Por G. Munckel
«Nuestros días están contados». Esto lo saben bien los protagonistas de Área protegida, esta nueva novela de Edmundo Paz Soldán. Sus personajes son los miembros de la Comunidad, un grupo de gente que se prepara para recibir el fin de la humanidad, pero no por razones religiosas, sino medioambientales. Entre ellos, además, hay avistadores de ovnis que esperan la llegada de seres de otro mundo. Después de todo, esta es una novela de ciencia ficción, o ficción especulativa, un género que hay que tomar en serio.
La historia está ambientada en Río Abajo, una ciudad ficticia de una Bolivia muy real. Porque a veces la aparente distancia de la ficción ayuda a comprender mejor nuestra realidad. Y en este punto quiero hacer un paréntesis para mencionar que no es la primera vez que Paz Soldán utiliza este recurso: ya lo había hecho con Villa Rosa en La mirada de las plantas, con Los Confines en Los días de la peste, con Río Fugitivo en El delirio de Turing, etc. Con lo que se suma a una tradición de escritores entre los que están William Faulkner, con el condado de Yoknapatawpha, y Stephen King, con la ciudad de Derry, en Maine, por mencionar sólo a un par que están entre las lecturas de Paz Soldán.
Pero volvamos a Río Abajo, esa ciudad al borde de la selva amazónica donde se establece la Comunidad. Liderados por un hombre conocido como el Profe, viven en un parque de diversiones abandonado, junto a un área protegida. Uno de sus objetivos principales es convertirse en una comunidad autosustentable, aunque dependen en gran medida de la tecnología (¿y cómo no hacerlo en estos tiempos dominados por el internet?). Pero sus propósitos se verán amenazados desde varios flancos: por un lado, están las divisiones internas usuales en cualquier grupo; por otro, está la crecida de las aguas, que empeora cada año, y, por último, están la minería ilegal y los proyectos del Gobierno, que está decidido a construir una carretera atravesando el Área Protegida Cruz Alta (apca), que es una clara referencia a lo que ocurrió, y sigue ocurriendo, en el tipnis.
Porque esta es una novela de ciencia ficción, pero una que se preocupa por lo que estamos haciendo con el medioambiente, con la naturaleza, con el clima… con la vida. En especial cuando los habitantes de Río Abajo están «cansados de una crecida de aguas “sin precedentes”, de una granizada “sin precedentes”, de un calor “sin precedentes”, y que quieren volver al tiempo en el que había precedentes». Y esta situación bien podría ser la nuestra dentro de un año, o de un mes. O mañana.
Esa urgencia es la razón por la que el Profe piensa que «la vida continuará en la tierra, pero la de los humanos tiene las décadas contadas». Por eso existe la Comunidad. Y en ella conviven Hortensia, que se convierte en la líder de los avistadores de ovnis; su hija Darlin, una niña fanática de los pájaros; Rilma, que pasa de dárselas de clarividente a convertirse en la mano derecha —o la mano dura— del Profe; Alviri, un activista medioambiental; entre otros personajes. Todos ellos conforman lo que podría parecer una secta delirante más o menos heterogénea, pero que revela ser mucho más compleja: casi todos sus integrantes creen en cosas diferentes (hay anarquistas, naturistas, antivacunas, terraplanistas, conspiranoicos, etc.) y algunos ni siquiera pueden tomarse en serio las creencias de los demás. Porque esta novela también explora las diferentes aristas de la posverdad, que para muchos de nosotros pueden parecer partes de lo mismo, pero en realidad tienen diferencias a veces irreconciliables. Y en este punto quiero resaltar el tacto con el que Paz Soldán desarrolla a sus personajes: hubiera sido fácil caricaturizar a ese grupo de gente con creencias tan insólitas, pero en lugar de eso toma el camino más difícil de hacerlos creíbles, e incluso entrañables.
Además, ¿qué pasaría si algunas de sus teorías conspiranoicas encerraran cierto grado de verdad? ¿Y si, por ejemplo, hubiera pájaros que en verdad fueran máquinas?, ¿o tal vez hologramas?, ¿o clones? ¿Acaso una persona promedio está al tanto de todos los avances de la tecnología?, ¿y acaso esta no se desarrolla también en secreto?, ¿cómo podríamos identificarla si la camuflaran en nuestro entorno, disfrazada de naturaleza? Y, volviendo a uno de los temas de Área protegida, ¿qué pasaría si los ovnis que tanto esperan los miembros de la Comunidad por fin llegaran a la Tierra?, ¿cómo tratarían a nuestra especie?
Es que la atmósfera de esta novela se presta para plantearse este tipo de preguntas y para despertar sospechas. Quiero leerles un fragmento que ejemplifica esto con una sutileza que por sí sola ya es un acierto: «El parque es compacto pero extenso, y sobre él avanza el monte, en el inicio mismo del Área Protegida: selva de ramaje espeso y árboles que se estremecen como sacudidos por una corriente eléctrica, desde donde salen ruidos abruptos que rompen el silencio, a veces el chillido de un animal, otras el zumbido de máquinas, el motor de una avioneta, el tableteo de un rifle. La noche llega temprano y en lo oscuro el Profe distingue luces; ojos parpadeantes que no sabe si pertenecen a animales o drones».
Y, sin embargo, como señala la escritora uruguaya Fernanda Trías en la contratapa de este libro, no se trata de una distopía pesimista. La vida se adapta. La vida continúa. Aunque tampoco se trata de una utopía ingenua. Sus elementos de ciencia ficción resultan inquietantes porque se sienten demasiado cercanos: son la clase de cosas que podríamos ver dentro de muy poco tiempo. Es la ciencia ficción de un futuro inmediato. Uno en el que, si tenemos suerte y hacemos las cosas bien, tecnología y naturaleza podrían amalgamarse para darle a nuestra especie una nueva oportunidad.
Fuente: Editorial Nuevo Milenio