Por Martin Zelaya
Quizás no sea aún demasiado tarde
para defender el espacio abierto
donde permanecen prendidas las estrellas,
En la reserva india de Red Hill todos viven peleando a la contra. La ley de la selva impera. Nadie regala nada, nadie le da la mano a nadie porque apenas alcanza para salvarse a uno mismo.
Alma –latina, morena y bizca– corre aun en mayor desventaja. Es profesora de español y vive en impaciente espera de volver a encontrarse con los entes que la abdujeron. Russell, enorme indio de la nación Sin Huella, vende artesanías de cornamentas de ciervos y es un ferviente luchador contra las megaempresas del fracking que destruyen la naturaleza. Tayen promete mucho por su ideología y capacidad intelectual, pero prioriza tocar en su banda y vender drogas sintéticas. Zoe, es la cantante del grupo; intenta enfocarse en su búsqueda identitaria –se tatúa el rostro, retomando la vieja costumbre tribal– pero a la vez se prostituye a tiempo parcial y reparte droga bajo la protección de su medio hermano. Willa, atiende un sucio bar al borde de la reserva y sobrevive entre humo, alcohol y el peligro inminente para ocultar su oscuridad.
Rivero construye un universo sombrío y hostil como pocos. Aridez y penumbra como escenario cabal para un puñado de personajes e historias al límite. Para una suma de soledades que interactúan, pero no logran complementarse.
Entró a la cabaña a oscuras. Respiró esa mezcla de vida conocida y de infinita soledad y por fin prendió la luz. (22)
En la reserva, sin embargo, no era adrenalina lo que se sentía. Si había un sentimiento opaco como un denso pantano era la indignación. No, no era adrenalina, váyanse a joder, se hastiaba Russell. Y no solo él. Era una rabia antigua, histórica, una rabia casi resignada. (73)
Novela de personajes, novela corpórea; y por eso, también, psicológica y emocional. Alma oscura del alba se enfoca en su protagonista, pero el resto no pierde fuerza y preponderancia. La autora se mete en la piel y alma de Alma, y siente y nos hace sentir el desasosiego del ultraje: de ser invadidos, violentados, de no poder hacer nada ante el todopoderoso que entra, devasta, toma lo que quiere y deja solo escombros. Y de eso va el libro: Alma fue raptada y violentada por alienígenas; Red Hill es víctima de la explotación total. Ella intenta explicarlo y denunciar y defenderse; el planeta también envía señales, pero nadie hace caso.
Si a ella la habían secuestrado para hacer de su cuerpo un terreno de exploraciones, si se la habían llevado así, sin más, ¿por qué no podría hacerse el viaje en el sentido contrario? Humanos y extraños, todos eran criaturas que apostaban por algún tipo de supervivencia en ese inconmensurable vientre oscuro que era el cosmos. Y la supervivencia era, per se, violenta, jodida, amoral. (184)
Novela sobre la resistencia y la supervivencia: de los indios por mantener su ascendencia y legado, y de los pobres (¡casi todos!) por subsistir. Pero también de la humanidad por no extinguirse ante su propia depredación, y del planeta en su lucha por sobrevivirnos. Novela sobre la marginalidad y sus catalizadores: el alcohol, las drogas y la violencia. Sobre la eterna lucha de las minorías condenadas a la pobreza y el rol secundario. Novela que no se despega del realismo puro y duro, aunque la trama gire en torno a ovnis y presencias extraterrestres. ¿No es, acaso, el epítome de la marginalidad la posibilidad de ser víctimas de seres de otros mundos y la necesidad de resistirlos?
Algunas claves y trasfondos
De la periferia a la marginalidad, ¿dónde más podría encajar alguien violentada y perturbada al extremo de haber perdido su esencia en un suceso tan irreal que ni ella misma asume?
En la sórdida reserva, todos parecen condenados sin juicio justo: el río, los árboles, la nación Sin Huella; los indios como individuos, sentenciados ya por siete generaciones a vivir en hándicap y sin esperanzas de hacer frente al sistema.
Alma huye de sí misma hasta Red Hill y allí se relaciona con puro escapistas. Russell aparece como la opción perfecta para unir soledades, pero el trauma, la cicatriz que lo trascienden todo, no permiten tregua. La otredad es, entonces, un concepto esencial que atraviesa las más de 300 páginas de esta novela fragmentada en varias docenas de mini capítulos que le confieren un ritmo ágil, pero no exento de profundidad.
Ella, al fin y al cabo, era una extranjera en la reserva. Pero ¿quién no era un extranjero en el mundo, en la Tierra? La carne una interfaz casi siempre incómoda. (118)
Otredad en diversos sentidos y niveles: Alma, Russell, Zoe… todos se sienten ajenos a la sociedad capitalista automatizada a tal punto que la mayoría de los indios están dispuestos a aceptar dinero y renunciar a su territorio histórico y ancestral; pero también son extraños y “otros” aun para sí mismos, golpeados por diferentes traumas y tatuados por imborrables cicatrices; en el caso de la protagonista, causadas por factores tan externos que constituyen la mayor de las enajenaciones.
Ella no pertenecía a la reserva Sin Huella y quería defender esa hondonada, toda esa región, con su propia vida. Con su vida deforme, porque la verdadera, su existencia humana e inocente, la habían tomado hace años y le habían dejado la carne para que transitara el mundo en duelo eterno por sí misma. (134)
¿Qué sortilegios, artes o ciencias pueden conjurar esta realidad? No es el amor, en este caso: la impiadosa rutina curtió de tal modo a Alma y los otros, que atienden antes otras urgencias que las del corazón e incluso dejan de lado los instintos más básicos de darle un poco de placer al cuerpo. Vamos a un pasaje de Alma y su terapeuta:
El amor no era interesante. Sí, en cambio, el trauma, la penetración del cuerpo, la insana curiosidad interestelar. Y cuando le expresaba su sospecha sobre esa insoportable ambivalencia, la que le impedía incluso pensar en la posibilidad de un afecto terrenal, la mujer cerraba los ojos por un larguísimo segundo… (86)
No será la justicia, claro está, y ni siquiera de mano propia, pues la ley del más fuerte está hecha a medida de las mafias extractivistas y del narco. ¿Acaso la fe y persistencia cimentada en la ancestral fortaleza indígena? Poco probable. Russell fracasa en su única esperanza de blindar a su hermano con un amuleto que, al final, resulta que tampoco pudo escapar al mal ya inyectado en la tierra, en los animales y en el entorno de una Madre Tierra devastada. No parece haber puerta de escape, ni siquiera a las lejanas estrellas desde donde, tal vez, nos observan.
Fuente: Revista La Trini