Por Marcelo Paz Soldán
Este texto explora distintos aspectos de Mi partida con la vida de Eduardo Bayro Corrochano, un poemario que se presenta con múltiples facetas y que representó un verdadero reto para la editorial Nuevo Milenio. En este proceso colaboré junto a Valentina Torrejón en la corrección de textos, y el diseño estuvo a cargo de Valentina López, a quienes Eduardo cariñosamente llamaba Las Valentinas. Era habitual que al referirse a una u otra, usara el plural, resolviendo así cualquier posible confusión: “Dile a Las Valentinas que arreglen las ilustraciones” se refería a Valentina López, mientras que cuando se trataba de alguna corrección poética, hablaba de Valentina Torrejón.
Uno de los mayores desafíos al editar este libro fue la distancia física, ya que Eduardo vivía en México y actualmente reside en Polonia. Como bien señala Lupe Cajías, Eduardo es un “viajero”. Aunque hemos conversado por teléfono en numerosas ocasiones, no lo conozco personalmente, lo que añadió complejidad al proceso. Sin embargo, su decisión de publicar en Bolivia, siendo boliviano, tiene un profundo significado. Pudo haber optado por publicar en México, una opción mucho más sencilla desde el punto de vista logístico, pero su compromiso con Bolivia, su activismo político y su deseo de contribuir a la literatura nacional lo llevaron a elegir una editorial boliviana como la nuestra.
Lupe señala en su prólogo: “Los Bayro Corrochano son perseguidos por tres designios: la partida, el compromiso social y el amor imposible”. Esta observación encapsula a la perfección cómo la poesía de Eduardo está marcada tanto por su vida personal como por su activismo, un rasgo central en Mi partida con la vida.
El poemario, en un principio, fue concebido sólo como una colección de poemas, pero el proyecto evolucionó. Lo que hace especial esta obra es que Eduardo no es únicamente poeta, sino también pintor. Sus poemas están acompañados de ilustraciones propias, creando una fusión entre dos formas de expresión. Esta combinación me recuerda al caso de Rudyard Kipling, quien ilustró algunos de sus cuentos en Just So Stories (1902). De manera similar, Eduardo entrelaza la palabra y la imagen en su obra, logrando que el lector experimente una conexión tanto visual como literaria.
En este sentido, podemos compararlo con muchos de nosotros que, cuando llevamos agendas o diarios personales, realizamos dibujos en los márgenes, un fenómeno conocido como marginalia. En el caso de Eduardo, sus ilustraciones no son meras anotaciones; son parte integral del discurso poético. Como señaló Michel Foucault en su análisis de Las meninas de Velázquez, la relación entre el lenguaje y la pintura es “infinita”. Esto proporciona una dimensión adicional al libro, permitiendo que el lector lo aborde desde diferentes ángulos.
En el poemario de Eduardo, esta relación entre la palabra y la imagen se ve enriquecida por su perfil multidisciplinario: es poeta, dibujante, ingeniero, científico y activista. Todos estos roles se reflejan de manera profunda en su poesía. Mi partida con la vida abarca tanto vivencias personales como su compromiso político, generando un lenguaje que oscila entre lo íntimo y lo revolucionario. Esta dualidad fue lo que llamó mi atención desde la primera lectura del poemario. La obra está estructurada en dos grandes ejes: Vivencias y Activismo político, que a su vez exploran temas tan variados como el amor, la naturaleza, las relaciones familiares, la denuncia social y la crítica al poder. Esta estructura confiere al libro una amplitud emocional que conecta lo privado con lo público.
En la primera parte, titulada Vivencias, encontramos a un poeta enamorado. Un claro ejemplo es el poema “Amor joven” (Viña del Mar, 6 de marzo de 1976):
Eres niña y me enterneces
suave flor primaveral.
Rozo tus puros labios
por primera vez,
como la luz que lame un cáliz
y viento que mece los pétalos
de una hermosa rosa.
Este poema refleja la sensibilidad lírica de Eduardo, que en esta sección explora el amor desde una perspectiva íntima y personal.
En la segunda parte, Activismo político, el tono cambia de forma radical. Aquí, Eduardo se presenta como un poeta comprometido políticamente. Un ejemplo de esta sección es el poema “Ay, Nicaragua” (La Paz, 6 de julio de 1978):
Rubén Darío…
¿Qué ha sido de tu Nicaragua?
Aquella bella tierra que te crio
está hoy ensangrentada.
Este poema es un claro reflejo de su preocupación por la justicia social y su activismo. La obra de Eduardo, al igual que la de muchos otros poetas latinoamericanos, está marcada por un fuerte sentido de responsabilidad hacia los pueblos y las luchas sociales, lo que nos recuerda a figuras como Pablo Neruda, poeta chileno y miembro activo del Partido Comunista Chileno. Neruda supo conjugar en su obra un compromiso político con una alta calidad literaria. Ambos utilizaron la poesía como medio para expresar sus luchas y reivindicaciones sociales.
Una de las características distintivas de Mi partida con la vida es la espontaneidad de sus versos. Eduardo escribe sus poemas en lapsos breves, sin realizar correcciones, lo que otorga a sus textos una urgencia y visceralidad únicas. Además, incluye elementos de geometría y matemáticas, reflejo de su formación científica, lo que dota a su poesía de una estructura poco convencional pero fascinante.
No puedo dejar de mencionar a Jaime Saenz, poeta boliviano cuya obra trasciende la palabra escrita. Al igual que Eduardo, Saenz fue también un artista visual, conocido por sus autorretratos y sus dibujos de calaveras. Ambos comparten esa necesidad de expresarse a través de diversas disciplinas, y en sus trabajos se percibe una compleja interacción entre lo visual y lo literario.
Mi partida con la vida es un poemario en la que la palabra y la imagen se fusionan para reflejar la dualidad entre la vida personal y el compromiso social. Eduardo Bayro Corrochano nos invita a un viaje en el que el arte y la política se encuentran, desafiando las fronteras entre lo individual y lo colectivo.
Fuente: Editorial Nuevo Milenio