuncias colectivas hasta la madrugada

oh madre poema

bajo una lluvia de luz

mi transparencia se rompe.

La poesía es esa madre que la acoge en la renuncia a todo lo que una vez formó parte de su vida. A su vez, escribir esa ficción, y desentrañar ese oscuro origen familiar, quiebra la estabilidad de la poeta porque la lucidez de despertar la calcina con el fuego, al igual que Faetón manejando su carro hasta el sol, para ser devorado por las llamas.   Esta herida de la revelación se da con el rigor de un amanecer que la recibe con un golpe de realidad, al impulsarla a huir hacia la oscuridad en “Ventana Violenta”. La mirada desesperanzadora de un mundo en el que ella aprende a morar con pesimismo, así, se plantea.

Con el rigor del alba

los pies conocieron el miedo y su rocío

arrinconados, mirando una oleada de trinos,

quisieron modular como caracoles

la necesidad de huir a lo oscuro.

No deja de resultar interesante el acto demoledor de la memoria, la emergencia por “retroceder sillas, tareas, respuestas,/ y desmantelar el presente con sus raíces”, tal como reza el verso del poema. Paradójico giro que también se erige simultáneamente con el deseo de retener lo que se pierde, en la caída. A la tentativa de rescate se une así el auto sabotaje, la destrucción.

“De noche y madre” es un poema en el que ella y su progenitora conversan en una cama sobre la vida; ese desafío tan complejo para una nueva generación de jóvenes que no es capaz de construir nada sólido y permanente como antes. Aun así la madre devuelve a la hija el valor, en un testimonio de su propia lucha, cuando le cuenta sobre la posibilidad de ser capaz de bailar al ritmo que toca la música, tal como ella lo hizo aun con una pierna lisiada, en sus días de juventud. Ese momento es esperanzador y mueve a la poeta a levantarse y seguir creando porque la vida avanza en la ciudad, pese a todo, y sus versos tienen futuro.

“En el valle” es un poema donde la vida continua, en tanto acontecer que fuerza a la protagonista de esta fábula a seguir adelante, aun cuando tenga ganas de desaparecer, enmudecer y perderse en su propio dolor, por la vergüenza que le produce la caída.

Aquí el viento de la sierra

hace del cuerpo una vela modesta que se deja llevar (…)

no hay demonio con olor a fracaso detrás de las piedras;

siento que podría abandonarme, doblarme como un vestido

y dejarme guardada entre las paredes de mi cuarto.

Pervive la tentación del encierro. Pese a todo, es consciente a la vez de que el valle no le permite ocultarse, por más que quisiera hacerlo. En “Fasto destino”, la vida es un acto de supervivencia que sólo se sostiene de las miserias contadas, así como calladas entre ella y sus amigos. Un tiempo en el que todos se endurecen y a la vez están cansados de luchar, porque tal como dice el verso, “todos en la ciudad nos volvemos héroes desgastados”. El inútil intento de ser alguien y constituirse en la ciudad es una sensación. La urbe es el espacio que la aísla y la confina a sentirse más perdida.

En “Los comensales de agosto”, el paraíso perdido es esa existencia que ella contempló y disfrutó antes con satisfacción. Hoy es un árbol de frutos que no la llenan, que son vacíos, “sin pulpa”. Este cansancio parece ser el réquiem de todo lo que muere antes de tiempo, porque el deseo no produce nada, es estéril. Recita esta abulia confesional el verso siguiente, “imágenes de deseos rotos en un pecho… Este mes como en cada estación se perdió/ ya apareció la misma derrota y la costumbre”. Vivir es una apuesta que al final trae el mismo acto de destierro, donde la memoria llega con “algo de voces tiernas y de truenos que no nos pertenece”. Como si lo que una vez le perteneció a la poeta el tiempo le hubiera arrebatado de las manos.

La noche es una presencia constante en el poemario de Emma. Una entidad espiritual que aguarda tras la pérdida, y que surge detrás del tapiz descascarado y viejo de las costumbres del día, de los mandatos sociales, familiares, los deberes de oficina, y esa galopante necesidad de adquisición material que rige sobre los cuerpos, como maquinarias del progreso. La noche es, al igual que para el poeta Novalis, el escenario de una revelación que se opone a esta programación, en instantes de extrema conciencia. A su vez es el testimonio del despojo que deja su separación con el mundo. Acaso la condición desarraigada de varios bardos que en la poesía conocieron su propia tragedia, por sentirse excluidos de la “civilización”. La disgregación de la identidad, esta pérdida paulatina del yo, se hace más consciente en la noche y es por eso que la  necesidad de hacer poesía se pronuncia como iniciación en la muerte. El sacrificio necesario que el poeta precisa para cruzar al otro lado y alcanzar el estado de plenitud que perdió.

Del otro lado de la noche vendrá mi respuesta.

De esta secreta región en que se da luz a los sueños

aparecerá con una lluvia ineludible y fatal

que me encerrará en el centro de un bosque.

Será como un mensaje ajeno al pensamiento

que soplará en la respiración de la tierra

y terminará devastando mi cuerpo

como si fuera la verdad

y yo hubiera jugado a ser una bruja.

