04/21/2025 por Sergio León

Habitar la palabra: la poesía y sensibilidad de Melissa Sauma

Por Pablo Deheza

En un mundo desbordado, cuya impronta es la velocidad, la eficiencia y la conexión digital constante, detenerse a contemplar el mundo a través de la poesía se vuelve casi un acto de resistencia. Escape, de La Razón, conversó con Melissa Sauma Vaca, poetisa boliviana cuya obra invita a mirar con nuevos ojos lo cotidiano, a dejarse llevar por los árboles y a encontrar belleza en lo simple. A través de sus libros y su labor editorial, Melissa nos recuerda que la poesía sigue siendo un puente vital hacia lo esencial.

La poetisa nació en Santa Cruz de la Sierra y se ha formado tanto en el campo de la economía como en el arte de la palabra. Estudió Economía, completó un MBA en Dirección y Gestión Empresarial, y más adelante cursó el Diplomado de Escritura Creativa de la UPSA. Forma parte del taller de poesía Llamarada Verde y ha publicado dos libros: Luminiscencia, galardonado con el Premio Nacional Escritores Noveles, y Maneras de Parar el Mundo, obra que ha sido editada en Bolivia y Ecuador. Además de poeta, es fotógrafa, editora y una exploradora constante del lenguaje y la sensibilidad.

A lo largo de esta conversación, Sauma comparte su visión sobre el lugar de la poesía en el mundo contemporáneo, su vínculo con el yoga y la naturaleza, y el delicado equilibrio entre su formación económica y su vocación literaria. También reflexiona sobre la edición como acto de acompañamiento, la valentía de mostrar la palabra escrita y el poder transformador de escribir desde lo más genuino del ser. Una entrevista que nos invita a parar el mundo, aunque sea por unos minutos, para escuchar el ritmo de lo poético.

– ¿Cómo ves la situación de la poesía hoy, en un mundo tan volcado a la inmediatez, al resultado por el resultado y a la vida online?

Siento que la poesía es una expresión natural del ser humano —nos ha acompañado desde mucho antes que la escritura, incluso antes del lenguaje verbal, si la entendemos como polisemia, como esa posibilidad de imaginar y crear infinitos significados.

Cada época le ha asignado diversos roles —memorizar relatos, transmitir historias, acompañar rituales, expresar lo íntimo, lo político, lo sagrado, entre tantos otros—, pero ninguno de esos roles la define. La poesía no necesita justificarse en utilidades y, aun así, siento que la inmensidad de sus dones lo atraviesa todo; para cada persona y en cada época tendrá un sentido único y, a la vez, compartido. ¿No es eso pura magia?

Quizás en este tiempo pueda recordarnos también lo que ya sabemos, pero entre tantas distracciones a veces olvidamos: la posibilidad de contemplar y apreciar lo que nos rodea; de reflexionar, hacernos preguntas y mirar todo desde nuevos puntos de vista; de crear un tiempo propio, de conectar con nosotros mismos y con nuestro entorno.

– Tus poemas exploran lo cotidiano y lo natural con una mirada contemplativa. También eres una persona que practica yoga. ¿Cómo influye tu entorno, urbano o natural, y la práctica del yoga en tu escritura?

Sí, me gusta escribir sobre lo cotidiano, observar en lo pequeño el destello de algo que no cabe en las palabras. Y ahora también estoy explorando otros escenarios, como quien abre las ventanas a nuevos paisajes, a lo desconocido.

Siento que los espacios que he habitado han influido en mi poesía, en principio porque así lo he elegido, al proponerme escribir sobre ciertos lugares o elementos de cada lugar, especialmente de la naturaleza. Luego, me parece que han influido también de un modo más sutil: hay partes del entorno que están presentes en mi poesía sin que me lo hubiera propuesto —en mi modo de mirar, de hablar, de sentir.

Y también creo que es un diálogo de ida y vuelta: el entorno tiene un influjo en cada ser, y cada ser, un influjo en el entorno. Quizás esa forma de ver la vida tenga una influencia de la práctica del yoga también, en la que —con algo tan cercano como la respiración— es fácil percibir esa relación entre el ser como individualidad y la existencia como totalidad.

– Eres economista dedicada a la gestión empresarial, pero tu camino artístico se ha desarrollado en la poesía y la edición. ¿Cómo dialogan estas dos dimensiones en tu vida?

Es una pregunta muy interesante. Hubo un tiempo en que me parecían dimensiones opuestas, hasta que comprendí que son parte de una unidad. El yoga me ayudó también a entender ese equilibrio.

Para decirlo de un modo simple: la economía y la gestión tienen un espacio en mi vida desde lo lógico y estructurado; la poesía, desde la intuición y el asombro. Y ambas dimensiones están presentes en el poema —que tiene orden y también misterio—, así como en todo lo que hago.

La economía me enseñó a mirar la realidad como un sistema complejo y dinámico de múltiples variables interrelacionadas; como los poemas que dialogan entre sí dentro de un libro. Cambiar una sola palabra puede alterar el sentido de toda la obra.

Ese mismo diálogo vive en mi proceso creativo: hay momentos de escritura libre, donde la imaginación vuela sin brújula, y otros de edición rigurosa, de ajustar cada coma con la precisión con que se ajusta un engranaje.

– En tu experiencia como editora en Llamarada Verde, ¿cuáles han sido los mayores aprendizajes o descubrimientos que te ha dejado acompañar los textos de otros autores?

Si ya la posibilidad de leer y escuchar a otros autores me parece maravillosa —es como entrar por un momento en un universo nuevo mientras el tuyo se expande—, imagina la maravilla de acompañar el nacimiento de un texto. Incluso después de tantos años, eso me sigue fascinando.

