Por Cayo Salinas
Eduardo Scott-Moreno ha publicado El hombre que soñaba literatura. Ensayos contados [Nuevo Milenio, 2023], conjunción de ensayos de filosofía, historia, ciencia y literatura, que responden a la personalidad erudita de Eduardo y a su incansable búsqueda del conocimiento, una de las razones de nuestro paso por la vida terrenal, al menos para algunos de nosotros.
La obra analiza temas respecto a cómo representamos la realidad; el papel del lenguaje y su influencia sobre la mente; las ideas de la muerte y de la vida y reflexiones sobre cuestionamientos del ser humano respecto a la búsqueda de la justicia y el entendimiento, entre otros.
A lo largo de su extensa carrera literaria, el autor ha abordado la novela con maestría, lo que le ha permitido ser galardonado con el Premio Nacional de Novela en dos ocasiones: La doncella del barón cementerio [Nuevo Milenio, 2016] y He de morir de cosas así [Nuevo Milenio, 2019]. También ha escrito cuentos de gran calidad, influenciado por Kafka y Borges y sus inigualables textos.
Por eso es que leerlo hoy, y no a través de la novela y el cuento, sino de un género difícil como es el ensayo filosófico y literario, es un desafío gratificante y revelador.
Ya con Apuntes Agnósticos. Fe. Dogma y Razón, una obra que trata de la aparición y desarrollo de los tres monoteísmos históricos dio muestras de una gran erudición, y de un esfuerzo titánico por entender mitos religiosos y las religiones como tales, articuladoras y génesis de leyendas, penurias y muerte, hasta nuestros días.
Con El hombre que soñaba literatura, Eduardo Scott nos plantea un nuevo reto con once ensayos con matices diversos, pero con una misma inquietud: la religión, las leyes de la física, el conocimiento y el valor que representa el lenguaje como instrumento de dominación tanto político como religioso, y lo maravilloso que resulta en el marco de ese proceso de adaptación evolutivo que hoy nos permite comunicarnos.
Scott lo califica como ese sistema de asignación y clasificación del mundo físico que es el lenguaje (pensamiento y palabra) —al principio exiguo y reducido— constituido por fonemas entrecortados, que fue creciendo paulatinamente. Para el autor, el pensamiento utiliza un lenguaje y existe precisamente porque hay lenguaje, y el lenguaje utiliza el pensamiento y existe porque hay pensamiento.
En la contratapa de la obra cursa con contundencia una aseveración casi lapidaria: “la mayoría de los seres humanos prefieren las falsas certezas de las doctrinas y religiones a la incertidumbre que acarrea el conocimiento, y al esfuerzo en la intención de pensar e indagar en lugar de sólo creer. Demasiada realidad resulta odiosa para el ser humano”.
Veamos ahora alguno de los ensayos que la integran. En el titulado ‘El Principio Antrópico y las Trampas de la Fe’, nos encontramos con que algunos académicos han elaborado hipótesis fantasiosas sobre la existencia de un Diseño Inteligente para que el universo exista tal como es, con leyes universales cuya comprensión pertenecen al ámbito de la interpretación indemostrable. De ese supuesto diseño inteligente, ha evolucionado el homo sapiens, el ser que resulta dotado para inventar las consecuencias escatológicas del pecado: la culpa.
Y son pecado y culpa con lo cual las religiones monoteístas han agobiado al ser humano desde el momento que, a decir de Eduardo, a un profeta se le ocurrió que la mejor manera de uncir a la gente a una servidumbre mental permanente era utilizando un antiguo mecanismo: el miedo, el castigo, más allá de haber imaginado a un Dios misericordioso que todo lo perdona por su bondad infinita mientras dispensa inclementes castigos eternos.
Ese Principio Antrópico se ha convertido en artículo de fe de muchos académicos parapetados detrás de los muros del misticismo que dan por sentado que el postulado constituye una revelación formidable. Las referencias y citas a Brandon Carter, a Giordano Bruno, a Alfred Wallace, a Bertrand Russell, a Stephen Hawking o al propio Copérnico, hacen de este ensayo, una lectura obligada.
En ‘Los Sentidos del Absurdo’ Eduardo hace una afirmación contundente: “el Libro del Eclesiastés es una profunda obra poética del escepticismo y del desengaño, donde se reflexiona sobre la fugacidad de los placeres, sobre lo inútil de los esfuerzos, sobre la incertidumbre, el absurdo de la vida y de los afanes del ser humano cuyo destino inevitable es la aniquilación. El relato es electrizante. Nos permite cuestionar la autoría de los escritores respecto de las reflexiones insertas en el Eclesiastés hasta sentenciar como lo ha hecho Scott, señalando que el empirismo es un método de análisis de la realidad unánimemente aborrecido por las nomenclaturas religiosas del mundo.