En “El mensaje” la poeta se entrega a la profecía que le vaticina la noche, en medio de los sueños, cuando la escritura es la firma de su propio testamento, su sentencia, acaso un adelanto de su prematura partida a los 32 años, que ella intuyó mucho antes, cuando cavilaba entre las palabras su encuentro. En “Transformación”, se habla sobre esa pérdida de libertad que sintió con un “vasto y maligno escenario/ con todos los actos dispuestos para una mujer/ tan definitivos como si cortaran cabezas”. La poeta siente opresión ante los mandatos patriarcales, la construcción de esas leyes que la obligan a ser un prototipo de mujer, con el cuál no se identifica. En “Lo que se despeña”, la alta noche, esa noche que sólo los poetas iniciados conocen, ella se derrumba y viene cuesta abajo junto a su nombre. Es el precio de hacer poesía destruir lo que la memoria tanto se esforzó por preservar, en una urna conmemorativa.

La alta noche

se ha despeñado

como baúl de gitana

con escrituras jeroglíficas de dioses

al silencio de las aguas (…)

La alta noche

se hace poesía

pero mi nombre

no puede reconstruirse.

En “Ciudad”, la voz de Emma es testigo de su propia ruina, caminando en lo que se constituye como un espacio de “progreso”, una zona en desarrollo que es hostil a su crecimiento personal. Ese territorio que se disfraza de “madre tierra de cálidos hombres, donde se ocultan maquinarias de violencia. /y apenas tiemblan los labios de los mudos”. Escenario que la forzó a alimentar expectativas sociales y así perder su centro, para pasar a formar parte de las filas de desposeídos que aprenden a callar, en cuanto la maquinaria de hacer dinero sacrifica lo que les queda de humanidad.

Es en este poema donde Emma es la heroína cansada y desgastada que anhela recobrar sus raíces, su historia, y no ser una fotocopia más de los cientos de jóvenes enajenados de su generación, que “adoran lo blanco, una tele una cama/ un mundo sin luna”, como el poema diría.  Es por eso que la mueve la necesidad de limpiar su casa, y de retomar las riendas de su vida, aunque ya no tenga ganas de nada en “Haciéndome cargo”.  La imperiosa necesidad de limpiar y barrer todo, que luego desemboca en un acto autómata, se refleja en los versos. “Trato de hacer todo con cuidado. /Se me encarga que mantenga la casa en orden/ Y así lo hago, primero con desesperación, luego sin pensarlo.”  Largar la suciedad por un inodoro y que “el mal olor” de la vida desaparezca, es un alivio momentáneo que da impulso para soportar la noche, donde la muerte se anuncia. Sabe que el tiempo la alcanza como una fuerza que desintegra todo en la oscuridad. Por tal motivo, limpiar la casa y hacerse cargo de todo, es sobrevivir a esta acción devastadora.

Es difícil estar pendiente de la suciedad, de los restos

que dejamos en los baños, en los platos, en los pasillos,

es como estar levantando lo que el tiempo nos hace a cada minuto en nuestra intimidad y queda con telarañas en unos rincones.

Realmente es duro, pero cuando veo esa espuma que se ha llevado lo malo, es para mi como una canción, una que me dará fuerzas

cuando venga la noche

y no tenga otra voz

Sino con la que contesto el teléfono.

Despejar los tratos de desorden, el mal olor que el tiempo deja sobre lo que amenaza con sepultar, es el heroísmo de prepararse para la noche, cuando la palabra ilumine como una revelación la muerte. En la tercera parte del poema, “Cicatrices”, domina más la incertidumbre. La poeta así recuerda al Minotauro, ese hombre mitad bestia, mitad humano que la llevó a las colinas, la privó de lo que más creía y la dejó con una duda permanente.  La mitológica figura de este personaje del laberinto en el que circunda Ariadna, es la de un macho taurino, que con todo su instinto depredador y manipulador la empujó hacia el abismo, porque no supo amarla. Esa sensación de desolación acompaña el verso con el cuál culmina su poema. “Entonces, ya no pude hablar más de mi inocencia”. Ariadna se perdió en el laberinto para siempre, y sólo podrá comprender su derrota a través de la escritura, en un intento por recuperar su espacio de pertenencia.un así, no hay lugar donde ella pueda sentirse a salvo. En “la broma…”, la poeta no conoce un retorno, porque se extravió al vagar tanto sobre pensamientos rumiantes. “No existe tal volver. Causa/ risa. Lo esperé 10 años. Causa risa. / Es una broma en mi casa y sabe que se ha despedido de sí misma, porque ya no se reconoce en lo que una vez vivió y fue. Una farsa/ estar. Una bomba de Carcajadas”. La poeta comprende que amar al minotauro por diez años fue una pérdida de tiempo y que hacer un altar en su nombre no fue más que una broma de mal gusto que sacrificó su niñez. “Tener un lugar es una farsa”, culmina. En “…mirar otra vez…”, el mundo es más ajeno aún para ella. “Las nubes no son las mismas/ ni la ciudad con su aureola/ azul y misteriosa sobre las calles.” La extrañeza irrumpe con un deseo de dar el gran salto y despedirse de la vida. “Creo que el mundo no está aquí” es el verso concluyente, con el cuál la poesía se afirma como el réquiem de una despedida.