Con Llamarada Verde, en especial, ha sido una experiencia hermosa, porque durante estos 10 años he presenciado el proceso creativo de múltiples libros de cada uno de mis compañeros.

Contemplar su viaje poético —sus lecturas, sus exploraciones de temas, estilos y voces—, mientras yo también me sentía acompañada en mi camino de escritura, ha sido un regalo inmenso, que agradezco profundamente. Ha enriquecido mi manera de leer y escuchar poesía, afinando mi sensibilidad y mi oído, y también mi manera de escribir y compartir mi poesía.

– ¿Qué libro o autora te marcó de manera definitiva durante tu adolescencia lectora?

Durante esa época me gustaba mucho leer novelas. Recuerdo, de manera especial, un momento en que estaba leyendo Cien Años de Soledad. Tenía 13 años, estaba sumergida en la historia y, con un sobresalto, levanté la cabeza y pensé en voz alta: “¿En serio esto se puede hacer con las palabras? ¡Crear mundos!”. En ese momento dije para mis adentros que algún día me gustaría escribir.

– ¿Qué diferencias percibes entre el proceso creativo de escribir para ti misma y el de preparar un libro para ser compartido con el mundo?

Disfruto mucho de formas de escritura como el diario íntimo o el flujo de conciencia, géneros que nacen como un diálogo conmigo misma, aunque a veces descubro en sus páginas semillas que luego germinan en otros textos poéticos o narrativos.

Con la poesía, el proceso creativo es distinto: primero escribo, sin pensar en un destino final para el poema, dejando que cada verso encuentre su propia respiración. Luego reconozco qué textos piden ser compartidos y de qué forma.

Ahí comienza otra fase creativa que para mí es igualmente importante: la edición, la publicación, la difusión; donde el poema se convierte en puente, en punto de encuentro, en gozo compartido.

– ¿A qué lugares te ha llevado la poesía y cómo estas vivencias han impactado en tu poesía?

Esta pregunta me hace recordar las palabras de un poeta amigo: “La poesía puede llevarte hasta el infinito”. Y es cierto: me ha llevado a rincones soñados y a territorios que nunca imaginé.

Hay ciudades que visité porque primero las amé en las páginas de los libros. Y he compartido mi poesía en plazas, ferias, colegios, en una cárcel —una vez—, en festivales nacionales e internacionales, en parques, en cafeterías. Cada lectura completa el viaje íntimo del poema e inaugura su viaje colectivo: ese momento mágico donde lo escrito, al ser recibido por otros, cobra nuevos sentidos.

Todas estas experiencias —tan distintas y hermosas— han sido grandes aprendizajes y me han motivado aún más a seguir escribiendo y compartiendo lo que escribo.

Y, sobre todo, la poesía me ha llevado a conocer espacios de mi ser que no sabía que existían. Entonces sí, yo creo que la poesía puede llevarme hasta el infinito.

– ¿Cómo te aproximas a la creación poética, a la estética de las palabras y al ritmo del lenguaje? ¿Qué tanto importa, desde tu perspectiva, la sonoridad y cuánto lo hacen las ideas poéticas?

Me gusta que estén presentes la música, el ritmo y la armonía en lo que escribo. Hay palabras que percuten, que acarician, que martillan o se deslizan, tanto por su sonido como por las imágenes que despiertan. Combinar estos elementos para que, en conjunto, transmitan armonía es un trabajo de artesanía, y también es algo que fluye de manera intuitiva.

– ¿Cuál es el mayor desafío que enfrentas al momento de escribir poesía? ¿Y cuál es el mayor gozo?

Para mí, uno de los mayores desafíos ha sido animarme a compartir lo que escribo. Hay que tener valentía para mostrarse en esos niveles tan íntimos en que se mueve la poesía, que resguarda y a la vez desnuda.

Y entre los momentos más gozosos están las epifanías: esos hallazgos inesperados, a veces de una palabra que buscaba para un poema y ni siquiera sabía que existía, o de una parte de mí que se revela en el proceso de escritura. Y también, por supuesto, los encuentros: esa maravillosa posibilidad de conectar que nos brinda la poesía.

– Tus libros Luminiscencia y Maneras de Parar el Mundo parten de procesos personales y de la observación del entorno. ¿Sientes que escribirlos fue también una forma de sanar o de entender mejor el mundo?

Siento que una de las motivaciones para escribirlos fue, quizás, comprender mejor el mundo y a mí misma. Aunque no me lo planteé así desde un inicio, al completarlos me di cuenta de que me ayudaron a entender ciertas cosas con mayor claridad.

Tampoco los escribí pensando en sanar a través de ellos; sin embargo, ahora reconozco que el proceso de escritura fue un camino para descubrir memorias y emociones profundas, para liberarlas, transformarlas y darles nuevos sentidos.

– Cuéntanos sobre tu tercer libro, ya pronto a ser publicado.

Es un libro que comencé a escribir en 2020. Tiene como hilo conductor la presencia de los árboles. Los árboles que conozco y amo, y también el árbol como arquetipo universal, presente en todas las culturas.

– ¿Qué consejo le darías a quienes están comenzando a escribir poesía, especialmente a jóvenes que quizás aún no se atreven a compartir sus textos?

Diré lo que, desde mi punto de vista actual, me diría a mí misma cuando estuve en ese momento: que cuiden y nutran el fuego que arde en su interior como algo sagrado, porque lo es. Que la única medida de validación que busquen sea el entusiasmo que sienten por lo que hacen. Que escriban siempre desde un lugar genuino. Que conecten con personas que también aman la poesía. Ah, y que lean Cartas a un Joven Poeta, de Rainer Maria Rilke.

Fuente: Escape/La Razón