04/14/2025 por Sergio León

120 minutos de una historia

Por Cecilia Romero

(Texto leído en la presentación del poemario “Ciento veinte minutos” de Isabella Soriano, realizado en el auditorio de Los Tiempos, el pasado jueves 10 de abril)

Pájaro rojo, no digas que me lo dijiste.

Busco en Spotify la playlist del cancionero emocional de este libro o un territorio que suena. Se despliega entonces, una lista que acompaña la escritura de 120 minutos de Isabella Soriano, con un lado A y uno B, algo así como la vida misma.

Pájaro rojo, no digas que me lo dijiste. Dice un fragmento de Carta Azul de Fleetwood Mac, canción que acompaña este libro, junto a otras, muchas otras más.

Y la música será parte de eso que reafirma una vida por la que se cuela lo inevitable, el amor como parte de un ciclo sin fin, el comienzo y el final sucediendo simultáneamente en la escritura de una poeta que nombra las flores y las espinas del mundo, como dos pasajes que se superponen, que dialogan desde sus fronteras.

El lado A es como un borde de precipicio, un abismo que nos mira y no hay forma de resistirse a él, como bien diría Nietzsche.

Esta suma de poemas habla de abismos y espejos que están persuadidos, tan persuadidos como la luna, reflejan lo que desean y a veces mienten, gustan dejar destellos como luciérnagas que se encienden y desparecen en la oscuridad, pero las palabras, tendrán el poder de dar nombre a lo que las imágenes callan, clavarán con quirúrgica precisión alfileres en los encuentros con ese otro, ese escalofriante otro que es ausencia, verdad e ilusión. Presenciamos entonces, la claridad con la que se sucede el proceso escritural, uno que es punzante porque carece de atajos, vías de escape o espejos convencidos.

En A, el amor es un tránsito obligado que evidencia su naturaleza contradictoria y es reflejo de nuestra condición interior. En este lado, habita un fantasma que encuentra sus lugares de aparición bajo la sombra de árboles, barcos que navegan ingrávidos, en terrazas infinitas, en estrellas que hacen apariciones puntuales en noches donde la escritora nombra el espacio de la ausencia, una que traspasa, que se hace nuestra: ¿Quién de cuando en cuando no se aferra a la imposible materialidad de un fantasma?

Dice un fragmento del poema Ventanal:

Pese a que no es remediable ni repetible

ya se incendiaron los campos del amor

cerezos y lirios que planté para ti

regaste un jardín que no tenía mucho remedio

en temperaturas inhabitables creaste un

paraíso inmenso…

Andrea Imaginario, escribe sobre la mujer que ama en medio de la consciencia de su soledad. El amor se le revela intenso pero esquivo, una presencia ausente, un espejismo. En el lado B, tenemos la nitidez de esa consciencia y también la posibilidad de perderlo todo sin que ello suponga un desastre como afirma Soriano. Perder es un arte, dice, perder relojes, llaves, recuerdos, dos ciudades y también extraviarse en la espera, lo cual tampoco deja de ser un arte.

Este lado, construye un cuerpo poético que se reafirma en el testimonio de ese otro, inasible e inabarcable. Ese que existe sin saber que alguien le escribe, ese que es y no, acto por demás poético que permite la imaginería de la autora y posibilita la claridad de las palabras que lo nombran, las distancias que suma.

En este poemario bifrontista, no hay ausencia sin presencia, la memoria es, sin posibilidad de olvido, nada se diluye y todo se reafirma. En esta construcción del ausente, se niega el vacío absoluto, porque aquel que no está ha dejado lugares impregnados de su espectro, uno que nutre el yo poético de la autora, invitándonos a sentir un duelo que nos es compartido porque el poder evocador de la palabra nos permite recordar nuestras propias pérdidas.

Por tanto, en estos días en que es fácil deslizarse en la seducción de historias que se cuentan en 8 segundos, es un acto de suprema desobediencia escribir sobre los espacios infinitos que tiene la memoria. Isabella Soriano recuerda a los verdaderos afectos, a la certeza de la vida, que es un puerto a quien llegar, a la última sombra que deja quien parte. Su mirada es la de quien disecciona a una ciudad donde habita lo fatal y lo hermoso, aquello que ruge, que aúlla desde una fotografía o una palabra.

Así la escritura de Soriano está sostenida en una intimidad refractante, en versos como señales, como mensajes en botellas destinadas a un ausente que no sabemos si va a encontrarlas y eso no importa, esta ausencia se ha transfigurado a otra condición, la de transformar esa árida realidad en palabras que nombran lo que ya no es y así, aunque suene paradójico, se nos abre un jardín secreto, un corazón: pájaro rojo que tiene dos lados o dos espejos que multiplican infinitamente su reflejo, condición necesaria en una poesía que en 120 minutos está destinada a perdurar.

Fuente: Editorial Nuevo Milenio