06/02/2025 por Sergio León

Operación fracaso

Por Rodrigo Villegas

Operación masacre es el libro que encumbró al periodista y escritor argentino Rodolfo Walsh a la fama que lo precede hasta hoy, pero que tuvo que pagar con su desaparición, años más tarde. Así como lo denunciaba en su crónica larga de la masacre de José León Suárez, donde al menos diez personas fueron asesinadas por las fuerzas policiales de la dictadura argentina de 1956, fue víctima de aquel mismo aparato estatal, que buscaba acallar a las voces disidentes para preservar —así como lo hace todo régimen— el poder que se sostiene. Eso sí, Walsh dejó el testimonio de aquella crueldad e impunidad como una marca, tomando todas las armas de la literatura para anticiparse a muchos exponentes del género que llegaron años más tarde a las lides del nuevo periodismo. Así nació, por lo menos en Sudamérica, la novela de no ficción.

Luego, con los años, vendrían libros como El hambre de Martín Caparrós, o La llamada de Leila Guerriero, testimonios de algo que sucedió, pero contados con la potencia de un lenguaje más narrativo. Ese era el género de la vanguardia. El que brillaría mucho más en esta temporada de huracanes.

Y es que la crónica “sirve” para eso: para tomar una historia y darle la emoción que una nota de por sí no puede darle. Para, a través de la paleta de colores que te da el lenguaje, contar la experiencia humana, para darle una voz más nítida a las fuentes, a esas personas que te buscan o a las que encuentras en el camino. Para, a través de su conversión a personajes, contar sus malestares o sus bienaventuranzas. Sus llantos o sus sonrisas. O, a veces, ambos.

Santiago Espinoza (Cochabamba, 1983) hace eso muy bien. Como un muy buen cronista, narra desde lo que se palpa día a día en el periodismo, pero da sosiego a su lenguaje con el cine y literatura que ha inundado su vida desde hace muchos años. Eso se siente y transmite en cada una de las crónicas que escribe en Operación fracaso, la colección de crónicas publicadas previamente en periódicos como Opinión o revistas internacionales como Gatopardo, en un libro editado por Editorial 3600 en 2023. Son trabajos reunidos de 2009 a 2022, 13 años de esfuerzo y goce periodístico.

Las crónicas

Los trabajos periodísticos que Santiago reúne en Operación fracaso son de alta factura, historias verdaderas que explican mucho de Bolivia, la tierra que —bien o mal, con sus alegrías y tristezas— transita.

En “La patria que me parió”, por ejemplo, Espinoza reflexiona acerca de su nacimiento, del año en que conoció inevitablemente una recién inaugurada democracia boliviana, pero donde se concentra en el enamoramiento de sus padres, en sus primeros años transcurridos como una familia. Con un trazo delicado pero que no deja la potencia de lado, Santiago convoca a aquel amor como el primero, el que lo acompañaría a través de los años y hasta ahora.

Dejando un poco la intimidad de lado, Espinoza relata luego la llegada de Andrés Calamaro a una Santa Cruz sumergida todavía en los resabios de la media luna, donde a través del concierto del reconocido cantautor argentino se ve de frente con una imagen que la persigue hasta hoy: la del rechazo a ciertas ideas políticas y sociales en el país que por aquel entonces se cimentaban con fuerza a través de la aparición de Evo Morales en la presidencia.

A la vez, incide en esa dicotomía con “La revolución chola: las mujeres de pollera resisten de pie”, con la historia de muchas mujeres que decidieron hacer de sus polleras un símbolo de reivindicación.

“He organizado esta colección de crónicas en cuatro ejes: Oír para recordar, que recupera relatos guiados por la escucha; Ir para contar, escritos atravesados por viajes; Ver para guardar, que desnuda uno de mis vicios menos tratables, el cine; e Hinchar para sentir, que hurga otra de mis enfermedades: el fútbol”, detalla Santiago en el texto introductorio con el que presenta el libro.

Entre mis crónicas favoritas quedan “Perdidos en el Trópico”, “La operación charolastra: a la caza de Gael García Bernal” y “Un chicharrón para Herzog o la conquista de lo inútil”, donde se cuenta la extraña expedición en tierras cochabambinas en busca de ese plato exquisito para el director de cine y documentalista alemán en su paso por Bolivia. Ahí Espinoza no hace solo gala de su talento narrativo, sino de su amor por el séptimo arte a través de los largometrajes del buen Werner. No por nada aquella crónica le valió el Premio Nacional de Crónica Periodística “Pedro Rivera Mercado”.