Para muestra, la amenaza de la Curia Romana a Galileo quien a través de la experimentación sustentaba sus afirmaciones, lo que generó esa dicotomía entre razonamiento científico y fe sin experimentación. El relato del escrito es exquisito en torno a ejemplos reales de como el conocimiento empírico es obtenido por la observación y el uso de la razón. La ciencia, para Scott, entendida como el uso del pensamiento racional, la observación, comparación y uso de los métodos empíricos y especulativos contrastados con la realidad, ha constituido una contigua erosión en el egotismo humano. Y ahí retorna con el cuestionamiento a verdades supuestamente inmutables que en realidad son frases vacías. Como aquella proclamada en el Concilio Vaticano I de 1870 que estableció la infalibilidad papal, a la que Scott-Moreno tilda como Bula Surrealista, y que ha sido ratificada por Concilios posteriores sin rubor alguno. En otras palabras, para el autor, aquello es la ratificación autorizada por cardenales y obispos, de que un hombre no se equivoca únicamente por el hecho de portar mitra, cayado y las llaves vaticanas como heráldicas que representan el apetecido cargo de las catervas vaticanas. Y como no podía faltar el gran Borges, lo cito rememorando una de sus frases: “este mundo es tan pero tan raro que todo es posible, incluso la existencia de la Santísima Trinidad”.
Así, muchos judíos, dice Scott, no creen en su principal profeta, el feroz Moisés, cuya tumba está tan vacía para el sionismo como lo está la de Cristo para cualquier agnóstico, dando lugar a una verdad de perogrullo: mucha gente profesa se adhiere a religiones cuyos preceptos jamás se les ocurriría cumplir.
La religión ha sido y será por siempre ese conjunto entreverado de dogmas y creencias que desata pasiones, que logra conducir al ser humano a estadios impensables donde incluso, la vida del otro deja de tener valía ante esas creencias, mitos y escrituras. Y ahí radica la contribución del pensamiento de Scott, de llevarnos a meditaciones profundas sobre esos mitos, sobre nuestras creencias, sobre su origen y sobre el rol que en cada cual juega la religión frente al pensamiento crítico.
Y hay más ensayos. Por ello, los invito a leer el libro donde se adentrarán, entre otros, a la polémica que generó la obra de Charles Darwin, El origen de las especies, entre el obispo anglicano Samuel Wilberforce y Thomas Huxley, cuando el obispo, ya sin argumentos científicos, quiso burlarse de Huxley indicando si descendía del mono por parte de padre o de madre, burla que dejó mal parado al obispo, pues quedó clara la pobreza de sus argumentos en el año 1860, en Oxford, donde se debatió, como muestra Eduardo Scott-Moreno, entre dogma y la religión por un lado y el razonamiento y la investigación por el otro; o en las intuiciones de San Agustín cuando dijo que “el tiempo es una propiedad del universo que Dios creó y que no existía antes del principio del Universo”. Hoy sabemos que el Universo empezó hace 13.800 millones de años y la tierra hace 4.600 millones de años; o en la vida de San Pablo, conocido antes como Pablo Tarso, en su conversión de perseguidor de judíos sospechosos de abanderar el cristianismo a quienes ponía bajo juzgamiento ante la Ley de Moisés, hasta convertirse al cristianismo, por lo que se dice, por este hecho, que más bien fue el fundador de la religión antes que converso; o a la conmovedora radiografía del hombre que soñaba literatura. Estremecedor relato, donde Jorge Francisco Isidoro Luis en sus cavilaciones sobre la vejez, la ceguera, el infierno de Dante y su amor por Beppo, en honor al gran Byron, nos lleva por un mundo de sueños, donde la biblioteca, los libros, el gato, el tranvía, los cipreses son los soñados: el sueño de la mariposa de Chuang Tzu, el hombre que soñó que era una mariposa y al despertar no sabía si era una mariposa que soñaba ser un hombre, o un hombre que soñaba ser una mariposa.
El definitiva, El hombre que soñaba literatura. Ensayos contados es una obra que nos permitirá transportarnos al mundo del conocimiento, de la reflexión, la duda, el cuestionamiento, la interrogante, la conversión, el convencimiento, conducidos por la autoridad intelectual de Scott-Moreno y por su infatigable esfuerzo por alcanzar el conocimiento.
Fuente: Editorial Nuevo Milenio