La crónica

Un libro muy hermoso y que vale de cualquier tratado para entender y hasta para aprender a escribir crónica es Lacrónica del gran periodista argentino Martín Caparrós. En aquel compendio de crónicas del escritor sudamericano, uno puede apreciar con mayor fuerza el arte de establecer una alianza entre periodismo y literatura, algo que otros autores de América Latina como Leila Guerriero, Juan Villoro, Cristián Alarcón y Alberto Salcedo Ramos, entre muchos más, nos han demostrado en cada uno de sus trabajos. El hecho de contar una historia singular que abarque un mundo, lo general. He ahí el arte de este juego.

Santiago es uno de los mejores exponentes que tenemos en el país en esta categoría, y se nota tanto en sus textos como en su personalidad virtual (Facebook) lo mucho que conoce de cine y literatura, además de su trabajo de años en el periódico cochabambino Opinión, donde se ha afincado para traernos mucho de lo que nos falta en el país: sustancia en el periodismo.

En esta época en el que el periódico en su versión impresa prácticamente ha muerto o sobrevive apenas en una agonía que solo parece alargarse más y más, la apuesta por un género relativamente extenso no hace más que enlistarse como una trinchera, como una defensa de la palabra y de un periodismo que no solo ahonde en determinadas situaciones, sino que lo haga con belleza. Las crónicas de Santiago cumplen con ese objetivo. Se incrustan en el material diario de la vida para explicar, a través del arte, todo un país o una ciudad o una comunidad. Una pasión futbolera como la potente tristeza de verte embaucado.

Tal vez por ahí va la admiración de Espinoza por el fracaso. “Por mucho tiempo estuve enamorado del fracaso. O, mejor, de la idea del fracaso. No debo ser el único ni mucho menos. Soy de los que han repetido más de una vez el mantra imperativo de Samuel Beckett: Lo intentaste. Fracasaste. No importa. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor. De este mandato me seduce no tanto su dudosa promesa de éxito, que suele ser repetida hasta la saciedad por vendehúmos de la motivación, como su credo en la dignidad de la capitulación”, explica Santiago, a la hora de argumentar que el periodismo “es un oficio abocado al fracaso”.

“No de fracasados (aunque a veces también). Abocado al fracaso en más de un sentido. Por un lado, su objeto suelen ser los fracasos que atañen a una comunidad. Así cabría hermanar hechos, en apariencia, tan disímiles como un accidente en carretera, un escándalo de corrupción o una derrota de la selección de fútbol. Son fracasos: el de unos frenos rendidos, al de unos políticos ya vendidos y el de unos futbolistas aturdidos. Por otro lado, los sujetos que persiguen esos fracasos colectivos, los periodistas, acaban convirtiéndose en cazadores de fracasos ajenos y en coleccionistas de fracasos propios. Los ajenos son los que cuentan en sus publicaciones. Los propios son los que no cuentan, pero los acompañan más allá de sus pesquisas. Las ajenos revelan las historias de dominio público. Los propios guardan la historia secreta de las historias reveladas. Los ajenos exponen lo ‘poco’ que pudo lograrse. Los propios archivan lo ‘mucho’ que no se logró. Los fracasos”.

Si hay algo que me fascinan de las crónicas es, como decía Juan Villoro, su poder para ser el ya afamado ornitorrinco de la prosa: se juega con las armas del drama, de la novela, del cuento y, obviamente, del periodismo. Es un collage, una suma de talentos que hace de ella uno de los géneros más apasionantes del último tiempo.

Santiago nos ofrece en esta su colección de fracasos personal una fantástica variedad de lienzos en los que detalla las vidas de muchos, de los desconocidos hasta los afamados, con esas mismas armas. Hay que leer, y leer mucho, para destacarse del mundo periodístico común y salir a narrar el mundo. A contarlo desde otra perspectiva y dejar de mirar aunque sea por unas horas la apabullante exigencia del segundo a segundo de la noticia común, de la coyuntura. O peor aún, de ese su hijo recién nacido y rebelde que es el “un párrafo o menos” con el que se simplifica todo un acontecimiento en las redes sociales de los medios informativos.

Espinoza logra ese cometido con todos los trabajos reunidos en Operación fracaso. Crónicas de altura, de emotividad y de un amor imperturbable a sus grandes pasiones: el periodismo, la literatura, el cine y el fútbol. Quedo tan gratificado de la lectura de este libro, que inmediatamente me pongo a leer el otro de Santiago (que igualmente publicó Editorial 3600), que titula Eso que miramos los bobos, su más reciente trabajo que tiene a un Lionel Messi sosteniendo su Copa del Mundo como portada. Es garantía de calidad.

Fuente: La Ramona